Esperanza y juventud en el Líbano
(la foto es de Souwar Lebanon Online Photo gallery. Gracias)
Aquel
mediodía de 1997 terminada la escuela yo podría haberme ido a casa como
cualquier otro día: dejada la mochila en mí habitación almorzaría y comenzaría a
hacer mis tareas y continuaría preparándome para los exámenes de fin de año. Pero
aquel día fue diferente. A mi escuela católica
le habían asignado 3 entradas por cada grupo de la escuela secundaria para un
encuentro con el papa Juan Pablo II que visitaría el Líbano aquella primavera. La celebración tendría lugar en el Santuario
de Nuestra Señora del Líbano – Harissa, donde el Papa firmaría el Sínodo especial
para el Líbano y se dirigiría a los jóvenes presentes, en representación de todas
las mujeres y hombres jóvenes del Líbano.
Aquel
día el Director de la escuela en medio del aula anunciaría los tres beneficiarios de las entradas. Yo no albergaba
ilusión alguna de estar entre aquellos jóvenes que tendrían la oportunidad de
estar en Harissa, ni siquiera lo había pensado. Mis planes eran estar allí a la vera del
camino junto a las multitudes para testimoniar al paso del vehículo y captar
un destello de su papamóvil. Pero mis planes tendrían un cambio. Allí en
medio de nosotros estaba parado el Director y después de entregar los
dos primeros entradas, me llamó a mí y
me entrego la tercera y última.
Recién
ahora, a quince años de aquel inesperado momento y en vísperas de la visita del
sucesor de Juan Pablo II comienzo a darme cuenta de la grandeza de la bendición
de aquel día cuando junto a miles y miles de jóvenes pude saludar al Papa en el
Santuario de Nuestra Señora.
Era
un día muy caluroso y la multitud enorme. Debimos caminar millas y millas (10
millas son 16 kms) desde el estacionamiento
de los buses hacia la cima del monte del Santuario. El vehículo
del Papa llego con más de una hora de demora pues su paso se veía impedido por
las multitudes. Y allí estaba, el
anciano papa, saludándonos con el entusiasmo y la energía de un joven de veinte
años. Amor, afecto, esperanza y la calma
del Espíritu Santo emanaban de su voz, alentándonos
a ser portadores del mensaje de paz y reconciliación
en el Líbano. Con su habitual cortesía rehusó
dejar solos a los miles que se habían reunido en el patio de la iglesia donde daba su mensaje y firmaba los documentos
del Sínodo. Prefirió el balcón y desde allí
nos transmitió un mensaje espontáneo que nos reveló a Juan Pablo II, el hombre que abrió de par en par las puertas
a Cristo, invitándonos a hacer lo mismo.
Al anochecer de aquel día, y antes que el vehículo
del papa se aprestara a partir corrí lo más rápido que pude para echarle un último
vistazo a su auto blanco. Lamentablemente, solo pude ver un destello detrás de aquella ventana. Esa sería la imagen
que perduraría de mi encuentro con él, una luz blanca brillante…….
Junto con mis amigos caminamos hasta el ómnibus. Estaba exhausto, pero no importaba. Me dormía, pero mi mente desbordaba energía. Esperanza y juventud latían aquella tarde y
la esperanza y la juventud que hoy albergo en mi alma están enraizadas en la
experiencia de aquel atardecer.
Aquella primavera en la escuela cuando recibí la
entrada para participar del evento con el Papa, mi regreso a casa no fue como
siempre. Regrese a casa pensando que
no solamente había sido afortunado en recibir la invitación, sino que además también
había recibido un llamado. Había sido
llamado a abrir las puertas y mi vida a Cristo con el perenne entusiasmo y la esperanza
de la juventud.
Gracias Juan Pablo II, ora por nosotros!
Abdallah, Beirut
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