En
septiembre de 1999 Alfa y Omega entrevisto al Padre jesuita Cándido Pozo, fallecido en 2011 (profesor de Teologia y autor de numerosos artículos y libros, traducidos a varios idiomas,) para pedirle sus puntos de vista con respecto a
las Audiencias de Juan Pablo II sobre cielo, purgatorio, infierno y las perplejidades
presentadas ante estas catequesis.
¿Hay elementos en la doctrina de Juan Pablo II sobre cielo,
infierno y purgatorio que expliquen el impacto que ha producido en la opinión
pública?
Supongo que el tema que más ha llamado la atención en no pocos ambientes ha
sido la afirmación de que estas realidades no son un lugar, sino un estado.
Pero confieso que me ha sorprendido tanta perplejidad ante una afirmación que
no es precisamente nueva. Es lo que se venía enseñando en teología, con plena
unanimidad, desde hace muchísimo tiempo. Ya san Agustín escribió: Sea Dios mismo, después de esta vida, nuestro sitio.
Hans Urs von Balthasar comentaba espléndidamente la frase agustiniana: Dios es la «realidad última» de la creatura. Como alcanzado es
cielo; como perdido, infierno; como examinante, juicio; como purificante,
purgatorio. El primer tratado que se escribió en la Iglesia sobre
las realidades últimas, lo hizo, en España, el año 688, san Julián de Toledo,
después de una conversación en Toledo con Idalio, obispo de Barcelona, que se
había desplazado a la capital del reino visigodo con ocasión del XV Concilio de
Toledo. Es curioso que san Julián insista en que se evite el fundamentalismo en
la manera de concebir las realidades posteriores a la muerte. Él sabe que infierno significa etimológicamente lo que está
debajo; pero advertirá que no se tome la expresión al pie de la letra como
localización del infierno. Lo bajo en un sentido espiritual es lo triste: de la
misma manera que en lo corporal lo pesado va abajo, así lo que apesadumbra el
alma, lo deprimente, lo triste, es lo que espiritualmente se considera abajo.
Para san Julián de Toledo el fuego del purgatorio no
es material, sino una metáfora para expresar el sufrimiento del alma que se
purifica. Tampoco el valle de Josafat es
una denominación geográfica, ya que Josafat significa el juicio del Señor. Lo que llama la atención es el
talante contrario a una mentalidad fundamentalista que sería la que
verdaderamente crea dificultades: ¿Se ha pensado en serio la impresión de
aglomeración de un cielo concebido como lugar para todas las generaciones que
han existido desde la creación del hombre? El alma que sobrevive al
hombre, es una realidad espiritual (Concilio Vaticano
II, Gaudium et spes, 14; Pablo VI, Profesión de fe, 8).
Algunos han creído poder descubrir en la catequesis de Juan Pablo
II sobre el infierno una especie de atenuación de los sufrimientos que se
atribuían a la condenación, como también una cierta tendencia favorable a un
infierno vacío.
En cuanto a la atenuación de sufrimientos, el Papa se ha limitado a advertir de
la necesidad de estar atentos a la índole metafórica de determinadas
expresiones que la Sagrada Escritura utiliza. Ya hace veinte años (mayo de
1979), la Congregación para la Doctrina de la Fe en su carta Recentiores Episcoporum Synodi, dirigida a los
miembros de las Conferencias Episcopales del mundo entero, explicaba el fuego del infierno como la repercusión de la
privación de la visión de Dios sobre todo el ser del condenado. Opinar que con
ello se atenúa la seriedad de la condenación, sólo puede hacerlo quien
subvalore todo sufrimiento que no sea físico. Lo que sí aparece en esta
perspectiva es que la doctrina de fe sobre el infierno no implica una concepción
de Dios que se complazca en torturar a sus hijos pródigos con un tormento
infligido desde fuera. Es el hombre el que se cierra a Dios y se aleja de Él;
la conciencia de haber errado el camino, que será nítida en la otra vida, más
el aislamiento escogido por quien pretendió suplantar el puesto de Dios,
constituyéndose egoísticamente en centro, implica el dolor eterno. Me cuesta
trabajo entender que se considere esta situación como leve.
En
cuanto al pretendido infierno vacío, Juan Pablo
II lo rechaza. Explícitamente habla de unos condenados que son los ángeles
caídos, los demonios, seres espirituales y libres (ignoro cómo ha podido
llegarse a escribir que el Papa no afirmaba la existencia del demonio). Con
respecto a la condenación de hombres, se limita, sin embargo, a reconocer que
la Iglesia no tiene una especie de poder de hacer canonizaciones al revés, es decir, de declarar quién
se ha condenado, de modo paralelo a aquel con que declara que un santo se
encuentra en la bienaventuranza eterna. Por lo demás, si el infierno es un
estado y no un sitio, no puede decirse simultáneamente que se admite el
infierno, pero que está vacío; un estado que no se diese en nadie, simplemente
no existiría.
¿Tiene el Papa una nueva perspectiva sobre el purgatorio?
Quizás pueda señalarse un desplazamiento de la idea del purgatorio como castigo
a la del purgatorio como purificación, pero éste es un tema absolutamente
tradicional. La afirmación del Salmo 15, 1-2 sobre la necesidad de no tener
mancha alguna para entrar en la morada de Dios, era interpretada ya en el siglo
III por Orígenes como referida al tabernáculo celeste. Por otra parte, la más
profunda explicación de la teología del purgatorio se debe a una mujer, a santa
Catalina de Génova (no se la debe confundir con la Doctora de la Iglesia, santa
Catalina de Siena). Para ella, el purgatorio se refiere a almas que han muerto
en gracia y que, por tanto, aman a Cristo. Ese amor se hace plenamente
consciente al morir. Pero las manchas veniales o de pecados mortales perdonados
y no plenamente purificados, impiden el encuentro con el Señor, la persona
amada. Quien ama y se ve retardado de poseer a la persona amada, sufre. Y ese
sufrimiento lo purifica. El purgatorio puede definirse como la purificación en
el amor y por el amor. Este pensamiento es además frecuente en los místicos
(por ejemplo, en san Juan de la Cruz) cuando establecen un paralelismo entre la
purificación del purgatorio y ciertas purificaciones que tienen lugar en
experiencias místicas, llenas de amor entre el alma y Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario