2. Celebramos hoy la liturgia del crisma, mediante el cual la Iglesia quiere
renovar, en los umbrales de estos días santos, el signo de la fuerza del
Espíritu que ha recibido de su Redentor y Esposo.
Esta fuerza del Espíritu: gracia y santidad, que hay en El, es participada,
al precio de la pasión y muerte, por los hombres mediante los sacramentos de la
fe. Así se construye continuamente el Pueblo de Dios, como enseña el Concilio
Vaticano II: "...los fieles, en virtud de su sacerdocio real, concurren a
la ofrenda de la Eucaristía
y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de
gracias, mediante el testimonio de una vida santa, con la abnegación y la
caridad operante" (Lumen
gentium, 10).
Con este óleo sagrado, óleo de los catecúmenos, serán ungidos los
catecúmenos durante el bautismo, para poder ser ungidos después con el santo
crisma. Recibirán esta unción por segunda vez en el sacramento de la
confirmación. La recibirán también —si fueren llamados a esto—. Durante la
ordenación, los diáconos, presbíteros, obispos. En el sacramento de los enfermos,
todos los enfermos recibirán la unción con el óleo de los enfermos (cf. Sant
5, 14).
Queremos preparar hoy a la
Iglesia para el nuevo año de gracia, para la administración
de los sacramentos de la fe, que tienen su centro en la Eucaristía. Todos
los sacramentos, los que tienen el signo de la unción, y los que se administran
sin este signo, como la penitencia y el matrimonio, significan una
participación eficaz en la fuerza de Aquel a quien el mismo Padre había ungido
y enviado al mundo (cf. Lc 4, 18).
Celebramos hoy, Jueves Santo, la liturgia de esta fuerza, que alcanzó
su plenitud en las debilidades del Viernes Santo, en los tormentos de su pasión
y agonía, porque, mediante todo esto, Cristo nos ha merecido la gracia:
"Con vosotros sean la gracia y la paz... de Jesucristo, el testigo veraz,
el primogénito de los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra" (Ap
1, 4. 5).
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