"Padre eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad
de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por los pecados nuestros y del
mundo entero; por su dolorosa pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo
entero" (Diario, 476, ed. it., p. 193). De nosotros y del mundo
entero... ¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de
hoy! En todos los continentes, desde lo más profundo del sufrimiento humano
parece elevarse la invocación de la misericordia. Donde reinan el odio y la sed
de venganza, donde la guerra causa el dolor y la muerte de los inocentes se
necesita la gracia de la misericordia para calmar las mentes y los corazones, y
hacer que brote la paz. Donde no se respeta la vida y la dignidad del hombre se
necesita el amor misericordioso de Dios, a cuya luz se manifiesta el
inexpresable valor de todo ser humano. Se necesita la misericordia para hacer
que toda injusticia en el mundo termine en el resplandor de la verdad.
Por eso hoy, en este santuario, quiero consagrar solemnemente el mundo a
la Misericordia divina. Lo hago con el deseo ardiente de que el mensaje del
amor misericordioso de Dios, proclamado aquí a través de santa Faustina, llegue
a todos los habitantes de la tierra y llene su corazón de esperanza. Que
este mensaje se difunda desde este lugar a toda nuestra amada patria y al mundo.
Ojalá se cumpla la firme promesa del Señor Jesús: de aquí debe salir
"la chispa que preparará al mundo para su última venida" (cf. Diario,
1732, ed. it., p. 568). Es preciso encender esta chispa de la gracia de Dios.
Es preciso transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la
misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre, la felicidad.
Os encomiendo esta tarea a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, a la
Iglesia que está en Cracovia y en Polonia, y a todos los devotos de la Misericordia
divina que vengan de Polonia y del mundo entero. ¡Sed testigos de la
misericordia!
6. Dios, Padre misericordioso, que has revelado tu amor en tu Hijo
Jesucristo y lo has derramado sobre nosotros en el Espíritu Santo, Consolador,
te encomendamos hoy el destino del mundo y de todo hombre.
Inclínate hacia nosotros, pecadores; sana nuestra debilidad; derrota todo
mal; haz que todos los habitantes de la tierra experimenten tu misericordia,
para que en ti, Dios uno y trino, encuentren siempre la fuente de la esperanza.
Padre eterno, por la dolorosa pasión y resurrección de tu Hijo, ten
misericordia de nosotros y del mundo entero. Amén”.
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