Desconozco
cuan cerca estuvo físicamente el padre jesuita Candido Pozo del Concilio Vaticano
II, pero el seguimiento minucioso de la participación de Karol Wojtyla en el
Concilio y que ha logrado plasmar en su escrito es magistral. No he leído hasta
ahora nada tan detallado, paso a paso, año a año. Publico aquí la introducción,
detalle del indicativo de capítulos y conclusión
e invito a quien tenga interés en el
tema leerlo minuciosamente (son 33 paginas) . Verdaderamente sin parangón.
Ya había citado esta parte de la Introduccioon en este blog, Y vuelvo a publicarlo pues así comienza el articulo del padre Pozo.
El 6 de octubre de 1985, a la salida de la ceremonia de Beatificación de tres jesuitas españoles (Diego Luis de San Vitores, JoséMaría Rubio y Francisco Gárate), escuché atentamente las palabras de Juan Pablo II antes de rezar el «Angelus». Me impresionaron fuertemente. Constituían una. vibrante afirmación de que su experiencia conciliar lo había sellado definitivamente: «Cuantos hemos sido participantes en la Asamblea ecuménica, hemos advertido la presencia mística y eficaz del Espíritu Santo y hemos sacado de ello un impulso incoercible para el compromiso de la actuación práctica del Concilio.
Pero el Papa no se limitaba a esta declaración. No podía ni debía hacerlo como si fuera una posición nueva en él. Evocaba y recordaba ulteriormente consideraciones suyas a sus diocesanos de Cracovia después de haber asistido a las cuatro etapas del Concilio: «Un obispo que ha participado en el -Concilio Vaticano II, se siente en deuda con él El Concilio... tiene un valor y un significado único e irrepetible para cuantos han tomado parte en él y lo han puesto en práctica... Hemos contraído una deuda con el Espíritu Santo, con el Espíritu de Cristo. Ese Espíritu que es el que habla a las Iglesias (d. Apoc 2, 7), Y cuya palabra durante el Concilio, y en su virtud, fue especialmente expresiva y decisiva para la Iglesia. Los obispos, miembros del Colegio, que han heredado de los apóstoles la promesa que hizo Cristo en el cenáculo, están especialmente obligados a ser conscientes de la deuda contraída 'con la palabra del Espíritu Santo', puesto que estaban allí para traducir al lenguaje humano la palabra de Dios. Esta expresión, en cuanto que es humana, puede ser imperfecta y estar abierta a formulaciones siempre más exactas, pero es, al mismo tiempo, auténtica, ya que contiene precisamente lo que el Espíritu 'ha dicho a la Iglesia' en un determinado momento histórico. De este modo, la conciencia de la deuda procede de la fe y del Evangelio, que nos permiten poner la palabra de Dios en lenguaje humano contemporáneo, conectándolo con la autoridad del supremo Magisterio de la Iglesia ... La conciencia de la deuda... va unida a la necesidad de dar una ulterior respuesta. Es la fe la que la exige. Esta es, en efecto, por su esencia, una respuesta a la palabra de Dios, a lo que el Espíritu dice a la Iglesia»
(…)
La insistencia en su deuda personal con el Concilio y en su trayectoria de Pastor preocupado por responder a ella, ya como Arzobispo de Cracovia y, por tanto, mucho antes de su elección al Sumo Pontificado, me llamaron poderosamente la atención. Confieso que incluso creí descubrir en estas palabras un cierto sentido, sereno y firme a la vez, de respuesta.
(…)
En todo caso, las palabras del Papa el 6 de octubre antes del Angelus, . se sitúan en una «novena» de breves alocuciones dominicales sobre el Concilio, concebida como preparación al II Sínodo extraordinario, la cual tuvo su punto de partida el 30 de septiembre. Aquel dia el Papa había recordado: «La Providencia dispuso que cuando sono la hora del Concilio, yo estuviera viviendo mis primicias de Obispo, habiendo recibido la Ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958. He tenido, por ello, la gracia singular de participar en esa gran obra y de dar mi contribución a sus trabajos. De este modo, desde los primeros pasos preparatorios, sucesivamente en las varias etapas de su desarrollo y después en la fase de los compromisos aplicativos, el Vaticano II constituyó el trasfondo, el clima, el centro inspirador de mis pensamientos y de mis actividades de Pastor de la amada Iglesia particular, a la que la bondad del Señor me había llamado»
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