Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo
de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia”
(3 de 11) La pedagogía de la paz de Juan Pablo II
“Este panorama difícil y lleno de
incógnitas y obstáculos es el que se presenta ante la mirada angustiada y
preocupada del pontífice polaco. Desde las primeras noticias sobre el inicio del
conflicto, Juan Pablo II ha intentado por todos los medios detenerlo y
encarrilarlo por los caminos del diálogo. Trata de involucrar a los episcopados
argentinos e ingleses, invitándolos a ceremonias comunes por la paz, como
también a firmar declaraciones conjuntas que empujen a los beligerantes a conversar.
En una reciente conversación con el cardenal Jorge Mejía, él recordaba toda la
pedagogía de paz llevada adelante por Juan Pablo II, justamente ante el
desencadenamiento de conflictos de esta envergadura y significativamente uno de
los conceptos eje de su estrategia lo presenta durante el viaje pastoral que
efectúa al final de Mayo de 1982 a Inglaterra. En efecto en la ciudad mártir de
Coventry, destruida por los bombardeos alemanes en la Segunda Guerra Mundial,
así expresa su rechazo a la guerra: “hoy el alcance y el horror de la guerra
moderna, sea nuclear o convencional, hacen esta guerra totalmente inaceptable
como medio para arreglar disputas y desacuerdos entre naciones. La guerra
debería pertenecer al trágico pasado, a la historia, no debería encontrar lugar
en los proyectos del hombre para el futuro”.
El pontífice subraya que “la paz no es
simplemente ausencia de guerra”. La paz requiere una construcción diaria:
“requiere cooperaciones y acuerdos vinculantes. Como una Catedral, la paz debe
ser construida, pacientemente y con fe inquebrantable”.
El Papa hablando tiene presente el
conflicto del Atlántico Sur, a pesar de no citarlo expresamente para no
prestarse a juicios de “injerencia no debida”. Continúa el Papa: “las voces de
los cristianos se unen a las de otros hombres para solicitar a los responsables
de todo el mundo que renuncien a la confrontación y rechacen aquellas políticas
que demanden a las naciones el gasto de enormes sumas para armas de destrucción
total.”
Era el día de Pentecostés de aquel 1982 y
Juan Pablo II pide la intervención del Espíritu Santo: “nosotros rezamos para
que el Espíritu Santo pueda inspirar a los gobernantes en todo el mundo para
comprometerse en un diálogo fecundo”. Y luego dirige un llamado a los jóvenes
ingleses que van a recibir el sacramento de la confirmación:
“...serán testigos de la verdad del
Evangelio en el nombre de Jesús Cristo. Su vida será tal para santificar toda
la vida humana... devendrán piedras vivas de la catedral de la paz. Están
llamados por Dios para ser instrumentos de paz...”. Es como si el pontífice
quisiera preservar a esas nuevas generaciones de las tristes secuelas de la
guerra: “hoy reciben el don del Espíritu Santo para que puedan obrar con fe
profunda y con caridad constante, para que puedan contribuir a llevar al mundo
los frutos de la reconciliación y de la paz.” Y concluye: “...fortalecidos por
el Espíritu Santo y por su múltiples dones, comprométanse con todo el corazón
en la lucha de la Iglesia contra el pecado. Busquen ser desinteresados, esfuércense
en no quedar obsesionados por las cosas materiales, sean miembros activos del
Pueblo de Dios; reconcíliense los unos con los otros y dedíquense a las obras
de justicia, que llevarán paz sobre la tierra”. Frente a un conflicto en pleno
crecimiento Juan Pablo II mira al futuro con ojos de esperanza.”
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