Después del triste e inaudito episodio
del atentado contra el Papa Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981 cuando
terminaba de dar la primera vuelta a la Plaza todo fue silencio y consternación y la
reacción común la plegaria. La catequesis
dedicada a conmemorar el 90 aniversario de la publicación de la Encìclica Rerum
novarum de Leòn XIII se quedó sin voz….
Ese encuentro semanal
recién continúo con la Audiencia
General del 7 de octubre. Juan Pablo II se referiría en
varias audiencias posteriores al atentado, al perdón y a la
misericordia. "Misericordiae Domini, quia non sumus consumpti"
(Lam 3, 22) expresaba en ésta. Gracias a la misericordia del Señor no
hemos sido aniquilados hasta el fin" (Lam 3, 22) agregando “ Estas son las palabras del Pueblo de
Dios, que manifiesta a su Señor la gratitud por la salvación, y alaba mediante
ellas a la
Misericordia Divina” y agradecía a todos aquellos que
se habían unido en oración por su pronta recuperación.
En la Audiencia
general del 14 de octubre el Papa vuelve a mencionar la “gran prueba
divina”, “la dimensión de la prueba de Dios” a la cual había sido
sometido.
En la Audiencia
general del 21 de octubre habló del perdón, tan ligado a la Divina Misericordia.
“Perdón” – decía el Papa - es una palabra pronunciada por los
labios de un hombre, al que se le habia hecho mal. Más aún, es la palabra del
corazón humano. En esta palabra del corazón cada uno de nosotros se esfuerza
por superar la frontera de la enemistad, que puede separarlo del otro, trata
de reconstruir el interior espacio de entendimiento, de contacto, de
unión. Cristo nos ha enseñado con la palabra del Evangelio y, sobre todo, con
el propio ejemplo, que este espacio se abre no sólo ante el otro hombre sino,
a la vez, ante Dios mismo. El Padre, que es Dios de perdón y de
misericordia, desea actuar precisamente en este espacio del perdón humano,
desea perdonar a aquellos que son capaces de perdonar recíprocamente, a los
que tratan de poner en práctica estas palabras: “Perdónanos... como nosotros
perdonamos”.
La Audiencia
del 28 de octubre de 1981, día dedicado a la Santísima Virgen
del Rosario, tuvo lugar en dos partes (en la Basílica y en el Aula
Pablo VI). En esa audiencia el Papa recomendaba
el rezo del Rosario, “plegaria que se caracteriza por su sencillez y su
profundidad”, agradecía a quienes habían orado por él y presentaba brevemente
su testimonio haciendo referencia a la Divina Misericordia.
“Al reanudar
nuevamente mi servicio tras la prueba que la Divina Misericordia
me ha permitido superar, me dirijo a todos con las palabras de San Pablo: orad
"por mí, a fin de que cuando hable me sean dadas palabras con que dar a
conocer el misterio del Evangelio..."
El haber
experimentado personalmente la violencia me ha hecho sentirme de modo más
intenso cercano a los que en cualquier lugar de la tierra y de cualquier
modo sufren persecuciones por el nombre de Cristo. Y también a todos
aquellos que sufren opresión por la santa causa del hombre y de la
dignidad, por la justicia y por la paz del mundo. Y, finalmente, a los que han
sellado esta fidelidad suya con la muerte.
Al pensar en todos
ellos, repito las palabras del Apóstol en la Carta a los Romanos: "Ninguno de nosotros
para sí mismo vive y ninguno para sí mismo muere; pues si vivimos, para el
Señor vivimos; y si morimos, morimos para el Señor. En fin, sea que vivamos,
sea que muramos, del Señor somos. Que por esto murió Cristo y resucitó, para
dominar sobre muertos y Vivos" (Rom 14, 7-9).”
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