Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo
de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia”
(6 de 11) Los obispos argentinos frente a la guerra
“Ya en la Asamblea plenaria del 20 abril
los obispos argentinos en un documento público habían expresado la preocupación
por el conflicto, manifestando la cercanía y la solidaridad a quienes estaban
en el dolor, pero en la búsqueda de un
complejo equilibrio, expresaban también la alegría “por la integridad de
nuestro suelo”. Hay una suerte de convicción entre los prelados en el sentido
de que la invasión no lleve a riesgos mayores: “la Argentina está de nuevo en
posesión de la soberanía de sus Malvinas, con un derecho que ha venido
reclamando durante ciento cuarenta y nueve años; y que ha obtenido en forma
casi cruenta (sic)...”. Asimismo los obispos no ocultan el crecimiento del conflicto:
“compartimos la alegría con nuestros conciudadanos por la integridad de nuestro
suelo, pero también el temor de todos: la preocupación de una guerra de
consecuencias inevitables”.
Ya en aquellos días de Abril, Juan Pablo II había
escrito sendas cartas al general Galtieri por un lado y a la primera Ministra
inglesa Margareth Thacher para hacer lo imposible y buscar soluciones pacíficas
y consensuadas al conflicto. Según declaraciones del Card. Santos Abril y
Castelló el mismo Card. Primatesta,
presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, había manifestado a Wojtyla
el dramatismo de la situación y de alguna manera había alentado la realización
del viaje del Papa a Argentina, sin embargo la decisión última para realizar
este inédito viaje fue del mismo Santo Padre. El 2 de Abril el Card. Primatesta
había emitido un comunicado bastante prudente donde exhortaba a los argentinos
para que se encontraran caminos que evitaran un conflicto: “exhorta
vivamente a todo el pueblo de Dios a expresar su unión en una ferviente y
constante súplica para que el Señor abra muy pronto aquellos caminos de paz que
asegurando el derecho de cada uno, ahorren los males de cualquier conflicto;
para que también conceda a todos los responsables de tan graves situaciones la
prudencia, la fortaleza y la gracia necesaria para convertirse en instrumentos
de Su voluntad y de Su amor en bien de la convivencia de los hombres...”.
El cardenal expresaba una voluntad común de la Iglesia para evitar otros
derramamientos de sangre, en una sociedad ya marcada, como la argentina, por
las divisiones y por la represión indiscriminada actuada por el régimen, que en
aquellos años había producidos miles de desaparecidos y de prófugos.”
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