(Imagen de Wkipedia. Altar principal de la Basilica de la Santa Cruz, Florencia)
Urgencia de conversión
Es saludable contemplar más a fondo el Misterio pascual, por el que hemos
recibido la misericordia de Dios. La experiencia de la misericordia,
efectivamente, es posible sólo en un «cara a cara» con el Señor crucificado y
resucitado «que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Un diálogo de
corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan importante en el
tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al
amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene. De hecho, el cristiano
reza con la conciencia de ser amado sin merecerlo. La oración puede asumir
formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios es que
penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón,
para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad.
Así pues, en este tiempo favorable, dejémonos guiar como Israel en el
desierto (cf. Os 2,16), a fin de poder escuchar finalmente la voz de
nuestro Esposo, para que resuene en nosotros con mayor profundidad y
disponibilidad. Cuanto más nos dejemos fascinar por su Palabra, más lograremos
experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros. No dejemos pasar en vano
este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de que somos nosotros los que
decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión a Él.
La apasionada voluntad de Dios de dialogar con sus hijos
El hecho de que el Señor nos ofrezca una vez más un tiempo favorable para
nuestra conversión nunca debemos darlo por supuesto. Esta nueva oportunidad
debería suscitar en nosotros un sentido de reconocimiento y sacudir nuestra
modorra. A pesar de la presencia —a veces dramática— del mal en nuestra vida,
al igual que en la vida de la
Iglesia y del mundo, este espacio que se nos ofrece para un
cambio de rumbo manifiesta la voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el
diálogo de salvación con nosotros. En Jesús crucificado, a quien «Dios hizo
pecado en favor nuestro» (2 Co 5,21), ha llegado esta voluntad hasta el
punto de hacer recaer sobre su Hijo todos nuestros pecados, hasta “poner a Dios
contra Dios”, como dijo el papa Benedicto XVI
(cf. Enc. Deus
caritas est, 12). En efecto, Dios ama también a sus enemigos (cf. Mt
5,43-48).
No hay comentarios:
Publicar un comentario