El Papa no pensaba
solamente en los viejos, aquellos que se encaminaban al final de la vida, sino
también en aquellos que se encontraban en el inicio de la misma. Una Navidad
escribió una
“Queridos niños – decía allí – les escribo
pensando cuando, hace ya muchos años también yo era un niño como ustedes. En ese entonces yo también vivía
intensamente la serena atmósfera de Navidad y, cuando brillaba la estrella de
Belén, iba rápidamente al pesebre de la iglesia junto con mis compañeros para
revivir aquello que había sucedido hace 2000 años en Palestina.”
Hablaba de la importancia
que Jesús dio a los niños, tanto que los propuso como modelo para entrar en el
reino de los Cielos. Incluso veía el Evangelio como “el Evangelio del niño”.
“Que importante es el niño a los ojos de Jesús!”, escribía: “Se podría señalar que el Evangelio esta
profundamente impregnado de la verdad del niño”. ¿Qué quiere decir, en efecto,
la afirmación de Jesus: ¨Si no se hacen como niños no entraran en el reino de
los Cielos?´ ¿Acaso Jesús no pone al
niño como modelo también para los adultos?”
“En el niño hay algo que
nunca puede faltar en aquel que quiera entrar en el reino de los Cielos. Al
cielo están destinados los que son sencillos como los niños, los que, como
ellos, están llenos de confiado abandono, los ricos en bondad, puros”.
El escribía a los niños y
ellos, en su pureza y simplicidad, a veces le hacían preguntas cuando los
encontraba en las parroquias romanas o en sus viajes. “Porque estás siempre
viajando por el mundo?” le había preguntado un monaguillo cuando, un domingo,
el Papa se entretuvo con los niños que le servían la mesa en una parroquia de
Roma. Era la pregunta de un niño, pero era también una pregunta que se hacían los
adultos.
El Papa comprendió que no debía
responder solamente al niño. Primero dijo, bromeando: “Porque el mundo no está
todo aquí”. Luego, agrego. “Has leído lo que dijo Jesus?” “Vayan y anuncien el
Evangelio a todo el mundo”. Por eso yo viajo por todo el mundo”.
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