Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 22 de octubre de 2021

22 de octubre 1978 – Un Papa polaco entre nosotros

 


Cuando Roma, pero también algunas diócesis de Italia y del mundo se aprestaban a festejar por primera vez la memoria litúrgica de Juan Pablo II mediante conferencias, exposición de reliquias y celebraciones eucarísticas – como algunas de las iniciativas promovidas a fin de brindar la oportunidad de recordar, en agradecimiento orante, el gran don del Papa “venido de lejos” como lo recuerda Mons. Alberto Maria Careggio, Obispo de Ventimiglia-Sanremo, mi amiga italiana la prof. Carmela Randone anotaba estas reflexiones:

“Juan Pablo II no ha sido solamente un gran Papa, un fino intelectual, un poeta y filosofo de una profundidad infrecuente. En Juan Pablo II el hombre contemporáneo, a menudo extraviado y frágil, veía un padre, un amigo, un hermano siempre dispuesto a donarse en nombre del Amor que rodeaba toda su existencia, cada instante, cada gesto, cada palabra. Para Juan Pablo II Dios no era objeto de estudio, de análisis exegético o teológico, sino una experiencia viva, real, que abarcaba todo su ser, su vida de hombre, sacerdote, obispo, pontífice. Lo recuerdan a menudo cuantos han estado cerca de él: Juan Pablo II no desviaba jamás su mirada de aquel Misterio en el cual estaba enteramente inmerso, en una identificación común a los místicos, místicos santos. Vivía en la dimensión del Misterio, “respiraba” el Misterio.


Todo su ser enteramente en Dios no lo distraía, no lo abstraía de lo humano de donde extraía la grandeza y la belleza que proceden del hombre en su condición de imagen de Dios Creador, del Dios Amor.


En cierto sentido, cuando en 1962 le decía a los jóvenes universitarios de Cracovia que «Cristo no nos aleja de nosotros mismos. Cristo no anula a ninguno de nosotros. No nos menosprecia»! no proponía la tesis conclusiva de estudios teológico – académicos o de análisis eclesiológico, que fueran a formar parte de ensayos exitosos. No, aquella frase contenía en si algo mucho más profundo y verdadero. El había sufrido la pérdida de sus seres más queridos (en su ordenación no habían estado presentes ni sus padres ni su hermano, muerto años antes); debió afrontar el drama de la ocupación alemana y la tragedia de la guerra solo; sus amigos más queridos fueron apresados y torturados. Y precisamente por todo ello, ya entonces era testimonio fiel, maestro fidedigno, como lo sería hasta el final.


El, con su vida, mas allá de sus discursos y escritos, ha hecho visible la verdad de cuanto proclamaba a los jóvenes amigos universitarios.
No ha tenido miedo de “vivir plenamente”, de ser hombre entre los hombres, consciente que la encarnación es el centro, el fulcro de nuestra fe. No ha tenido miedo de encontrarse con el hombre, el hombre real, que “vive, goza, llora y sufre”, y ello en todas las latitudes, en toda circunstancia, en toda condición.

 

Alguien hace mucho tiempo se inclinaba sobre mi/...encerrado en este abrazo – el rostro acariciado – viene luego el asombro y el silencio, el silencio sin palabras / que nada entiende, que nada juzga / y en este silencio siento la inclinación de Dios.
Así escribía Karol Wojtla

 

Vigoroso y débil, fuerte y tembloroso, con su voz potente o con un soplo de voz, toda su existencia transcurrió como respuesta a una llamada del Amor, respuesta a “aquel inclinarse de Dios” de su vivencia diaria.


Al hombre, a la humanidad extraviada e inquieta del Siglo XX e inicios del XXI,  Juan Pablo II no le ha propuesto grandes discursos, ni ofrecido exegesis o lecciones magistrales de alto vuelo...sencillamente se ha ofrecido el mismo, su existencia, su persona, su amor. El, como a menudo se dice de él, ha enseñado a vivir, a gozar de las pequeñas cosas: ha enseñado a contemplar la naturaleza, a gozar de la vida, a amar la vida, a respetarla siempre incondicionalmente; pero ante todo ha enseñado que significa donarse por entero hasta la anulación de si mismo, anulación posible solo para aquel que esta “todo en Dios”, como el maravillosa y estupendamente testimoniara. Su humanidad, su fragilidad, su debilidad, hasta la “deformación” del cuerpo rigido debido a la enfermedad, vividos en Cristo y por Cristo, se convirtieron en signo visible de lo Invisible, un signo tan potente que su mensaje lograba “hablarle” también a los corazones de los hombres que viven en el “desierto” de un mundo cada vez mas secularizado y “hostil a Dios”.


Sus “hijos” festejan hoy pidiendo a Dios, por intercesión de Juan Pablo II, la fuerza y la audacia de poder testimoniar la belleza de ser cristianos y el gozo de un “fiat” que ilumina, irradia y da sentido a nuestro vivir, gozar, amar, sufrir y morir.”

Prof. Carmela Randone

 

 

 

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