Pocas páginas del Evangelio a lo largo de los siglos han atraído la atención de
los místicos, de los escritores espirituales y de los teólogos tanto como el
pasaje del Evangelio de San Juan que nos narra la muerte gloriosa de Cristo y
la escena en que le atraviesan el costado (cf. Jn 19, 23-37).
En esa página se inspira la invocación de las Letanías, que he
recordado hace un momento.
En
el Corazón atravesado contemplamos la obediencia
filial de Jesús al Padre, cuya misión Él realizó con valentía
(cf. Jn 19, 30) y su amor fraterno hacia los
hombres, a quienes Él "amó hasta el extremo" (Jn 13,
1), es decir, hasta el extremo sacrificio de Sí mismo. El Corazón atravesado de
Jesús es el signo de la totalidad de este amor en dirección vertical y
horizontal, como los dos brazos de la cruz.
El Corazón atravesado es también el símbolo de la vida nueva,
dada a los hombres mediante el Espíritu y los sacramentos. En cuanto
el soldado le dio el golpe de gracia, del costado herido de Cristo "al
instante salió sangre y agua" (Jn 19, 34). La lanzada
atestigua la realidad de la muerte de Cristo. Él murió verdaderamente, como
había nacido verdaderamente y como resucitará verdaderamente en su misma carne
(cf. Jn 20, 24.27). Contra toda tentación antigua o moderna de
docetismo, de ceder a la "apariencia", el Evangelista nos recuerda a
todos la cruda certeza de la realidad. Pero al mismo tiempo tiende a
profundizar el significado del acontecimiento salvífico y a expresarlo a través
del símbolo. Él, por tanto, en el episodio de la lanzada, ve un profundo
significado: como de la roca golpeada por Moisés brotó en el desierto
un manantial de agua (cf. Nm 20, 8-11), así del costado de
Cristo, herido por la lanza, brotó un torrente de agua para saciar la
sed del nuevo pueblo de Dios. Este torrente es el don del
Espíritu (cf. Jn 7, 37-39), que alimenta en nosotros
la vida divina.
Finalmente, del Corazón atravesado de Cristo brota la Iglesia. Como
del costado de Adán que dormía fue extraída Eva, su esposa, así ―según una
tradición patrística que se remonta a los primeros siglos―, del costado abierto
del Salvador, que dormía sobre la cruz en el sueño de la muerte, fue extraída
la Iglesia, su esposa. Esta se forma precisamente del agua y de la sangre,
―Bautismo y Eucaristía―, que brotan del Corazón traspasado. Por eso, con razón
afirma la Constitución conciliar sobre la liturgia: "Del costado de Cristo
dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (Sacrosanctum Concilium, 5).
Junto a la cruz, advierte el Evangelista, se encontraba la Madre de Jesús
(cf. Jn 19, 25). Ella vio el Corazón abierto del que fluían
sangre y agua, ―sangre tomada de su sangre―, y comprendió que la sangre del
Hijo era derramada por nuestra salvación. Entonces comprendió hasta el fondo el
significado de las palabras que el Hijo le había dirigido poco antes:
"Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19, 26): la Iglesia que
brotaba del Corazón atravesado era confiada a sus cuidados de Madre.
Pidamos
a María que nos guíe a sacar cada vez más abundantemente el agua de los
manantiales de gracia que fluyen del Corazón atravesado de Cristo.
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