En su audiencia general del 31 de mayodel 2006 al regresar de su viaje apostólico a
Polonia el Santo Padre Benedicto XVI recordaba que Santa Faustina había “recibido
un mensaje de confianza para toda la humanidad, el mensaje de la Misericordia
divina, del cual Juan Pablo II se hizo eco e intérprete, y que en realidad es
un mensaje central precisamente para nuestro tiempo: la Misericordia como
fuerza de Dios, como límite divino contra el mal del mundo.”
En ese contexto testimonió el vicario anglicano Rev. Paul Kronbergs de
Middlesbrough, Gran Bretaña. A continuación transcribo su reflexión completa,
tal como fue presentada en el 2do Congreso de la Divina Misericordia en octubrede 2011.
Misericordia divina en mi servicio
sacerdotal
“Con toda humildad he escuchado vuestra petición
para que cuente nuestra historia. Soy anglicano, así que podéis decir que
pertenezco a los hermanos separados. Además , soy el más humilde. Soy un vicario
independiente que se gana la vida trabajando de calderero en el noreste de
Inglaterra. Creo profundamente que mi vocación consiste en buscar y encontrar
niños de Dios perdidos y desmoralizados, estén donde estén. En Middlesbrough, como en toda Gran Bretaña,
existe un grave problema de narcomanía y alcoholismo. Muchos jóvenes que sufren
estas adicciones deciden vender su cuerpo para conseguir narcóticos que sacien
su hambre. Este mal destruye la vida de los jóvenes y muchos de ellos acuden a mí
con lágrimas en los ojos. Nosotros les ofrecemos una ayuda práctica, sin
embargo, existe aún otro tipo de ayuda brindado por Dios mismo. De ahí que les
enseñe una imagen de la Divina Misericordia y les cuente sobre el amor de Dios
lleno de piedad.
La noción de la Divina Misericordia no es
muy común en la Iglesia Anglicana, yo mismo me topé con ella accidentalmente.
Una vez cuando hurgaba en los libros de una librería anticuaria, encontré un
libro grueso con una monja en la portada titulado “Diario de santa Sor Faustina”.
En un primer momento pensé que tardaría mucho en leerlo, luego empecé a
reflexionar sobre si acaso sentía alguna necesidad de leer ese “diario de una
monja” (Si, nosotros también tenemos monjas). Pero pronto visualicé la segunda
parte del título: “La Divina Misericordia en mi alma” y me
dije que sì necesitaba leer ese libro y por consiguiente lo compré. Cuando comencé
a leer el Diario, me di cuenta de la importancia de la revelación de la Divina
Misericordia, experimentada por la santa Faustina, no solo para el mundo contemporáneo,
en el cual cada vez más personas se alejan de Cristo y su Iglesia, sino también
para mí y para que lo que he sido llamado. Durante la lectura se me mostraban unas
oscuras y desfiguradas imágenes de los perdidos y pecadores que alzaban y extendían
sus manos hacia el Misericordioso Señor. Todos gritaban rogándole piedad. Divisé
asimismo unos rayos rojos y claros que traían consuelo, sentimiento de plenitud
e iluminación purificando sus almas. El Diario me impactó e inspiró tanto que
me sentí obligado a edificar una capilla donde pudiera compartir con los demás los
descubrimientos de Dios que yo mismo acababa de experimentar. Acudí entonces a
mis superiores: al párroco, padre Cooper y a nuestro obispo de diócesis a
pedirles permiso para levantar la capilla. Le encargamos pintar el cuadro a un
cristiano, artista e iconografo muy talentoso. Desde el principio sentí que el
mensaje de la Divina Misericordia era universal y por tanto debía ser reflejado
en el acto de bendición de la capilla. Y así ocurrió: la capilla fue bendecida
y consagrada el Domingo de la Divina Misericordia por sacerdotes y obispos
provenientes de la tradición de la Iglesia católica romana, ortodoxa y anglicana.
Aquel día la atmósfera era conmovedora y parecía como si el Amor Divino del
Padre que cada uno pudo sentir se extendiera por todos los rincones. Nuestro pequeño
apostolado comenzó con la oración la Divina Misericordia, recitada cada mes según
la tradición, rezando la coronilla, escuchando música sacra, pidiendo la intercesión,
venerando el cuadro y terminaba con la unción de los enfermos mediante la imposición
de manos y la bendición.
Sabía que debía empezar a congregar
gente allí frente al cuadro y contarles sobre la infinita Divina Misericordia.
Les enseño el Piadoso amor de Dios y juntos rezamos delante del cuadro por
todos los que pasan por momentos difíciles rogando consuelo para ellos. He
notado que para muchas personas el consuelo viene junto a la exculpación durante
el sacramento de la reconciliación. He sido testigo de milagros cuando el Amor
y la Misericordia de Dios restituyeron la vida a las personas que ya la daban
por perdida o les permitieron renovarse de modo que por fin volvieran a
percibirse el brillo en sus ojos preocupados. Un día alguien me preguntó que
significa para mí ser un siervo de la Divina Misericordia, sin embargo yo nunca
tuve dudas sobre las consecuencias de tal oficio. Oigo las mismas palabras con
las que Dios se dirigió a los profetas hace siglos: Os he llamado para que busquéis
a los perdido y anunciéis la Buena Nueva del Evangelio de la Misericordia. Si
no lo hacéis, los perdidos permanecerán perdidos
y vosotros también lo estaréis. Pero si acudís hacia ellos y ellos os escuchan conseguirán
la salvación y vuestras almas también la recibirán.
Hay también otra cosa que me intriga
cuando pienso en esta dedicación. Cuando encuentro otros mensajeros de la Divina
Misericordia, puedo notar un rasgo en común: todos parecen estar dotados del
Amor Divino. ¿Lo habéis observado? Es una de las gracias con la que Nuestro
Señor nos ha obsequiado e incesantemente lo sigue haciendo. Los que están dedicados
a la Divina Misericordia, no se centran en determinar la creencia dado que su
amor es amor de Cristo. Para mí es uno de los milagros más grandes porque cada
uno de nosotros está dotado del amor por el cual Jesús rezaba a su Padre y con
el cual sus discípulos se obsequiaban mutuamente – tal como Él los estimaba. La
Divina Misericordia cura no solamente a los perdidos y desmoralizados, so también
a cada uno de nosotros ayudándonos a volver adonde deberíamos estar, siendo
cristianos, encontrandonos y ayudando a curar la Iglesia misma.
Muchos de mis desanimados hermanos
anglicanos abandonan la Iglesia y entran al Ordinariato. Me resultaría muy fácil
aceptar esta benévola propuesta del Pontífice, sin embargo creo que debo quedarme
ahí donde estoy independientemente de lo difícil que sea, porque la Iglesia
Anglicana también necesita la Divina Misericordia. Mi objetivo consiste en
difundir el culto de la Divina Misericordia dondequiera que esté, ya que sé que
todos vosotros estáis conmigo en esta misión. Sé que nunca estoy solo, porque
en realidad todos constituimos una unidad en la infinita e inconcebible Divina
Misericordia y creo que siempre será así.”
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