(del
libro de Juan Pablo II Memoria e
identidad)
PATRIA
“La
expresión «patria» se relaciona con el concepto y la realidad de «padre» (pater).
La patria es en cierto modo lo mismo que el patrimonio, es decir, el conjunto de bienes que hemos recibido como herencia de
nuestros antepasados. Es significativo que, en este contexto, se use con
frecuencia la expresión «madre patria». En efecto, todos sabemos por
experiencia propia hasta qué punto la herencia espiritual se transmite a través
de las madres. La patria, pues, es la herencia y a la vez el acervo patrimonial
que se deriva; esto se refiere ciertamente a la tierra, al territorio. Pero el
concepto de patria incluye también valores y elementos espirituales que
integran la cultura de una nación. He hablado precisamente de esto en la
UNESCO, el 2 de junio de 1980, subrayando que, incluso cuando los polacos fueron
despojados de su territorio y la nación fue desmembrada, no decayó en ellos el
sentido de su patrimonio espiritual y de la cultura heredada de sus
antepasados. Más aún, éstos se desarrollaron con extraordinario dinamismo.
(placa en honor a Henryk Sienkiewicz en la fachada del Santuario Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, iglesia parroquial de Karol Wojtyla, en Wadowice)
Es
notorio que el siglo xix representa en cierta medida la cima de la cultura polaca.
En ninguna otra época la nación ha producido escritores tan geniales como Adam
Mickiewicz, Juliusz Sl-owacki, Zygmunt Krasinski o Cyprian Norwid. La música
polaca no había alcanzado antes el nivel de las obras de Frédérik Chopin, Stanislaw
Moniuszko y otros muchos compositores, que enriquecieron el patrimonio artístico
del siglo xix para la posteridad. Otro tanto puede decirse de las
artesplásticas, la pintura y la escultura. Es el siglo de Jan Matejko,
Jan Matejko, autoretrato, Wikipedia
de Artur Grottger y, entre el xix y el xx, aparecen
Stanislaw Wyspianski, extraordinario genio en diversos campos, y después Jacek
Malczewski y otros más. Y, ¿qué decir, en fin, del teatro polaco? El siglo xix
ha sido el siglo de los pioneros en este campo. Al comienzo encontramos al gran
Wojciech Boguslawski, cuyo magisterio artístico lo han seguido y desarrollado
otros muchos, sobre todo en el sur de Polonia, en Cracovia y en Lvov, ciudad en
aquel tiempo en territorio polaco. Los teatros vivieron entonces su edad de
oro; se desarrolló tanto el teatro burgués como el popular. No se puede dejar
de constatar que este período extraordinario de madurez cultural durante el
siglo xix preparó a los polacos para el gran esfuerzo que les llevó a recuperar
la independencia de su nación. Polonia, desaparecida de los mapas de Europa y
del mundo, volvió a reaparecer a partir del año 1918 y, desde entonces, continúa
en ellos. No logró borrarla ni siquiera la frenética borrasca de odio desencadenada
de oeste a este entre 1939 y 1945.
Como
se puede ver, en el concepto mismo de patria hay un engarce profundo entre el
aspecto espiritual y el material, entre la cultura y la tierra. La tierra arrebatada
por la fuerza a una nación se convierte en cierto sentido en una invocación,
más aún, en un clamor al «espíritu» de la nación. Entonces, el espíritu de la
nación se despierta, se reaviva y lucha para que se restituyan a la tierra sus derechos.
Norwid lo ha expresado de una forma concisa, hablando del trabajo: «[...] La
belleza existe para fascinar el trabajo, el trabajo existe para renacer.»1 Una
vez adentrados en el análisis del concepto mismo de patria, conviene hacer
referencia ahora al Evangelio. En efecto, en el Evangelio aparece el término «Padre»
en labios de Cristo como palabra fundamental. De hecho, es el apelativo que usa
con más frecuencia. «Todo me lo ha entregado mi Padre» (Mt 11, 27; cf. Lc 10,
22); «El Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará
obras mayores que ésta» (Jn 5, 20; cf. 5, 21 etc.). Las enseñanzas de Cristo
contienen en sí los elementos más profundos de una visión teológica, tanto de la
patria como de la cultura. Cristo, como el Hijo que viene a nosotros enviado
por el Padre, entra en la humanidad con un patrimonio especial. San Pablo habla
de esto en la Carta a los Gálatas: «Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a
su Hijo, nacido de una mujer [...], para que recibiéramos el ser hijos por
adopción [...]. Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres
también heredero por voluntad de Dios» (Ga 4, 4-7).Cristo dice: «Salí del Padre
y he venido al mundo» (Jn 16, 28). Esta venida tuvo lugar por medio de una
Mujer, la Madre. La herencia del eterno Padre ha pasado en un sentido muy real
a través del corazón de María, y se ha enriquecido así con todo lo que el
extraordinario genio femenino de la Madre podía aportar al patrimonio de
Cristo. Este patrimonio es el cristianismo en su dimensión universal y, en él,
la contribución de la Madre es muy significativa. Por eso se llama madre a la Iglesia:
mater Ecclesia. Cuando hablamos así, nos referimos implícitamente al patrimonio
divino, del cual participamos gracias a la venida de Cristo.
El
Evangelio, pues, ha dado un significado nuevo al concepto de patria. En su acepción
original, la patria significa lo que hemos heredado de nuestros padres y madres
en la tierra. Lo que nos viene de Cristo orienta todo lo que forma parte del patrimonio
de las patrias y culturas humanas hacia la patria eterna. Cristo dice: «Salí del
Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre» (Jn 16, 28).
Este retorno al Padre inaugura una nueva Patria en la historia de todas las patrias
y de todos los hombres. A veces se habla de «Patria celestial», la «Patria eterna».
Son expresiones que indican precisamente lo ocurrido en la historia del hombre
y de las naciones tras la venida de Cristo al mundo y su retorno de este mundo
al Padre.
La
partida de Cristo ha abierto el concepto de patria a la dimensión de la escatología
y la eternidad, pero nada ha quitado a su contenido temporal. Sabemos por
experiencia, basándonos en la historia polaca, cuánto ha favorecido la idea de
la patria eterna a la disponibilidad para servir a la patria temporal,
preparando a los ciudadanos para afrontar todo tipo de sacrificios por ella, y
sacrificios muchas veces heroicos. Lo demuestran elocuentemente los Santos que
la Iglesia, a lo largo de la historia, y especialmente en los últimos siglos,
ha elevado al honor de los altares.
La
patria, como herencia del padre, proviene de Dios, pero en cierta medida procede
también del mundo. Cristo vino al mundo para confirmar las leyes eternas de
Dios, del Creador. Pero ha iniciado al mismo tiempo una cultura totalmente nueva.
Cultura significa cultivo. Cristo, con sus enseñanzas, con su vida, muerte y resurrección,
ha vuelto a «cultivar» en cierto sentido este mundo creado por elPadre. Los
hombres mismos se han convertido en el «campo de Dios», como escribe san Pablo
(1 Co 3, 9). De este modo, el «patrimonio» divino ha tomado la forma de la
«cultura cristiana». Ésta no existe solamente en las sociedades y naciones
cristianas, sino que se ha hecho presente de alguna manera en toda cultura de
la humanidad. En cierta medida, ha transformado toda la cultura.
Lo
dicho hasta ahora sobre la patria explica algo más profundamente el significado
de las llamadas raíces cristianas de la cultura polaca y, en general, de la europea.
Cuando se usa esta expresión se piensa normalmente en las raíces históricas de
la cultura, y esto tiene ciertamente un sentido, puesto que la cultura tiene
carácter histórico. La búsqueda de dichas raíces, por tanto, va acompañada por
el estudio de nuestra historia, incluida la política. El esfuerzo de los
primeros Piast, orientado a reforzar el espíritu polaco mediante la
constitución de un Estado emplazado en un territorio concreto de Europa, estaba
alentado por una inspiración espiritual bien precisa. Su manifestación fue el
bautizo de Mieszko I y de su pueblo (966), gracias a la influencia de su
esposa, la princesa bohemia Dobrava. Es notoria la gran incidencia que esto
tuvo en la trayectoria de la cultura de esta nación eslava establecida a
orillas del Vístula. Diverso rumbo tomó la cultura de otros pueblos eslavos, a
los cuales el mensaje cristiano llegó a través de la Rus’, que recibió el bautismo
de las manos de los misioneros de Constantinopla. Hasta hoy permanece en la
familia de las naciones eslavas esta diferenciación, marcando las fronteras espirituales
de las patrias y de las culturas. “
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