Deseamos, en nuestra
plegaria del Angelus Domini, dirigirnos al Corazón de Cristo,
siguiendo las palabras de las letanías.
Deseamos
hablar al Corazón del Hijo mediante el Corazón de la Madre. ¿Qué
puede haber más bello que el coloquio de estos dos corazones? Queremos
participar en él.
El Corazón de Jesús es "horno ardiente de
caridad", porque el amor posee algo de la naturaleza del fuego, que arde y
quema para iluminar y calentar.
Al
mismo tiempo, en el sacrificio del Calvario el corazón del
Redentor no fue aniquilado con el fuego del sufrimiento. Aunque
humanamente muerto, como constató el centurión romano traspasando con la lanza
el costado de Cristo, en la economía divina de la salvación este
Corazón quedó vivo, como manifestó la resurrección.
Y he aquí que el Corazón vivo del Redentor
resucitado y glorificado está "lleno de bondad y de amor":
infinita y sobreabundantemente lleno. El rebosar del corazón humano
alcanza en Cristo la medida divina.
Así
fue este Corazón ya durante los días de la vida terrena. Lo testimonia cuanto
está narrado en el Evangelio. La plenitud del amor se
manifiesta a través de la bondad: a través de la bondad irradiaba y
se difundía sobre todos, en primer lugar sobre los que sufren y los pobres.
Sobre todos según sus necesidades y expectativas más verdaderas.
Así
es el Corazón humano del Hijo de Dios, incluso después de la experiencia de la
cruz y del sacrificio. Mejor dicho, todavía más: rebosante de amor y de bondad.
En el momento de la anunciación comenzó el
coloquio del Corazón de la Madre con el Corazón del Hijo. Nos unimos hoy a este
coloquio, meditando el misterio de la Encarnación en la plegaria del Angelus
Domini.
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