Preparando
el post anterior “Maria modelo y guía del Adviento” recordaba
nuestra peregrinación a Mentorella.
Como
olvidar esos momentos tan emotivos, tan
únicos en pos de descubrir el secreto que ligaba a Juan Pablo II a ese
pequeño y por otra parte majestuoso lugar, situado sobre un promontorio poco importante, desde donde, sin embargo, se divisa la grandeza
de los montes vecinos y donde Juan Pablo II solia sentarse para admirar las
obras del Creador. A falta de sus queridos Tatry (Tatras) gustaba saborear esas
escapadas hacia Mentorella recordando visitas anteriores cuando venía a Roma más
ligero de carga, como sacerdote y enviado polaco. Este lugar se transformo luego en remanso y refugio espiritual en medio del
trajinar diario en Roma, donde
podía encontrarse con su Madre Maria mas a solas dentro o fuera del templo.
Y
recordaba nuestro propio periplo en llegar hasta alli, pasando por pueblitos de vida casi rústica, cerca de Roma pero lejos de su ruidosa vida cotidiana. También para nosotras fue un respiro habernos
alejado un poco de aquellos días de tanta actividad y movimiento (beatificación de Juan Pablo
II) pero de tantas emociones que costaba
almacenar todas de golpe y hacía falta alejarse un poco para saborearlas por
entero. Un regalo de Dios, inmerecido
como todos sus regalos, que aun me cuesta asumir, y no me
canso de agradecer.
Cuando
llegamos estaba casi desierto el lugar, hasta dudamos si estaría abierto y
encontraríamos a alguien. No tardamos en divisar al padre Adam quien nos atendió con esmero y
dedicación dándonos instrucciones,
consejos y programa del día. Tendríamos
tiempo para visitar tranquilamente el lugar y los alrededores, sentarnos a
tomar algo y por la tarde en intimo recogimiento participar del santo rosario y
la santa Misa con un grupo de personas que habían llegado al lugar.
Y recuerdo también con mucha nitidez nuestro regreso. La bruma que envolvió el
monte parecía haberse levantado para no dejarnos ir…y nos costaba abandonar esa
paz. Partimos casi a tientas por aquellas
serpentinas que a la ida no parecían tan temibles. Toda una aventura.
Mentorella,
siempre en mi recuerdo!..
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