La sugerencia para que
escribiera una carta a Mis hermanas yhermanos ancianos le llego de la Organización
de las Naciones Unidas, que en el año 1999 decidió hacer un llamado mundial a los hombres de la llamada “tercera
edad”. “Anciano también yo – escribía el Papa – sentí el deseo de entablar un
dialogo con ustedes”. Quería dirigirse a todo aquel que transcurriese sus días en
medio de las tribulaciones de la vejez: “Queridos ancianos que se encuentran en
precarias condiciones por la salud o por otras causas, estoy cerca de ustedes
afectuosamente”. “¿Qué es la vejez”, se preguntaba,
y respondía Cicerón: “De ella, a veces, se habla como del otoño de la vida”.
Pero más que compararla con una estación descendente, él prefería definirla
como el tiempo en que crece la sabiduría”.: “Es la época privilegiada de
aquella sabiduría que, generalmente, es fruto de la experiencia, porque el tiempo
es un gran maestro”.
Esa era la sabiduría del cristiano,
que mantenía en su vejez el espíritu joven mirando hacia lo eterno”. “Si la
vida es un peregrinar hacia la patria celestial, la vejez es el tiempo en el
que más naturalmente se mira hacia el umbral de la eternidad”.
Esto no quería decir un adiós
al amor a la vida: “Son años en que hay que vivir con un sentido de confiado
abandono en las manos de Dios, Padre providente y misericordioso”. “El don de
la vida – escribía el Papa – no obstante el cansancio y el dolor que la marcan,
es demasiado hermoso y precioso para que nos podamos cansar”.
Él, si bien se encontraba a
las puertas de los ochenta años, no se cansaba. “No obstante las limitaciones
que llegan con la edad – concluía – en este momento de mi vida, después de veinte años de ministerio en la Cátedra de
Pedro, conservo el gusto por la vida. Le agradezco al Señor. Es hermoso poder
agotarse hasta el final por la causa del reino de Dios”.
Aún más; conservaba todavía
el gusto por la ironía y el buen humor. Un día, después de su regreso del
hospital Gemelli, donde se había hecho atender a causa del fémur derecho,
fracturado por una caída en el baño de su departamento privado, recibió la
visita de un obispo. El prelado había comenzado elogiando el buen aspecto del Pontífice.
“Lo veo en forma” insistía – “Más aun,
¿sabe que le digo? El hospital le ha hecho
bien. Usted está mejor ahora que antes de la internación en el Gemelli”. El
Papa lo miro con expresión picaresca y le dijo.” Entonces, porque no va a
recuperarse también usted?”
Domenico Del Rio: Karol el Grande, Historia de Juan Pablo II, Paulinas, 2004
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