Capítulo
1 del libro Para Comprender a Karol Wojtyla. Una introducción a su filosofía
(BAC, Madrid 2014)
1.2 La Escuela ética de Lublin
Wojtyla comenzó por la ética tanto porque debía dar clases de
esta materia[12] como porque fue un tema que siempre le interesó. Partía
inicialmente de su posición tomista, pero la contemplación de esta teoría desde
la nueva perspectiva scheleriana le condujo a la convicción de que los
contenidos y formulaciones de esta ética eran insuficientes e insatisfactorios.
Había, sin duda, principios sólidos e inmutables que no podían cambiarse, pero
la formulación de esos principios se había ido esclerotizando dejando sin
sentido y sin capacidad motivadora a fórmulas antes vivas y plenas. Pero no
sólo era una cuestión de formulación. El problema era más profundo y alcanzaba
el nivel estructural. El planteamiento tradicional de la ética, por ejemplo, no
permitía responder de modo adecuado a problemas planteados por filosofías como
la kantiana, y el excesivo peso que confería a lo normativo le hacía perder
agarre existencial. Se trataba de problemas profundos y relevantes que Wojtyla
se propuso abordar de modo sistemático dando origen a lo que después se llamó
escuela ética de Lublin. Su objetivo era refundar las bases de la ética clásica
mediante la perspectiva fenomenológica y personalista. En ese proyecto, junto
con Wojty?a, trabajaron Stanislaw Grygiel, Jozef Tischner, Marian Jaworski y
Tadeus Styczen, quien le sucedería en la cátedra de ética. También Jerzy
Kalinowski, filósofo del derecho que se trasladó después a Lyon; Marian
Kurdzialek, historiador de la filosofía antigua; Feliks Berdnarski, estudioso
de ética (que iría más tarde a Roma, como Grygiel) y Stanislaw Kaminski,
profesor de epistemología.
Wojtyla no elaboró un texto sintético con los resultados
intelectuales de su grupo de investigación, como más tarde sucedería con Persona y acción. Publicó
artículos sueltos[13] y dictó cursos, algunos de los cuales se han recogido
posteriormente en las denominadas Lecciones de Lublin[14]. Podemos señalar, de todos
modos, tres áreas de trabajo principalesque analizaremos con más detalle en el
próximo capítulo. La primera es el análisis y confrontación con las posiciones
éticas de sus cuatro principales autores de referencia en este terreno: Tomás de Aquino, Kant, Hume y Scheler.
En estos estudios, muy analíticos y detallados, Wojtyla va delimitando su
territorio, estableciendo paralelismos y distancias, descubriendo problemas y
vislumbrando soluciones y nuevas perspectivas. Cabe destacar, por su
relevancia, su observación central a la ética tomista, formulada con precisión
en un texto de 1961, El personalismo tomista.
Manteniendo, como de costumbre, su adhesión general a los principios del
Aquinate, indica, sin embargo, que “la concepción de la persona que encontramos
en Santo Tomás es objetivista. Casi da la impresión de que en ella no hay lugar
para el análisis de la conciencia y de la autoconciencia como síntomas
verdaderamente específicos de la persona-sujeto. Para Santo Tomás, la persona
es obviamente un sujeto, un sujeto particularísimo de la existencia y de la
acción, ya que posee subsistencia en la naturaleza racional y es capaz de
conciencia y de autoconciencia. En cambio, parece que no hay lugar en su visión
objetivista de la realidad para el análisis de la conciencia y de la
autoconciencia, de las que sobre todo, se ocupan la filosofía y la psicología
modernas. (…) Por consiguiente, en Santo Tomás vemos muy bien la persona en su
existencia y acción objetivas, pero es difícil vislumbrar allí las experiencias
vividas de la persona”[15].
Otro gran tema de Wojtyla es la justificación de la ética frente al hedonismo, el
emocionalismo, el positivismo, o, en un sentido muy diverso, el apriorismo
kantiano. Alfred Ayer, por ejemplo, sostenía que la ética se reduce a la
emoción y no implica ningún contenido intelectual. El problema de Kant era el
contrario: un rotundo y nítido formalismo moral sin contenidos. Para superar
estas y otras objeciones, Wojtyla recurre con profundidad y originalidad a la
noción de experiencia moral[16]. La ética, explica, no surge de ninguna
estructura externa al sujeto, no es una construcción mental generada por
presiones sociológicas, nace de un principio real y originario: la experiencia
moral, la experiencia del deber, pero no entendida en modo kantiano, como la
estructura formal de la razón práctica, sino en un sentido profundamente
realista, como la experiencia que todo sujeto posee –en cada acción ética
concreta- de que debe hacer el bien y evitar el mal.
Con esta brillante solución, Wojtyla logra superar las
objeciones que se planteaban a la fundamentación y formulación de la ética.
Ante todo, las de cualquier tipo de positivismo. Si éste pretende construirse
sólo sobre lo dado, sobre los hechos, Wojtyla le ofrece justamente un “hecho”;
pero un hecho, un dato, “humano”, la experiencia de la moral. Y, puesto que se
trata de un dato, este ya no debe ser justificado, sino explicado; en otros términos, la
moral se justifica por sí misma en la medida en que existe. Supera también los
problemas que plantea el modo tomista de relacionar ética y metafísica. La
comprensión tomista de lo real tiende a presentar un esquema de pensamiento en
cascada que comienza por la metafísica. La ciencia del ente en cuanto ente
genera las estructuras comunes a todos los seres, que después se despliegan
analógicamente adaptándose a la diversidad de cada uno de los órdenes. Es
decir, la ética depende de la metafísica. Ésta muestra las estructuras
generales del ser y la ética las concreta. Wojtyla, sin embargo, no acepta este
planteamiento y lo justifica precisamente mediante el recurso a la experiencia
moral. Si la ética es, fundamentalmente, reflexión sobre esta experiencia, es
también al mismo tiempo e inevitablemente autónoma (lo que no significa
totalmente independiente), en la medida en que no necesita de otra ciencia para
acceder a su punto de partida. Esta es otra de las grandes propuestas teóricas
de la ética de Lublin.
Wojtyla estuvo siempre muy interesado por la metaética y se
propuso incluso elaborar un texto sistemático sobre estas cuestiones en
colaboración con Styzcen. Pero tal texto nunca llegó a lograr forma definitiva
y sólo se ha publicado en forma de borrador con el título de El hombre y la responsabilidad y
el aclarativo subtítulo de Estudio sobre el tema de la concepción y de la metodología ética[17].
Wojtyla aborda aquí, desde una perspectiva ya muy madura, los temas centrales
en la estructuración de la ética como ciencia: la moralidad, el carácter
práctico de la ética, el carácter normativo, la norma personalista, etc. Se
trata de un estudio riquísimo en perspectivas y en novedades, pero formulado de
modo incompleto.
Decía que había un tercer tema central en los análisis éticos de
Wojtyla y es su intento de conexión de la ética con la vida personal. Wojtyla
entiende que la ética no puede reducirse a un conjunto de normas que obliguen
desde una perspectiva heterónoma; debe implicar al sujeto, y, para ello, debe
poseer carácter motivador. De otro modo, el sujeto acabará entendiendo ese
conjunto de reglas como algo que se le impone desde fuera por los padres, la
sociedad, la Iglesia, etc. y las abandonará. El único modo de que la ética
tenga fuerza efectiva es que el sujeto asuma esas reglas como propias y conecte
su realización con la adquisición de la plenitud personal, de su
perfeccionamiento como persona, algo que resulta enormemente facilitado por la
existencia de modelos personales que encarnen el tipo de comportamiento
propuesto (una idea desarrollada a nivel filosófico por Scheler).
[12]
La lista de los cursos que Wojyla impartió en la Universidad Católica de Lublin
desde 1954 a 1961 se encuentra en G. Weigel, Biografía de Juan Pablo II. Testigo de esperanza, Plaza &
Janés, Barcelona 1999, p. 175.
[13]
La versión española de sus estudios más importantes se encuentra en K. Wojtyla, Mi visión del hombre,
Palabra, Madrid 2006.
[14]
Palabra, Madrid 2014.
[15]
K. Wojty?a, El
personalismo tomista, en Mi visión del hombre, cit., pp. 311-312.
[16]
Cfr. El problema de la experiencia
en la ética (1969), en Mi visión del hombre, cit., pp. 321-352. Previamente
había escrito El
problema de la separación de la experiencia y el acto en la ética de Kant y
Scheler (1957), en ibid., pp. 185-219.
[17]
K. Wojtyla, El
hombre y la responsabilidad, en El hombre y su destino, cit., pp. 219-295.
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