El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor, como se ha dicho anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es —si se puede expresar así— la dimensión humana del misterio de la Redención. En esta dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su humanidad. En el misterio de la Redención el hombre es «confirmado» y en cierto modo es nuevamente creado. ¡Él es creado de nuevo! «Ya no es judío ni griego: ya no es esclavo ni libre; no es ni hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús».64 El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo —no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes— debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe «apropiarse» y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo. Si se actúa en él este hondo proceso, entonces él da frutos no sólo de adoración a Dios, sino también de profunda maravilla de sí mismo. ¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha «merecido tener tan grande Redentor»,65 si «Dios ha dado a su Hijo», a fin de que él, el hombre, «no muera sino que tenga la vida eterna»!66
En realidad,
ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama
Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo. Este estupor
justifica la misión de la Iglesia en el mundo, incluso, y quizá aún más, «en el
mundo contemporáneo». Este estupor y al mismo tiempo persuasión y certeza que
en su raíz profunda es la certeza de la fe, pero que de modo escondido y
misterioso vivifica todo aspecto del humanismo auténtico, está estrechamente
vinculado con Cristo. Él determina también su puesto, su —por así decirlo—
particular derecho de ciudadanía en la historia del hombre y de la humanidad.
La Iglesia que no cesa de contemplar el conjunto del misterio de Cristo, sabe
con toda la certeza de la fe que la Redención llevada a cabo por medio de la
Cruz, ha vuelto a dar definitivamente al hombre la dignidad y el sentido de su
existencia en el mundo, sentido que había perdido en gran medida a causa del
pecado. Por esta razón la Redención se ha cumplido en el misterio pascual que a
través de la cruz y la muerte conduce a la resurrección.
(Redemptor
Hominis - 10. Dimensión humana
del misterio de la Redención)
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