Con motivo de elecciones presidenciales en Venezuela recordamos algunas palabras
del Beato Juan Pablo II con o ocasión de la VII Cumbre iberoamericana, que se
celebraba en la isla venezolana de Margarita 28 de octubre de 1997 con el tema
central «Los valores éticos de la
democracia»
Decia Juan Pablo II
“Las estructuras político-jurídicas
han de dar «a todos los ciudadanos, cada vez mejor y sin discriminación alguna
la posibilidad efectiva de participar libre y activamente en el establecimiento
de los fundamentos jurídicos de la comunidad política, en el gobierno del
Estado, en la determinación de los campos y límites de las diferentes
instituciones y en la elección de los gobernantes» (Conc. ecum. Vat. II, const.
past. Gaudium
et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 75), lo cual comporta
para los mismos ciudadanos «el derecho y el deber de utilizar su sufragio libre
para promover el bien común» (Conc. ecum. Vat. II const. past. Gaudium
et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 75). Para ello es
necesario que cada persona tenga no sólo derecho a pensar y propagar sus ideas,
y a asociarse con libertad para la acción política, sino que tenga también
derecho a vivir según su conciencia rectamente formada, sin perjudicar a los
demás ni a uno mismo, y todo esto en virtud de la plena dignidad de la persona
humana.
La participación efectiva, consciente y responsable de los ciudadanos en la
vida pública no puede detenerse en declaraciones formales, sino que exige una
acción continua para que los derechos proclamados puedan ser ejercidos
realmente. Ello comporta un decidido compromiso en favor de los derechos
fundamentales de la persona, civiles, sociales, culturales y políticos, y «la
promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en
los verdaderos ideales» (enc. Centesimus annus,
46).
En el ejercicio democrático de la responsabilidad política tienen
ciertamente importancia las orientaciones de las mayorías, si bien aquellas no
han de considerarse siempre como el último y exclusivo criterio de acción. Hay
unos fundamentos éticos y jurídicos anteriores, que justifican precisamente la
participación de todos los ciudadanos, y que no pueden ser violados sin renegar
de la estructura democrática misma.
Suele suceder que, en nombre del derecho a la libertad, se intenta conculcar
la libertad de las personas, bien porque las mayorías niegan los legítimos
derechos de las minorías, bien porque atentan a derechos de la persona que
ningún poder humano está autorizado a violar: «especialmente el derecho a la
vida en todas las fases de la existencia; los derechos de la familia, como
comunidad social básica o “célula de la sociedad”; la justicia en las
relaciones laborales, los derechos concernientes a la vida de la comunidad
política en cuanto tal, así como los basados en la vocación trascendente
del ser humano, empezando por el derecho a la libertad de profesar y practicar
el propio credo religioso» (enc. Sollicitudo rei socialis,
33).
La Iglesia enseña que, «una auténtica democracia es posible solamente en un
Estado de derecho y sobre la base de una auténtica concepción de la persona
humana» (enc. Centesimus
annus, 46). Y, sin embargo, asistimos a un deterioro de este sistema
cuando a través del mismo se buscan sólo situaciones de poder en vez del
auténtico servicio al pueblo; cuando las mayorías olvidan la presencia y los
derechos de las minorías imponiéndose sobre ellas y provocando actitudes de
resentimiento y rechazo. Por eso, si no hay plena libertad para todos, muchos
se sentirán como esclavizados. Es decir, mientras no se produzca el desarrollo
dé la auténtica libertad es imposible que se llegue verdaderamente a una eficaz
cultura de la paz.”
“¡Reina de
la Paz! Salva a las naciones y a los pueblos de todo el continente, que tanto
confían en Ti, de las guerras, del odio y de la subversión.”
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