“La buena convivencia, típicamente libanesa, debe demostrar, a todo
Oriente Medio y al resto del mundo, que dentro de una nación puede haber
colaboración entre las diferentes Iglesias, miembros todos de la única Iglesia
católica, en un espíritu fraternal de comunión con los demás cristianos y, al
mismo tiempo, la convivencia y el diálogo respetuoso entre los cristianos y sus
hermanos de otras religiones. Sabéis tan bien como yo que este equilibrio, que
se presenta por todas partes como un ejemplo, es extremadamente delicado. A
veces amenaza con romperse cuando se tensa como un arco, o se somete a
presiones que son con demasiada frecuencia partidistas, ciertamente
interesadas, contrarias y extrañas a la armonía y dulzura libanesa. Es
necesario entonces dar prueba de verdadera moderación y gran sabiduría. Y la
razón debe prevalecer sobre la pasión unilateral para favorecer el bien común
de todos. El gran rey Salomón, que conoció a Hirán, rey de Tiro, ¿acaso no
tenía a la sabiduría como la virtud suprema? Por eso se la pidió a Dios
insistentemente, y Dios le dio un corazón sabio e inteligente (1 R
3,9-12).
Vengo también para decir lo importante que es la presencia de Dios en la
vida de cada uno y cómo la forma de vivir juntos, esta convivencia que
desea testimoniar vuestro país, será profunda en la medida en que esté fundada
en una actitud de acogida y benevolencia hacia el otro, en la medida que esté
enraizada en Dios, que desea que todos los hombres sean hermanos. El famoso equilibrio
libanés, que quiere seguir siendo una realidad, se puede prolongar gracias a la
buena voluntad y al empeño de todos los libaneses. Sólo entonces podrá servir
de modelo para los habitantes de toda la región, y del mundo entero. No se
trata únicamente de una obra humana, sino de un don de Dios que hay que pedir
con insistencia, preservar a cualquier precio, y consolidar con determinación.
Los lazos entre el Líbano y el Sucesor de Pedro son históricos y
profundos. Señor Presidente y queridos amigos, vengo al Líbano como un
peregrino de paz, como un amigo de Dios, y como un amigo de los hombres.
«سَلامي أُعطيكُم »: «La paz os dejo», dijo Cristo (Jn 14,27). Y, más
allá de vuestro país, vengo también hoy simbólicamente a todos los países de
Oriente Medio, como un peregrino de paz, como un amigo de Dios, y como un amigo
de todos los habitantes de todos los países de la región, cualquiera que sea su
pertenencia y su creencia. Cristo les dice también a ellos: «سَلامي أُعطيكُم».
Vuestros gozos y penas están continuamente presentes en la oración del Papa y
pido a Dios que os acompañe y alivie. Os puedo asegurar que rezo
particularmente por todos los que sufren en esta región, que son muchos. La
imagen de san Marón me
recuerda lo que vivís y soportáis.”
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