“Es domingo 22 de octubre de 1978. En
la plaza San Pedro Juan Pablo II celebra la liturgia que inaugura el
Pontificado y nos señala la intención central en dirección de la misión a las
gentes. Una misión que exige una proyección planetaria, superando toda limitación de ideología o geopolítica.
Ya había dicho en el primer radio mensaje, el día posterior a la elección que
consideraba el Concilio Vaticano II «una piedra miliar en la historia
bimilenaria de la Iglesia» y que intentaría introducirlo en la base de su
pontificado y lo «impulsaremos
constantemente para que, en la vida real de la Iglesia, responda a su ejecución.»
Su fidelidad al Concilio durará todo el pontificado y de ello hablará hasta en
su testamento:
«deseo
confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a
aplicarlo».
Fue particularmente en el radiomensaje de la Capilla Sixtina – que acentuó
la necesidad de desarrollar el gobierno colegial de la Iglesia: «Esta forma colegial comporta
ciertamente el conveniente desarrollo de las instituciones, en parte nuevas, en
parte acomodadas a las necesidades actuales».
O sea resaltó la «causa ecuménica» entre sus prioridades. Era un
esbozo de programa ad intra, dirigido
de hecho a los «hijos de
la Santa Iglesia».
Pero ahora, desde el atrio de San Pedro, el nuevo Papa se dirige al mundo y
anuncia el programa ad extra, aquel que en un pontificado implica más un mensaje
que programa y lo revelará de esta manera:
« ¡Hermanos y
hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad! ¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo
y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera!
¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a
Cristo!
Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas
económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura. de la
civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay
dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce!»
Concluida la palabra del Pontificado, podemos decir que el desarrollo
del gobierno colegial no se ha dado – al menos en el sentido que opina la mayoría
de los comentaristas – pero la proclama ad
extra ha cumplido su objetivo plenamente. Todo el pontificado, desde el
primer viaje a su patria y el viaje a Cuba de enero de 1998, del encuentro con
el dictador del tercer mondo al desafío de las posturas del norte del mundo
secularizado y antinatalista ha sido una prolongación de aquel llamado
misionero casi mesiánico: «Abrid los confines de los estados, los sistemas económicos». Implícito en aquel
llamado podemos vislumbrar desde la predicación dirigida a los jóvenes y a las
mujeres hasta la obra ecuménica e interreligiosa.
También en los gestos y en el estilo del Pontificado será fiel a aquella
Jornada: terminada la celebración, Juan Pablo II desciende del atrio hacia la
gente, acaricia a enfermos y niños, saluda a todos alzando la cruz con ambos
brazos como un trofeo. Un gesto deportivo quizás mas que de Papa, de hombre que
intuye el eco de un gesto nuevo en los corazones más alejados y que renovara
profundamente la iconografía y la gestualidad
pontifical. En aquel acercamiento hacia la multitud radica la esencia de su ir «hacia las gentes».
(traducido de Luigi Accattoli: Giovanni Paolo – la prima biografía
completa, cap. 7 «Non abbiate paura, aprite le porte a Cristo», publicado por San
Paolo,2006)
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