Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

sábado, 27 de septiembre de 2025

Cardenal Paul Poupard : El Concilio Vaticano II (3 de 3)

 

 (publicado en el Nro 68 de la RevistaHumanitas, Chile al estar acumplindose los 50 años del Concilio Vaticano II) 

 El misterio de la Iglesia: en el mundo y su tiempo



En su carta apostólica Tertio Millennio Advenientedel 10 de noviembre de 1994, el Papa Juan Pablo II, que fue uno de los Padres más jóvenes y también uno de los más activos del Concilio, lo presenta así:

«El Concilio Vaticano II constituye un acontecimiento providencial gracias al cual la Iglesia ha iniciado la preparación próxima del Jubileo del segundo milenio. Se trata de un concilio semejante a los anteriores, aunque muy diferente: un concilio centrado en el misterio de Cristo y de su Iglesia, y al mismo tiempo abierto al mundo, contribución que marca la preparación de la nueva primavera de vida cristiana que deberá manifestar el Gran Jubileo si los cristianos son dóciles a la acción del Espíritu Santo».

De acuerdo con la orientación propuesta por el cardenal Montini a los Padres del Concilio —previamente presentada a Juan XXIII y aceptada por él— al terminar la primera sesión, se relee, reduce y reorienta el conjunto inconexo de los 70 esquemas preparatorios para presentar el misterio de la Iglesia a los hombres de nuestro tiempo a la luz de Jesús, Verbo de Dios, que resplandece sobre su rostro e ilumina en ella los elementos humanos y divinos, visibles e invisibles, como una realidad de fe, rica de vida, portadora de esperanza y desbordante de amor, ad intra y ad extra. No es la Iglesia la luz de las naciones, sino Cristo, del cual ella debe ser el reflejo y la mensajera, la Iglesia que los cristianos que viven en el mundo actual deben redescubrir en su misterio de fe, para presentarla a los hombres: son las dos grandes constituciones conciliares, la constitución dogmática Lumen gentium y la constitución pastoral Gaudium et spes.

(…)

La sorprendente actualidad del Concilio



El Concilio Vaticano II, nacido de una decisión de Juan XXIII, que maduró en el estudio y la oración, quiso rejuvenecer la Iglesia, lo cual para él significaba “aclarar el pensamiento, afianzar la unidad religiosa, avivar el fervor cristiano” (25 de enero de 1959).


Pero, acordándose tal vez de la vieja ley que recordaba Newman, el 7 de agosto de 1870, a una de las personas con las cuales se escribía: “Debemos recordar que rara vez ha habido un concilio al cual no haya seguido una gran confusión” (Cardenal John Henry Newman, Pensées sur l’Église, Cerf, col. Unam Sanctam, No. 30, p. 112), Juan XXIII agregaba, en la audiencia general del 5 de septiembre de 1959: “No debemos creer, sin embargo, que después del Concilio Ecuménico Vaticano II la paz será perfecta en el mundo. No debemos pensar que la vida en la tierra, a consecuencia de la renovación y el bienestar espiritual, será una especie de anticipación de la permanencia bienaventurada en el cielo. Desgraciadamente, en la existencia siempre estarán presentes las cargas y las angustias propias del peregrinaje terrenal. --- Sin embargo, habrá más claridad y las almas estarán mejor preparadas y dispuestas para recibir la ayuda del Señor”.

Newman tenía razón. Muchos concilios fueron seguidos de un largo período de debates, ciertamente de confusión en torno a los puntos de doctrina abordados, y también de falta de dedicación a la puesta en ejecución. En su carta del 6 de enero de 2001, Juan Pablo II se preguntaba cómo era realmente la situación cincuenta años después del Concilio Vaticano II. “¡Cuánta riqueza, queridos hermanos y hermanas, en las orientaciones que nos dio el Concilio Vaticano II! Por eso, en la preparación del Gran Jubileo, he pedido a la Iglesia que se interrogase sobre la acogida del Concilio. ¿Se ha hecho?” Al Concilio Vaticano II acompañó y sobre todo siguió una mutación sociocultural cuya amplitud, radicalidad, rapidez y carácter cósmico no tienen equivalente: el triunfo de los métodos críticos, la invasión de las ciencias humanas, la rebelión de parte de la juventud, la urbanización galopante, la secularización radical, la crisis del magisterio, el desinterés por todo cuanto proviene de una jerarquía, el acaparamiento de las cosas terrenales y la invasión de lo económico.

(…)

“A medida que pasan los años —declaraba Juan Pablo II el 6 de enero de 2001— los textos del Concilio no pierden nada de su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. Después de concluir el Jubileo siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza” (Novo millennio ineunte, n. 57).

En cuanto a su sucesor Benedicto XVI, su preocupación principal es poner en ejecución todo el Concilio de manera orgánica, en la continuidad de la Iglesia. En una cultura que todo lo aplana, nos recuerda —y lo ha dicho con fuerza ante sus compatriotas alemanes— que nuestro Padre del Cielo nos llama a vivir como hermanos responsables en la tierra, en la salvaguardia de la creación, el respeto a nuestros hermanos de todas las culturas y religiones, y siendo consecuentes con nuestra identidad propia de cristianos, amigos y discípulos de Jesús.

Sobre el autor : Nacido en Angers, Francia, el 30 de agosto de 1930. Tras sus estudios fue ordenado sacerdote en 1954. Se doctoró en Teología e Historia en La Sorbona, con una tesis sobre la relación entre razón y fe y entre la Iglesia y el Estado. Entre 1959 y 1971, fue oficial de la Secretaría de Estado y capellán del Instituto de San Doménico en Roma. En este cargo, estuvo presente en la solemne apertura del Concilio Vaticano II y trabajó junto a Juan XXIII y Pablo VI. De vuelta a Francia, se desempeñó durante diez años como rector del Instituto Católico de París. En 1979 fue nombrado auxiliar del arzobispo de París y llamado a unirse al Colegio de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y al Secretariado para los No Cristianos. Ha recibido reconocimientos como Gran Premio Cardenal Grente de la Academia Francesa, Caballero de la Legión de Honor, entre otros. Creado cardenal el 27 de mayo de 1985, fue presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo con los No Creyentes hasta el 4 de abril de 1993, cuando este se fusionó con el Consejo Pontificio para la Cultura. Desde 1988 hasta 2007 fue presidente del Consejo Pontificio para la Cultura y presidente emérito del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Ver mas   

Fuente Revista Humanitas, Chile

 

 

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