Durante su viaje
apostolico a Polonia de 1997 el Santo Padre Juan Pablo II dedicadaba una parte
de su discurso con ocasión del VI centeneario de la fundación de la UniversidadJaguellonica a la fundadora de la Universidad Santa Jadwiga, a su esfuerzo y tesón
en enriquecer la cultura polaca.
“Durante esta ceremonia
jubilar dirigimos nuestra gratitud a la figura de santa Eduvigis,
Señora de Wawel, fundadora de la Universidad Jaguellónica y de la facultad de
teología. Por una admirable disposición de la divina Providencia, las
celebraciones del VI centenario coinciden hoy con su canonización, tanto tiempo
esperada en Polonia, y especialmente en Cracovia y en su ambiente académico.
Todos anhelaban grandemente esta canonización. Tanto el Senado académico de la
Universidad Jaguellónica como el de la Academia pontificia de teología lo han
expresado con cartas dirigidas a mí.
La
santa fundadora de la Universidad, Eduvigis, sabía, con la sabiduría propia de
los santos, que la universidad, como comunidad de hombres que buscan la verdad,
es indispensable para la vida de la nación y para la de la Iglesia. Por eso, se
esforzó con perseverancia por hacer que renaciera la Academia de Cracovia, fundada
por Casimiro, y por enriquecerla con la facultad de teología. Un acontecimiento
sumamente importante, pues, según los criterios de la época, sólo la
fundación de la facultad de teología confería a un ateneo pleno derecho de
ciudadanía y una especie de ennoblecimiento en el mundo académico.
Eduvigis
abogó por esta fundación con perseverancia ante el Papa Bonifacio IX, el cual,
en 1397, precisamente hace seiscientos años, acogió la solicitud, erigiendo en
la Universidad Jaguellónica la facultad de teología con la solemne bula Eximiae
devotionis affectus. Solamente entonces la universidad de Cracovia comenzó
a existir plenamente en el mapa de las universidades europeas, y el Estado
jaguellónico elevó su nivel a la altura de los países occidentales.
La
universidad de Cracovia se desarrolló muy rápidamente. Durante el siglo XV
alcanzó el nivel de las mayores y más conocidas universidades de la Europa de
entonces. Se la comparaba con la Sorbona de París o con otras más antiguas que
ella, como las universidades italianas de Bolonia y Padua, sin olvidar las
universidades cercanas a Cracovia: las de Praga, Viena y Pecs, en Hungría. Ese
período de oro en la historia de la universidad fructificó en numerosas
figuras de eminentes profesores y estudiantes. Me limitaré a nombrar
solamente dos: Paweł Włodkowic y Nicolás Copérnico.
La
obra de Eduvigis dio frutos también en otra dimensión. En efecto, el
siglo XV, en la historia de Cracovia, es el siglo de los santos y
éstos estuvieron vinculados estrechamente a la Universidad Jaguellónica. En esa
época aquí estudiaba, y más tarde dio clases, san Juan de Kety, cuyos restos
mortales se encuentran precisamente en esta Colegiata académica de Santa Ana.
Y, además de él, se formaron aquí algunos otros, como el beato Estanislao Kazimierczyk,
Simón de Lipnica, Ladislao de Gielniów, o Miguel Giedroya, Isaac Boner, Miguel
de Cracovia y Mateo de Cracovia, que tienen fama de santidad. Son solamente
algunos entre la multitud de los que, buscando la verdad, llegaron a la cima de
la santidad y forman la belleza espiritual de esta universidad. Creo
que, durante esta celebración jubilar, no podemos olvidar esta dimensión.
3. Permitidme,
queridos señores, que me dirija ahora directamente a la Academia
pontificia de teología de Cracovia, heredera de la facultad de teología de
la Universidad Jaguellónica, fundada por santa Eduvigis hace seiscientos años.
No sólo en la historia de la teología polaca, sino también en la de la ciencia
y la cultura polaca, ha desempeñado —como he dicho— un papel excepcional. He
estado estrechamente unido a esa facultad porque hice en ella mis estudios de
filosofía y teología durante la ocupación, es decir, en la clandestinidad, y
sucesivamente porque conseguí en ella el doctorado y la habilitación.
Hoy
vuelven a mi memoria, ante todo, los años de las dramáticas luchas por
su existencia en el período de la dictadura comunista. Yo
personalmente participé en ellas como arzobispo de Cracovia. Ese doloroso
período merece, bajo cualquier punto de vista, una esmerada documentación y un
profundo estudio histórico. La Iglesia nunca se resignó al hecho de una
liquidación unilateral e injusta de la Facultad por parte de las
autoridades del Estado de entonces. Hizo todo lo posible para que el ambiente
universitario de Cracovia no quedase privado de un «Studium» académico de
teología.”
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