Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

jueves, 16 de octubre de 2025

Cardenal Stanislaw Dziwisz : Viene un papa eslavo (1 de 2) - 1978

 


El «año de los tres Papas». Asi fue llamado 1978.

Gian Franco Svidercoschi

Aunque, como eslógico, Wojtyla nunca e hubiera podido imaginar, aquel primer domingo de agosto, el vuelco que iba a dar su vida en apenas un par de meses

Stanislaw Dziwisz

Se encontraba de vacaciones en los montes Bieszczady, con algunos amigos, cuando recibió la noticia de la muerte de Pablo VI. Ya se sabía que el Papa estaba enfermo, muy enfermo; pero cuando supo de su partida, el arzobispo sufrió mucho. Estaba muy unido a él, le apreciaba comoa un padre. Le habían impresionado desde un princpio su estilo pastoral, la forma en que contemplaba el mundo, la enorme apertura que demostraba hacia los problemas de la cultura.

La Iglesia se puso en camino hacia el cónclave. Muchos comentaristas preveían una elección dificil, compleja, por el elevado número de miembros del Sacro Colegio. Y porque no se habían entibiado aún los debates que laceraron a la comunidad católica en el largo y conflictivo perido que siguió al Concilio.

El cardenal Wojtyla so  se preguntaba nunca quién seria el sucesor del difunto Pontifice.  Se limitaba a decir: El Espiritu Santo decidirá. Lo observaba todo desde la óptica de la fe, con la mirada de un hombre creyente, un hombre de Iglesia.  En Roma se encontró con albino Luciani, el patriarca de Venecia. No se conocían a fondo, pero se habían visto con frecuencia y entre ellos había una gran afinidad espiritual. Recuerdo uno de aquellos encuentros, en el Colegio Pontificio polaco, en la plaza Remuria. Era el periodo preparatorio del cónclave. El cardenal Wojtyla invitò a comer al patriarca, y él acudió encantado. Yo también tuve ocasión de conocerlo y me cayó ensegida muy bien por su gran espontaneidad. Otro encuentro interesante fue el que tuvo con el cardenal Joseph Ratzinger. Creo que hablaron del crácter propiamente católico, cristiano, que debía tener la propuesta de la Iglesia al mundo contemporáneo en el inminente paso de milenio.

El cónclave, en contra de lo previsto, terminó muy pronto. La elección fue rapidisima, señal de que en aquel momento decisivo el Sacro Colegio había reencontrado una fuerte unidad.  Y, quizás, precisamente por esto, para reforzar la cohesión, el patriarca de Venecia había asumido un nombre compuesto – por el de Juan XXIII y el de PabloVI -, aunando la herencia de sus dos inmediatos predecesores. Y conciliando asi las dos tendencias que se identificaban – muchas veces contraponiéndolas, equivocadamente – con ambos Pontìfices.

El cardenal Wojtyla no contó nunca los detalles del cónclave. Dijo solo que durante su desarrollo se advirtió la presencia del Espìritu Santo. Aceptó y consideró como la voluntad de Dios – indicada por Ël a sus cardenales – la elección del nuevo Papa.  Tuvo un encuentro con Juan Pablo I inmediatamente después de la inauguración del pontificado y regresó a Cracovia llevándose consigo el recuerdo de aquella sonrisa llena de bondad, de la alegría con la que el Papa expresaba su profunda fe.

Transcurrieron sólo treinta y tres dias. Wojtyla acababa de regresar de una visita a Alemania Federal con la delegación del episcopado, encabezada por el cardenal Wyszynski. Habia estado en el santuario de Kalwaria. Celebró en la catedral de Wawel una misa solemne por la festividad de San Wenceslao y al mismo tiempo, para recordar el vigésimo aniversario de su ordenación episcopal. La mañana del 29 de septiembre estaba tomando el té cuando Mucha, el chofer, entro como una tromba en la habitación. Tenìa el rostro acalorado, agitado; a duras penas, consiguió decir que Juan Pablo I había muerto.

El arzobispo quedó rígido, pero sólo durante unos instantes. Interrumpió el desayuno y se dirigió a su habitación. En esos momentos tan tristes quería estar solo. No hizo ningun comentario: solo le oíamos murmurar: «Algo inaudito…inaudito». Vimos desde lejos que entraba en la capilla. Se quedo allí mucho rato, rezando.  Rezaba y quizá, se interrogaba, interrogab a Dios. Igual que hizo luego, abriendo su coracon, en la misa del funeral que se celebró en la basílica Mariacka: El mundo entero, la Iglesia entera se pregunta ¿Por qué?  […] No sabemos que significa esta muerte para la cátedra de Pedro. No sabemos qué ha querido decir Cristo a través de ella a la Iglesia y al mundo.

En Roma, en el Vaticano nos parecía estar asistiendo casi a una réplica de las escenas vividas en agosto. Pero para Wojtyla todo habia cambiado…

No hablaba nunca, ni siquiera en privado, de la sucesión del papa Luciani…

Pero los que lo conocían bien podìan leer en su rostro la inqujietud que sentìaen su interior. Quzá también porque se había enterado de que un cardenal tan infuyente como Franz Konig, arzobispo de Viena, mencionaba con frecuencia su nombre cuando hablaba con otros purpurados. La noche antes del cónclave quiso saludar, uno por uno, a todos los sacerdotes que residían en el colegio del Aventino, donde el se alojaba siempre que iba a Roma. Fu un saludo intenso, fraternal, pero a nadie se le escapó lo tneso de su actitud, su mirada pensativa.

A la mañana siguiente acompañé al cardenal al Vaticano. Antes nos acercamos al hospital Gemelli, a hacerle una visita a monseñor Andrzej Deskur que, precisamente en esos días, había sfrido un ictus y estaba ingresado en la unidad de reanimacion; estaba muy grave y aún no había recperado la consciencia. Años después ya Papa, Karol Wojtyla recordarìa la repentina enfermedad de monseñor Deskur diciendo que lo habia interpretado como una señal y que ésta le habia hecho reflexionar mucho. También porque a lo largo de su vida se habían producido más señales de este tipo. Cuando le iban a ordenar obispo,uno de sus más queridos amigos, monseñor Marian Jaworski debía sustituirle en un compromiso, ir a predicar los ejercicios a los sacerdotes; acudió en tren, se produjo un terrible accidente y perdió un brazo. Más tarde, justo en las vísperas del cónclave, la gravísima enfermedad de monseñor Deskur. Era como si su elección – quería decir el Papa – estuviese relacionada de alguna forma con el sufrimiento del amigo.  Pero  henos ya en el cónclave. Lo que allí ocurrió es un secreto, garantizaod por el juramento. No conocemos ningún detalle. Porlo tanto, que siga guardado por el Espíritui Santo y la sabiduría de la iglesia…

De acuerdo. Nadie quiere hacer conjeturas, mucho menos especulaciones. Con todo, con las debidas cautelas, y apoyándonos siempre sobre las voces autorizadas: podemos intentar reconstruir minimamente como se desarrolló el cónclave. Al menos para entender claro y de donde surgió aquella elección. Se inició el 15 de octubre de 1978, la primera jornada estuvo marcada por le debate entre los partidarios del arzobispo de Génova, Giuseppe Siri, ylos de Giovanni Benelli, arzobispode Florencia. Dos italianos, pero que representaban posiciones diveras: la primera sostenía la exigenia de una cierta modificación en la ruta trazada porel Concilio; la segunda, en cambio, apostaba por la continuación del Vaticano II, bajo el signo de una plena fidelidad al espíritu y a la letra de las enseñanzas conciliares.  Obviadas las dos candidaturas, mejor dicho, eliminadas recíprocamente, ya en las dos primeras votaciones del 16 de octubre, el nombre del arzobispo de Cracovia obtuvo numerosos votos. En el intervalo, como contó el cardenal Luigi Ciappi se produjo el vuelco decisivo: los que apoyaban a Wojtyla fueron convenciendo poco a poco a los otros miembros del Sacro Colegio. FueKönig, casi con toda seguridad, el gran artífice de ete progresivo desplazamiento de consensos. Ya había hablado con Wyszynski, convenciendole de lo oportuno de la elección (Wyszynski había sobreentendido que era él el candidato) y el primado fue a la celda de Wojtyla a expresarle su apoyo, a infundirle valor.    A animarle que aceptase. Le repitió la imperiosa pregunta que en la novela Quo vadis? de Sienkiewicz, le hace el Señor a Pedro cuando éste ha cedido a la tentación de huir de Roma; pero luego dulcifico el tono, rogándole que en el caso de ser elegido, aceptase. Yañadió: «La tarea del nuevo Papa será la de introducir a la Iglesia en el tercer milenio…»  El arzobispo de Cracovia regresó a la Capilla Sixtina con una expresión mas distendida en el rostro, pero con el corazón en pleno tumulto. Se le acercó un viejo amigo, el cardenal Maximilian de Furstenberg, que había sido rector del Colegio belga, y le susurró unas cuantas palabras del momento de la ordenacion sacerdotal. «Deus adest et vocat te» (Dios está aquí y te llama). En la octava votación, la segunda de la tarde, fue elegido – parece – con noventa y nueve votos. Conmovido, pero ya sereno acepto, eligiendo el mismo nombre que Luciani.

(de Una vida con Karol - Stanislao Dziwisz - Conversacion con Gian Franco Svidercoschi, cap 10 Viene un Papa eslavo.

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