PATRIOTISMO
“El
razonamiento que acabamos de hacer sobre el concepto de patria y su relación
con la paternidad y la generación explica con hondura el valor moral del patriotismo.
Si se pregunta por el lugar del patriotismo en el decálogo, la respuesta es
inequívoca: es parte del cuarto mandamiento, que nos exige honrar al padre y a la
madre. Es uno de esos sentimientos que el latín incluye en el término pietas,
resaltando la dimensión religiosa subyacente en el respeto y veneración que se debe
a los padres, porque representan para nosotros a Dios Creador. Al darnos la
vida, participan en el misterio de la creación y merecen por tanto una devoción
que evoca la que rendimos a Dios Creador. El patriotismo conlleva precisamente
este tipo de actitud interior, desde el momento que también la patria es
verdaderamente una madre para cada uno. El patrimonio espiritual que nos
transmite nos llega a través del padre y la madre, y funda en nosotros el deber
de la pietas.
Patriotismo
significa amar todo lo que es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y
su misma configuración geográfica. Un amor que abarca también las obras de los
compatriotas y los frutos de su genio. Cualquier amenaza al gran bien de la
patria se convierte en una ocasión para verificar este amor. Nuestra historia enseña
que los polacos han sido siempre capaces de grandes sacrificios para
salvaguardar este bien o para reconquistarlo. Lo demuestran las numerosas
tumbas de los soldados que lucharon por Polonia en diversos frentes del mundo.
Están diseminadas tanto en la tierra patria como fuera de sus confines. Pero
creo que una experiencia parecida la ha tenido cada país, cada nación, en
Europa y en el mundo. La patria es un bien común de todos los ciudadanos y,
como tal, también un gran deber. El análisis de la historia antigua y reciente
demuestra sobradamente el valor, el heroísmo incluso, con el cual los polacos
han sabido cumplir con este deber cuando se trataba de defender el bien
superior de la patria. Lo cual no excluye que, en determinadas épocas, se haya
producido una mengua de esta disponibilidad al sacrificio para promover los
valores e ideales relacionados con la noción de patria. Ha habido momentos en
que el interés privado y el tradicional individualismo polaco han hecho sentir
sus efectos perturbadores.
(Imagen de Wikipedia, pintura de Jan Mateyko representando a Polonia, 1863 del Museo Nacional de
Cracovia. La pintura representa las postrimerías de la insurrección fallida de
enero de 1863: es una de las pinturas mas patrióticas y simbolicas de Matejko. Los cautivos esperan su exilio a Siberia. Los
oficiales y soldados rusos supervisan al herrero colocando grilletes a la mujer
(Polonia) La mujer rubia a su costado se
cree que representa a Lituania).
La
patria, pues, tiene una gran entidad. Se puede decir que es una realidad para
cuyo servicio se desarrollaron y desarrollan con el pasar del tiempo las
estructuras sociales, ya desde las primeras tradiciones tribales. No obstante,
cabe preguntarse si no haya llegado el fin de este desarrollo de la vida social
de la humanidad. El siglo xx, ¿no manifiesta acaso una tendencia generalizada
al incremento de estructuras supranacionales e incluso al cosmopolitismo? Esta
tendencia, ¿no comporta también que las naciones pequeñas deberían dejarse
absorber por estructuras políticas más grandes para poder sobrevivir? Se trata
de cuestiones legítimas. Sin embargo, parece que, como sucede con la familia,
también la nación y la patria siguen siendo realidades insustituibles. La
doctrina social católica habla en este caso de sociedades «naturales», para
indicar un vínculo particular, tanto de la familia como de la nación, con la
naturaleza del hombre, la cual tiene carácter social. Las vías principales de
la formación de cualquier sociedad pasan por la familia, y sobre esto no caben
dudas. Y podría hacerse una observación análoga también sobre la nación. La
identidad cultural e histórica de las sociedades se protege y anima por lo que
integra el concepto de nación. Naturalmente,
se debe evitar absolutamente un peligro: que la función insustituible de la
nación degenere en el nacionalismo. En este aspecto, el siglo xx nos ha
proporcionado experiencias sumamente instructivas, haciéndonos ver también sus
dramáticas consecuencias. ¿Cómo se puede evitar este riesgo? Pienso que un modo
apropiado es el patriotismo. En efecto, el nacionalismo se caracteriza porque
reconoce y pretende únicamente el bien de su propia nación, sin contar con los
derechos de las demás. Por el contrario, el patriotismo, en cuanto amor por la
patria, reconoce a todas las otras naciones los mismos derechos que reclama
para la propia y, por tanto, es una forma de amor social ordenado. “
(del libro de Juan Pablo II Memoria e
identidad)
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