(Arzobispo Karol Wojtyla entrando a la Catedral de Wawel)
“¡La bula pontificia! Estuvimos entre
aquella multitud en Wawel, ¡allí estabas tú, con aquella vestimenta de
ceremonia, en aquel santuario, que recuerda tantos siglos!
Luego pronunciaste un discurso. A medida que escuchaba tus palabras, iba
tomando conciencia. Ante aquella multitud dijiste: «He vuelto a nacer».
Hablaste de ti y un nuevo mundo. Allí en
Wawel, entendí lo que es ese «nuevo mundo»: el mundo del Espíritu, ¿o sería
mejor decir: «el mundo que viene del Espíritu»?
Tu discurso suscitaba la visión de ese nuevo mundo: ¡Allí, en aquel escenario,
en Wawel, la catedral, en la que vive la tradición y en la que se encuentra encerrado
el pasado y la actualidad del pasado!
Tenía la impresión de que estabas invocando a los espíritus y, de repente,
el mundo se llenó de espíritus: ¡el
mundo actual y real! El mundo que nos rodea. Fue como si, bajo la
influencia de tus palabras, hubiese dejado de existir la frontera entre el
tiempo y la vida, me sentí inmersa en algo muy grande, en presencia del mismo
Dios, ¡Dios que no sólo existe, sin que además da la vida!
Tenía la impresión de que podía tocar cosas inalcanzables, me parecía que invocabas
el alma de todos los allí presentes, ¡un cortejo de grandes espíritus, de
gigantes de la historia!
La visión me asustó por su carácter extraordinario pero sentí que, quizás,
por primera vez, entendía plenamente lo que significa «vencer a la muerte», «inmortal»
y «eternamente vivo», y me sentí, de una manera en cierto modo misteriosa unida
a todos aquellos que murieron, me sentí incluida en el curso de la historia y
entendí lo que significa «la comunión de los santos» y también entendí lo que
en cierta ocasión dijiste en el bosque, «pretiosa
mors sanctorum» -la
muerte de sus santos es preciosa-, ¡el curso ininterrumpido de la vida, siempre
diferente y nueva! Comprendí que esto es la vida verdadera y me sentí plenamente
convencida de que estoy inmersa en el curso de la vida auténtica. ¡Una nueva
alegría y algo nuevo que agradecer!
Agradecimiento por ese «nacimiento». Dijiste que «habías nacido de la Madre
Iglesia» y entonces
comprendí el significado exacto de la palabra «Iglesia». Por supuesto, otras veces
había escuchado a otros sacerdotes decir: «La
Iglesia, nuestra madre»,
pero el significado esencial de la «madre
del espíritu humano» no
había sido tan obvio para mí, como lo
fue en ese momento. Acogí en mí esas palabras y su gran significado, allí, de
pie, en la catedral iluminada. Me sentí cerca de ti, «en el instante luminoso de la comprensión de los
asuntos de Dios sobre la tierra».
¡Lazos invisibles!
Al mismo tiempo, comprendí tu afirmación de que «el amor debe ser libre»; qué nos une, cuáles son nuestros vínculos y, en
el mismo momento, qué es la libertad del alma, qué es la extraña cercanía y el
alejamiento – y las grandes cuestiones que quitan y, al mismo tiempo, dan tanto
al ser humano -. El arzobispo, un regalo para los seres humanos, que «da su alma por sus ovejas».
¡De esa nueva luz, brota en mí una ferviente oración para que se produzca el
milagro del nacimiento, del nuevo nacimiento de todas esas personas que hoy se
ponen en tus manos!
Hasta ahora siempre habías hablado de Dios. Hoy has hablado de ti mismo,
pero al hablar de ti también has hablado de Dios de una manera particularmente conmovedora, que
penetraba hasta el fondo del alma. He entendido cada palabra y he tenido la
sensación de que justamente estaba experimentando « ¡el nacimiento del espíritu!».
Al mismo tiempo, era consciente, y me sentía aterrorizada, de la gran
responsabilidad que ahora ibas a asumir, ¡la responsabilidad de todas esas personas!
De pronto, esa carga me asustó y me inquieté, pero justo entonces hablaste
sobre la confianza y confesaste ante aquella multitud, ante aquella gente
extraña, no sólo que confiabas con una confianza incluso incomprensible, sino
que, además, amabas a Dios y que esa confianza procedía de su amor. ¡Es imposible
olvidar lo que dijiste!
Con esa confesión y testimonio es obvio que Dios, tal y como tú lo muestras,
debe ser amado, que tienes que amarle porque El es tan cautivador, tan digno de
todo amor, ¡lo dijiste desde lo más profundo del alma!
¡Qué gran confesión!
Contaste cosas que parecían sencillas, e incluso revelaste el misterio de tu
sacerdocio. Se lo contaste a gente aparentemente extraña, pero yo me di cuenta
de que acogías a toda esa gente con una enorme responsabilidad, de que los
considerabas como un «tesoro», como tus «ovejas» y que les estabas contando lo que verdaderamente
ocurrió. Después hablaste de la
comunidad y la responsabilidad conjunta, y de la colaboración. En cierta ocasión
me dijiste: «Hija de mi
alma, ahora nacida», eso
fue lo que sentí en aquel gran instante en Wawel, ¡y siempre conservaré ese sentimiento!”
Wanda Poltawska: Diario de una amistad – V Meditaciones, 8 de marzo, toma de
posesión (después de la muerte del arzobispo Baziak)
(habla de la toma de posesión oficial de Karol Wojtyla como Arzobispo
metropolitano de Cracovia)
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