La
devoción al Sagrado Corazón, tal como se desarrolló en la Europa de hace dos
siglos, bajo el impulso de las experiencias místicas de santa Margarita María
Alacoque, fue la respuesta al rigorismo jansenista, que había
acabado por desconocer la infinita misericordia de Dios. Hoy, a la humanidad
reducida a una sola dimensión o, incluso, tentada de ceder a formas de
nihilismo, si no teórico por lo menos práctico, la devoción al Corazón de Jesús
le ofrece una propuesta de auténtica y armoniosa plenitud en la perspectiva de
la esperanza que no defrauda.
Hace
más o menos un siglo, un conocido pensador denunció la muerte de
Dios. Pues bien, precisamente del Corazón del Hijo de Dios, muerto en
la cruz, ha brotado la fuente perenne de la vida que da esperanza a todo
hombre. Del Corazón de Cristo crucificado nace la nueva humanidad, redimida del
pecado. El hombre del año 2000 tiene necesidad del Corazón de
Cristo para conocer a Dios y para conocerse a sí mismo; tiene
necesidad de él para construir la civilización del amor.
Os
invito, por tanto, amadísimos hermanos y hermanas, a mirar con confianza al
Sagrado Corazón de Jesús y a repetir a menudo, sobre todo durante este mes de
junio:
¡Sacratísimo
Corazón de Jesús, en ti confío!
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