En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo
Te confío a Ti, ¡oh
Inmaculada Madre de Dios!, mi pueblo, mi patria tan fiel a Cristo y a la
Iglesia, y tan devota de Ti.
Otros problemas quedan en el
secreto de los corazones humanos y de las conciencias. Cada
uno de nosotros trae aquí muchas de estas preocupaciones y muchos problemas que
atañen a sí mismo, a su familia, al propio ambiente, a la comunidad con la que
está vinculado o de la que se siente responsable.
Aunque no lo manifestemos
en voz alta, Tú, oh Madre, lo sabes mejor, porque la Madre
sabe siempre...
Tú, oh Madre, sabes mejor
cuáles son los problemas de la Iglesia y del mundo contemporáneo con los que
viene hoy a Ti el Obispo de Roma, y cada uno de los presentes.
Así que ¡acógelos!, dígnate
acoger y atender esta oración nuestra sin palabras.
Y, sobre todo, acepta las
expresiones de nuestra gratitud ferviente por estar con nosotros, por
salir a nuestro encuentro todos los días y, particularmente, el día solemne de
hoy.
Y ¡quédate!
Permanece con nosotros cada vez más. Sal a nuestro encuentro cada vez más
frecuentemente, porque tenemos mucha necesidad de Ti. Háblanos con tu
maternidad, tu sencillez y tu santidad. Háblanos con tu Inmaculada Concepción.
¡Háblanos continuamente!
Y obtennos la gracia
—incluso si estamos muy lejos— de no perder la sensibilidad a tu presencia en
medio de nosotros.
Amén.
JUAN PABLO II, Plegaria a Nuestra
Señora
Solemnidad de la Inmaculada Concepción
Plaza de España, Roma
Lunes 8 de diciembre de 1980
--
¡Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo dónanos tu bendición!
Tú advertiste el
asalto de satanás contra esta preciosa e indispensable chispita de Cielo, que
Dios encendió sobre la tierra. San Juan Pablo, con tu oración protege las
familias y cada vida que brota en la familia.
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