(altar mayor en la Basilica de la Santa Cruz, Florencia - imaen de Wikipedia)
El Señor nos vuelve a conceder este año un tiempo propicio para prepararnos
a celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de la muerte y resurrección
de Jesús, fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria. Debemos
volver continuamente a este Misterio, con la mente y con el corazón. De hecho,
este Misterio no deja de crecer en nosotros en la medida en que nos dejamos
involucrar por su dinamismo espiritual y lo abrazamos, respondiendo de modo
libre y generoso.
1. El Misterio pascual, fundamento de la conversión
La alegría del cristiano brota de la escucha y de la aceptación de la Buena Noticia de la
muerte y resurrección de Jesús: el kerygma. En este se resume el
Misterio de un amor «tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una
relación llena de diálogo sincero y fecundo» (Exhort. ap. Christus
vivit, 117). Quien cree en este anuncio rechaza la mentira de pensar
que somos nosotros quienes damos origen a nuestra vida, mientras que en
realidad nace del amor de Dios Padre, de su voluntad de dar la vida en
abundancia (cf. Jn 10,10). En cambio, si preferimos escuchar la voz
persuasiva del «padre de la mentira» (cf. Jn 8,45) corremos el riesgo de
hundirnos en el abismo del sinsentido, experimentando el infierno ya aquí en la
tierra, como lamentablemente nos testimonian muchos hechos dramáticos de la
experiencia humana personal y colectiva.
Por eso, en esta Cuaresma 2020 quisiera dirigir a todos y cada uno de los
cristianos lo que ya escribí a los jóvenes en la Exhortación apostólica
Christus
vivit: «Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar
una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en
su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con
tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez»
(n. 123).
La Pascua de
Jesús no es un acontecimiento del pasado: por el poder del Espíritu Santo es
siempre actual y nos permite mirar y tocar con fe la carne de Cristo en tantas
personas que sufren.
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