Cito aquí algunos párrafos donde la Congregación para la Doctrina de la Fe en su Carta a los Obispos fechada 1 de agosto de 2018, reitera y aclara lo establecido en el Nr 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la pena de muerte. La carta fue aprobada por el Papa Francisco en la Sesión Ordinaria de la Congregación el 23 de junio de 2018 y ordenada su publicación.
1.
El Santo Padre Francisco, en el Discurso con ocasión del vigésimo quinto
aniversario de la publicación de la Constitución Apostólica Fidei depositum, con la cual Juan Pablo II promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica, pidió
que fuera reformulada la enseñanza sobre la pena de muerte, para recoger mejor
el desarrollo de la doctrina que este punto ha tenido en los últimos tiempos[1].
Este desarrollo descansa principalmente en la conciencia cada vez más clara en
la Iglesia del respeto que se debe a toda vida humana. En esta línea, Juan Pablo II afirmó: «Ni siquiera el
homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace su garante».[2]
3.
En este desarrollo, es de gran importancia la enseñanza de la Carta
Encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II. El Santo Padre enumeraba entre
los signos de esperanza de una nueva civilización de la vida «la aversión cada
vez más difundida en la opinión pública a la pena de muerte, incluso
como instrumento de “legítima defensa” social, al considerar las posibilidades
con las que cuenta una sociedad moderna para reprimir eficazmente el crimen de
modo que, neutralizando a quien lo ha cometido, no se le prive definitivamente
de la posibilidad de redimirse»[3].
La enseñanza de Evangelium vitae fue recogida más
tarde en la editio typica del Catecismo de la Iglesia Católica. En este,
la pena de muerte no se presenta como una pena proporcional a la gravedad del
delito, sino que se justifica solo si fuera «el único camino posible para
defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas», aunque si de hecho
«los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo suceden muy
rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos» (n. 2267).
4. Juan Pablo II también intervino en otras
ocasiones contra la pena de muerte, apelando tanto al respeto de la dignidad de
la persona como a los medios que la sociedad actual posee para defenderse del
criminal. Así, en el Mensaje navideño de
1998, auguraba «en el mundo el consenso sobre medidas urgentes y
adecuadas… para desterrar la pena de muerte»[4].
Un mes después, en los Estados Unidos, repitió: «Un signo de esperanza es el
reconocimiento cada vez mayor de que nunca hay que negar la dignidad de la vida
humana, ni siquiera a alguien que haya hecho un gran mal. La sociedad moderna
posee los medios para protegerse, sin negar definitivamente a los criminales la
posibilidad de enmendarse. Renuevo el llamamiento que hice recientemente, en
Navidad, para que se decida abolir la pena de muerte, que es cruel e
innecesaria»[5].
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