Este post es una humilde conmemoración
de aquel luminoso 16 de octubre de 1978 que la Iglesia fue bendecida con un
papa eslavo, aquel Papa que venía de lejos, cargando sobre sus espaldas todavía muy
jóvenes para semejante responsabilidad, una vida madura en luchas inflexibles, firmes,
pacificas contra dos males que asolaron a su patria y a Europa: el nazismo y el
comunismo. Y fue una bendición para Polonia y el mundo. Un papa que supo ser
profeta de la paz, que propago la paz y bregó por la libertad durante todas sus
visitas apostólicas, un Papa que no temió enfrentarse a grandes corporaciones y
buscó reunirse con los más pobres, los más desposeídos, los más apartados de la
sociedad. Un Papa que supo sembrar en
tierras benignas y también en las inhóspitas porque la gracia de la fe es eso
una gracia y un don de Dios, un misterio
que a menudo abraza un alma inesperadamente,
un fuego que se extiende por los lugares
más recónditos y ocultos.
Justamente hoy además es el segundo día del coloquio organizado por la cátedra
Juan Pablo II de la Pontificia Universidad Católica Argentina, coloquio durante
el cual también se le rendirá homenaje al Papa Juan Pablo II a 30 años de la
Guerra de las Malvinas. El coloquio es un pincelazo de los casos
latinoamericanos donde la acción pacificadora y la mirada siempre atenta de
Juan Pablo II han tenido influencias decisivas. Es además una oportunidad para que
cada uno de nosotros reflexione profundamente acerca de su propia responsabilidad
en trabajar por la paz, por una paz sin odios ni rencores, apuntando a nuestro
propio “perdonamos y pedimos perdón” interno, a ejemplo de la Iglesia argentina
que ya lo ha hecho en varias oportunidades.
Cito a continuación una parte de la exposición “Juan Pablo II, profeta de la
paz” del Cardenal Stanislaw Dziwisz, secretario personal de Juan Pablo II, durante su visita a Buenos Aires en noviembre
de 2009 (fuente Juan Pablo II, su legado espiritual editado por el lic. MarcoGallo, Director de la Cátedra Juan Pablo II, y publicado por la EditorialBonum,2010)
“Juan Pablo II sirvió a la Iglesia. Además, se enfrento a los grandes retos del
mundo actual. Fue un incansable mensajero y defensor de la paz. Él mismo experimentó
las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, con todo el sufrimiento de millones
de víctimas inocentes. Símbolo de aquel sufrimiento es el campo de concentración
de Auschwitz-Birkenau, que fue construido por los nazis cerca de Cracovia.
Conocéis muy bien el empeño de Juan Pablo II en el asunto de la paz en
vuestra patria. En el año 1986, en Asís, el Papa logró organizar el encuentro
de los dirigentes y representantes de las Iglesias católicas de las Comunidades
de la Iglesia y de las religiones del mundo. Todos ellos rezaron con fervor por
el don de la paz para nuestro mundo agitado. En Asís, Juan Pablo II dijo: “La
paz es un taller de trabajo, abierto para todos y no sólo para los
especialistas, científicos o estrategas. Todos somos responsables de la paz”
(27/10/1986,n7) De ese modo, hizo
recordar una verdad obvia: que la paz era un don, pero también una tarea. Cada hombre
y cada generación tienen que emprender dicha tarea para edificar con paciencia
la civilización de vida y de amor en nuestra tierra.
Teniendo en cuenta todo el pontificado de Juan Pablo II, podemos constatar,
sin ninguna exageración, que fue le verdadero profeta de la paz. A los profetas
no siempre se los escucha. Los profetas suelen pagar un precio por su valentía
en decir la verdad, por su valentía en llamar a la conversión de las mentes y
de los corazones, y por la transformación de las estructuras injustas. No
obstante, la voz de los profetas traspasa las fronteras del tiempo y del espacio.
A su último Mensaje para le Día Mundial de la Paz del 1 de enero de 2005,
Juan Pablo II, sirviéndose de las palabras del apóstol San Pablo (Romanos12,21)
le dio el título: “No te dejes vencer por el mal. Al contrario, vence con el
bien el mal”. En aquel Mensaje escribió: “La paz es el resultado de una lucha
larga y difícil, en la cual la victoria se consigue al vencer el mal, con el
bien. Ante las imágenes dramáticos de unos violentos combates fratricidas que
transcurren en distintas partes del mundo, ante el inefable sufrimiento
resultante de sus injusticias, la única elección constructiva consiste en
rechazar el mal y seguir el bien (Romanos 12,9). La paz es un bien que hay que
introducir a través del bien: es un bien para cada una de las personas, para
las familias, para las naciones del mundo y para toda la humanidad”. n.1
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