La carta que había causado
más impresión era aquella dirigida A lasmujeres.
El veía y admiraba la presencia del “genio de
la mujer” en el mundo. Para él, la figura femenina sobre la tierra era “un
signo de la ternura de Dios hacia el género humano”.
En la comunidad eclesial,
la mujer, en razón de su femineidad, era como la expresión de aquello que es la
Iglesia: “Esposa de Cristo y madre de los creyentes”. Es decir, para el pueblo
de Dios la Iglesia señalaba en la mujer aquello que de más tierno y delicado
podía atribuirse: representar de manera mística, con su femineidad, el amor a
Cristo.
Por eso exclamaba
maravillado: “Gracias a ti, oh mujer, por el hecho mismo de ser mujer!”.
Hablaba de las actitudes de Jesus hacia la mujer: “Apertura, respeto,
recibimiento, ternura”. El Evangelio mostraba esto; sin embargo, el Papa se preguntaba: “¿Cuánto
de ese mensaje es captado y puesto en práctica?”. En la sociedad, quería decir,
pero también en la Iglesia.
El Papa escribía: “Lamentablemente
somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que, en todos los
tiempos y en todas las latitudes, han dificultado el camino de la mujer,
ignorada en su dignidad, falseadas sus prerrogativas, no pocas veces marginada
e inclusive reducida a la esclavitud. Si en esto no han faltado, especialmente
en determinados contextos históricos, responsabilidad objetiva incluso de no
pocos fieles de la Iglesia, lo lamento sinceramente”.
Escribía acerca de la
ternura de Jesus hacia las mujeres. También el demostraba ejercitar aquella
ternura, incluso hacia la mujer que “elige el aborto, grave pecado”. Nunca, en
ninguna parte del mundo, en ningún lugar en que sus viajes lo hicieran llegar,
aun más, ni en la dureza de sus discursos contra las leyes sobre el aborto
había tenido jamás palabras de condena o de desprecio hacia la madre que
sacrificaba a su propio hijo.
También para esta mujer había
tenido siempre expresiones de participación misericordiosa, de “ternura”,
precisamente. Por ella, una ver, invirtió el texto bíblico del libro del
Génesis, dando una nueva visión sobre el relato del pecado original.
Allá, en el jardín del
Edén, se muestra eva que arrastra a Adán
a la perdición. “Detrás del pecado de una mujer siempre está el hombre”, había comentado
el Papa un dia, en Varsovia. El “hombre”, en este caso, no era solamente una
persona física masculina, eran además ciertas estructuras de la sociedad. Este concepto
lo había repetido en la Carta a las mujeres. “La elección del aborto, antes de
ser una responsabilidad para cargar sobre las mujeres, es un crimen para
atribuir al hombre y a la complicidad del ambiente circundante”.
Por otra parte, el Papa ya había
dirigido su atención hacia la muer en una carta solemne, una carta apostólica,
la Mulieris digitatem, el 30 de
septiembre de 1988, el 30 de septiembre de 1988. Todo el documento tenía la forma de una meditación,
una extensa, apasionada consideración acerca de la mujer construida casi
exclusivamente sobre el plano sobrenatural y metafísico, inundada de textos bíblicos,
un texto para la defensa y exaltación de la dignidad y la sublimidad de la
mujer, del “genio femenino”, como decía ahora el Papa.
El principio del cual partía bíblicamente y sobre el
cual insistía era aquel de la igualdad de la mujer y del hombre delante de Dios
en el género humano. Del principio de la igualdad se derivaba que la mujer no podía
transformarse en objeto de dominio y de posesión masculina. Esto valía para el
matrimonio, pero también en los diversos campos de la convivencia social: las
situaciones en las uales la mujer permanece en desventaja o es discriminada por
el hecho de ser mujer. “Estas situaciones – escribía el Papa – son objetivamente
dañinas, injustas”.
El Pontífice había llegado casi a teorizar acera de una
superioridad de3 la mujer sobre le hombre. “Lo femenino es símbolo de todo lo
humano; Dios lo confía al hombre de un modo especial. Será el genio de la mujer, cuya mas alta
identidad es donar amor, la que salvara la sensibilidad para el hombre, porque
es esencialmente humana, una sensibilidad que amenaza con desaparecer en esta
nuestra árida era tecnológica”.
Comentando la aparición de la mujer sobre la tierra según
la Biblia, el Papa escribía: “La exclamación del primer hombre a la vista de la
mujer fue una exclamación de admiración y encanto que atraviesa toda la
historia del hombre sobre la tierra”.
La Mulieris
dignitatem era la expresión de admiración y encanto que el Papa elevaba
hacia la mujer de todos los tiempos.
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