Se cumplen 40 años desde
que Juan Pablo II visito, por primera
vez como Papa, ese lugar tan venerado
por él, el campo de exterminio de Auschitz-Birkenau
en su Polonia natal.
Alli donde “fue pisoteada
de modo tan horrendo la humanidad, la dignidad humana” decia, entre otros:
“¿Puede todavía
extrañarse alguien de que el Papa, nacido y educado en esta tierra; el Papa que
ha ido a la Sede de San Pedro desde la diócesis en cuyo territorio se halla el campo
de Auschwitz, haya comenzado su primera Encíclica con las palabras Redemptor
hominis y que la haya dedicado en conjunto a la causa del hombre,
a la dignidad del hombre, a las amenazas contra él y, en fin, a sus derechos?
¡Derechos inalienables que tan fácilmente pueden ser pisoteados y aniquilados
por... el ser humano! Es suficiente revestir al hombre de un uniforme diverso, armarlo
con instrumentos de violencia, basta imponerle la ideología en la que los
derechos del hombre quedan sometidos a las exigencias del sistema...
completamente sometidos, de modo que, de hecho, dejan de existir.
Vengo aquí hoy como
peregrino. Se sabe que he estado aquí muchas veces... ¡Cuántas veces!
(…)
Vengo para mirar, junto
con vosotros, independientemente de vuestra fe, una vez más a los ojos de la
causa del ser humano
(…)
Ciertamente, vengo para
orar junto con todos vosotros que habéis llegado aquí —y al mismo tiempo con
toda Polonia— y con toda Europa. Cristo quiere que yo, Sucesor de Pedro, dé
testimonio ante el mundo de lo que constituye la grandeza del hombre de
nuestros tiempos y de su miseria. De lo que constituye su derrota y su
victoria.
Vengo pues y me arrodillo
en este Gólgota del mundo contemporáneo, sobre estas tumbas, en gran parte sin
nombre, como la gran tumba del Soldado Desconocido. Me arrodillo delante de
todas las lápidas de Birkenau, en las que se ha grabado la conmemoración de las
víctimas de Auschwitz en las siguientes lenguas: polaco, inglés, búlgaro,
cíngaro, checo, danés, francés, griego, hebreo, yidis, español, flamenco,
serbo-croata, alemán, noruego, ruso, rumano, húngaro, italiano.
En particular, me detengo
junto con vosotros, queridos participantes de este encuentro, ante la lápida
con la inscripción en lengua hebrea. Esta inscripción suscita el recuerdo del
pueblo, cuyos hijos e hijas estaban destinados al exterminio total. Este pueblo
tiene su origen en Abrahán, que es padre de nuestra fe (cf. Rom 4, 12), como
dijo Pablo de Tarso. Precisamente este pueblo, que ha recibido de Dios el
mandamiento de "no matar", ha probado en sí mismo, en medida
particular, lo que significa matar. A nadie le es lícito pasar delante de esta
lápida con indiferencia.
Quiero detenerme, además,
delante de otra lápida: la que está en lengua rusa. No añado ningún comentario.
Sabemos de qué nación habla. Sabemos qué parte ha tenido esta nación, durante
la última guerra por la libertad de los pueblos. Tampoco ante esta lápida se
puede pasar con indiferencia.
Finalmente, la última
lapida: la que está en lengua polaca. Son seis millones de polacos los que
perdieron la vida durante la segunda guerra mundial: la quinta parte de la
nación. Una etapa más de las luchas seculares de esta nación, de mi nación, por
sus derechos fundamentales entre los pueblos de Europa. Un nuevo alto grito por
el derecho a un puesto propio en el mapa de Europa. Una dolorosa cuenta con la
conciencia de la humanidad.
He elegido tres lápidas.
Sería necesario detenerse ante cada una de ellas, y así lo haremos.
Auschwitz es una cuenta con la conciencia de
la humanidad mediante estas lápidas que dan testimonio de las víctimas que
habían perdido las naciones. Auschwitz es un lugar que no basta solo visitarlo.
Durante la visita hay que pensar con temor dónde están las fronteras del odio.
Auschwitz es un
testimonio de la guerra. La guerra lleva consigo un desmedido crecimiento del
odio, de la destrucción, de la crueldad. Y si no se puede negar que manifiesta
también nuevas posibilidades de la valentía humana, del heroísmo, del
patriotismo, queda sin embargo el hecho de que en ella prevalece la cuenta de
las pérdidas. Prevalece tanto más, cuanto más la guerra se convierte en el
juego de la bien calculada técnica de la destrucción. De la guerra son
responsables no sólo los que la causan directamente, sino también aquellos que
no hacen todo lo posible por impedirla.”
(…)
hablo no solo por los
cuatro millones que murieron en este enorme campo. Hablo en nombre de todas las
naciones, cuyos derechos son violados y olvidados. Hablo porque me obliga a
ello, nos obliga a todos nosotros la verdad. Hablo porque me obliga a ello, nos
obliga a todos nosotros la solicitud por el hombre.
Y por eso pido a todos
los que me escuchan que centren todos sus esfuerzos sobre la solicitud por el
hombre. En cambio, a los que me escuchan creyendo en Jesucristo les pido que se
centren en la oración por la paz y la reconciliación.
Mis queridos hermanos y
hermanos, no me queda nada más que decir.
Solo me vienen a la mente
las palabras de la suplicación:
¡Santo Dios, Santo Fuerte
Santo Inmortal!
De la peste, del hambre,
del fuego y de la guerra
...y de la guerra,
líbranos, Señor. Amén.
(de la Homilia de Juan Pablo II durante la Misa en el Campo de Concentracion de Auschwitz-Birkenau el 7 d junio de 1979)
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