“«Siento claramente que mi misión no termina con mi muerte, sino que
empieza»” dejó escrito
Sor Faustina en su Diario. Y así realmente ocurrió. Su misión continúa y
está rindiendo frutos sorprendentes. Es verdaderamente maravilloso como su
devoción a Jesús Misericordioso se está expandiendo en nuestro mundo
contemporáneo, conquistando tantos corazones! Sin duda es un signo de los
tiempos – un signo de nuestro siglo XX. El balance de este siglo que
concluye agregado a los avances que a menudo han sobrepasado las épocas
precedentes, nos plantea una profunda inquietud y temor ante el futuro. Donde,
si no es en la
Divina Misericordia, puede el mundo encontrar su refugio y la
luz de la esperanza? Los creyentes lo comprenden plenamente.
Alabamos al Señor por las grandes cosas que
El ha hecho en su alma, lo alabamos y le agradecemos por las grandes cosas que
El ha hecho y continua haciendo en las almas que por medio del testimonio y los
mensajes de Sor Faustina descubren la infinita profundidad de la Divina Misericordia”
Celebremos al Señor
porque es bueno. Celebrémoslo porque es misericordioso. Así lo hicieron los
apóstoles, reunidos en el Cenáculo: ellos fueron los primeros que ensalzaron
este agradecimiento pascual allí reunidos. Fueron los los primeros en recibir
el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, ese Espíritu por el cual fueron
enviados: «Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes»
(Jn, 20,21) Esta misión perdura a través de los siglos, de
generación en generación. Y perdura igualmente la gracia, capaz de “hacer
nuevas todas las cosas” (Ap 21,5)
Y así Tomas,
representante singular entre ellos que dice: “Si no veo…no creo (Jn 20,25) se
convierte ocho días más tarde en portavoz de cuantos confiesan “Señor mío y
Dios mío” (Jn, 20,28) . Confiemos que la verdad de Cristo crucificado y
resucitado encuentre aceptación en las nuevas generaciones de aquellos
que «creen sin haber visto». (Jn, 20.,29)
“Dives in
misericordia”. Cuanta necesidad tiene el hombre de todos los tiempos de
su encuentro Contigo, o Cristo! De este encuentro en la fe, puesta a
prueba en el fuego de las privaciones y que fructifica en gozo: en el
gozo pascual la fe fructifica en gozo “gozo indecible y lleno de gloria” ( (1 Pt 1, 8).
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