“El
Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su
sencillez y en su profundidad. En esta plegaria repetimos muchas veces las
palabras que la Virgen María oyó del Arcángel y de su prima Isabel. Palabras a
las que se asocia la Iglesia entera.
Se
puede decir que el Rosario es en cierto modo un comentario oración sobre el
capítulo final de la constitución Lumen gentium del
Vaticano II, capítulo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios
en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las
Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de
Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y
gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesucristo a través ―se
puede decir― del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede
incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del
individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias
personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevan
más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con
el ritmo de la vida humana.”
(Juan Pablo II – Ángelus 29 de octubre de 1978)
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