Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

jueves, 16 de octubre de 2025

Cardenal Stanislaw Dziwisz : Viene un papa eslavo (2 de 2) – 1978

 


Mas tarde supe por fue el cardenal Wyszynski quien le había sugerido que tomase ese nombre, en memoria del Pontifice difunto y por respeto al pueblo  italiano, que habia amado profundamente a Juan Pablo I.

Todos los cardenales se acercaron para rendir homenaje al elegido: cuando Wojtyla llegó ante él, se estrecharon en un largo abrazo. Mientras, de la chimenea de la Sixtina salía la fumata blanca. Viene  un Papa eslavo, hermano de los  pueblos… había escrito mas de un siglo antes el gran poeta Juliusz Slowacki.

Yo en la plaza San Pedro, cerca de la entrada de la basílica. Fue allí donde escuché al cardenal Pericle Felici anunciar el nombre del nuevo Papa. ¡Era mi obispo! ¡Mi obispo! El corazón me daba brincos de alegría, por supuesto, pero me sentía como bloqueado, petrificado. Pensé para mis adentros: «Ha sucedido». Ha sucedido lo que nadie creía que podía suceder. En Cracovia había gente que rezaba para que no fuese elegido, querian que se quedase en la diócesis, que no se fuera. Nadie creía que algo asi podía ocurrir. ¡Y sin embargo, había ocurrido! ¡Habia ocurrido!

También Polonia vivió un primer momento de incredulidad, pero luego estalló la alegría. La gente abarrotó las calles, las plazas para expresar toda su felicidad, toda su emoción, y  todo su orgullo al ver a un hijo suyo subir a lacátedra de San Pedro.

Alguien consiguió distinguir mi cara en medio de la multitud, vino hacia mi y me llevo del brazo hasta la entrada del cónclave, que todavía estaba cerrada.

En el Vaticano, el Papa estaba vistiéndose con su nuevo hábito. Debìa asomarse a la logia externa de la basílica vaticana para impartir la bendidcion. Al acercarse al balcón y vislumbrar la inmensa multitud que abarrotaba la plaza, le pregunto a la persona que lo acompañaba si no sería conveniente pronunciar algunas palabras. El acompañante le contestó que no, que no estaba previsto por el ritual, por la praxis. Pero Juan Pablo II, según llego a la logia sintió como una oarden irresistible desde su interior. «Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo», dijo. Y la gente respondió: «Alabado sea por siempre.» Y entonces él empezó a hablar. «No se si podré explicarme bien en vuestra…en nuestra lengua italiana. Si me equivoco, corregidme…» Y la multitud rompió en un aplauso que parecía que nunca iba a tener fin.

Las puertas del cónclave se abrieron por fin, y el mariscal, el marques Giulio Sacchetti, me acompaño al interior del Vaticano. El Santo Padre estaba ya cenando con todos los miembros del Sacro Colegio. Cuando entré, el cardenal camarlengo, Jean Villot, se alzó y sonriendo, me presentó al nuevo Papa.  Fue un encuentro muy sencillo, pero, para mí, de una emoción extraordinaria. El me miraba fijamente, quizá quería adivinar cuales eran mis sentimientos al verlo vestido asi. No decia nada, y sin embargo, sentía que me hablaba con su penetrante mirada. Me encontraba delante del pastor de la Iglesia universal, del Papa; fue justo en ese instante cuando comprendí que ya no era más el cardenal Karol Wojtyla, sino Juan Pablo II, el sucesor de Pedro. Acercó su rostro al mío, y sólo entonces, me habló. Apenas una broma, sólo un par de palabras, pero llenas de su sentido de humor, que hicieron que se me pasase inmediatamente la emoción y me reencontrase con el hombre que conocía. Refiriendose claramente a los cardenales, quiso transmitirme su sorpresa ante el hecho de que lo hubieran elegido. Mas o menos, quiso decirme: «Pero que han hecho»!  Ésta, sin embargo, es mi…traducción. Él en realidad, lo que me dijo, variandola un poco, fue una frase en romanesco: »Li possono..»   Fui a cenar a otra sala en la que estaban el secretario del cónclave, monseñor Ernesto Civardi, el maestro de ceremonias y otras personas que habían prestado sus servicios durante esos días. Todos me miraban con curiosidad, pero también con simpatía.   El Santo Padre, después de cenar, regreso a su habitaqciòn, en un pequeño departamento que compartìa con el arzobispo de Nápoles, Corrado Ursi, en el entresuelo de la Secretaria de Estado. Conocìa bien a Ursi, habían sido nombrados juntos.  Y allí, en aquella habitación, el nuevo Papa comenzó su primer “trabajo”. Empezó a preparar el discurso para el día siguiente, que debìa pronunciar en latìn; conocía bien el idioma, asi que no tuvo problemas en escribirlo. Se trataba del discurso programático, en el que debía definir las líneas principales de su pontificadeo y las tareas que, por la voluntad de Dios,debería cumplir. Entre los puntos clave, la puesta en práctica del Concilio, la apertura al mundo, la situación del catolicismo en aquel momento histórico y eclesìastico, y el ecumenismo. Después de cenar, volvì al Colegio polaco. Ninguno de nosotros se fue a dormir, los otros sacerdotes y yo nos pasamos toda la noche comentando el gran evento. Mientras, con ayuda de la radio, intentábamos escuchar las reaccines de Cracoia, de las otrs ciudades polacas. Escuchábamos la alegría, el llanto dela gente y las oraciones, las vigilias que tenían lugar ne las iglesias, las mismas, el sonido de las campanas. En la catedral de Wawel – algo que sólo se hacìa en circunstancias especiales – había tañido la majestuosa campana de Segismundo.



Peor también había quen no se alegraba, quien se quedo literalmente en estado de shock, traumatizado, ante la elección del arzobispo de Cracovia. En Polonia, la publicación de la noticia se retrasó porque el Comité Central del Partido no sabìa como darla, como atenuar los inminentes contragolpes. Y no sólo en Polonia, sino en todo el mundo comunista, y especialmente en el Kremlin, el desconcierto fue enorme.  Durante diez días en el imperio dominó un silencio absoluto! No hubo ningúna declaración. Ningun comentario. La historia se había tomado una revancha clamorosa contra aquellos que estaban convencidoss que podían borrar a Dios de la vida de los hombres.   

Cuando el cardenal Wojtyla partió para asistir al conclave, las autoridades comunistas le quitaron el pasaporte diplomático, dejándole solo el turístico. Uno de los secretarios proinciales del Partido le había dicho: «Vayase, vayase, cuando vuelva echaremos cuentas.» Quien sabe qué habrá pensado aquel celoso funcionario cuando vio regresar, un año después, al cardenal vestido de blanco…

(de Una vida con Karol - Stanislao Dziwisz - Conversacion con Gian Franco Svidercoschi, cap 10 Viene un Papa eslavo.)

 

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