(una introducción magistral a un libro imperdible)
Cuando aquel día de Octubre apareció por vez primera en la escalinata de
la Basílica de San Pedro, con el enorme crucifijo plantado sobre su pecho, como
si fuese una espada de dos manos, y sus
primeras palabras “No tengáis miedo”
resonaron en la plaza, todo el mundo se dio cuenta que algo había ocurrido en
el cielo: después de aquel hombre de buena voluntad que había abierto el Concilio, el profundamente espiritual que lo había
clausurado, seguido por un corto
interludio suave y efímero como el vuelo de una paloma, Dios nos enviaba un
testigo.
Finalmente los cielos no se abrieron. No obstante aunque en la historia de la humanidad el desarrollo de elecciones decididas, hechas de época en época, es lento en el firmamento del pensamiento, ese día la época dudó y por un momento la historia dejó hablar a la eternidad.
Pero los Evangelios no pertenecen a tan solo una época….se renuevan con cada generación.. Una generación venera a Maria Magdalena alimentándose del fervor contemplativo de los Evangelios y construye Vezelay.
Y otra basándose en las mismas fuentes para su código
moral erige construcciones intelectuales en los cuales el rigor de las líneas entra
en armonía con las de la ley. Nuestro
tiempo es un tiempo caracterizado por dudas generalizadas, personas
desilusionadas de las bellas artes, del futuro de la ciencia y la humanidad
misma; a nosotros los Evangelios sencillamente
nos ofrecen fe, el único remedio para la barbaridad de la época. Aun no nos es completamente claro, ya lo veremos
(*): lo que si esta perfectamente claro
es que estamos atravesando un periodo notablemente fluido en la historia,
desprovisto de bases morales solidas y racionales, un tiempo de valores
colapsados e ideologías en las cuales aquel que quiere seguir adelante tiene
una única opción…..caminar sobre las aguas. El hombre de fe que reside en Roma es
uno de aquellos que no temen responder al llamado en la barca de Cristo. “No temáis” dice y su voz cunde.
Cunde y llega lejos… Con esas palabras rejuvenece y readquiere esa substancia que nuestro lenguaje desproporcionado le había robado. Cuando miras las manzanas de una pintura de Cezanne o de algún otro genio, te parece que nunca antes habías visto una manzana, en todo caso que no le habías prestado la atención que merecían. De igual manera la palabra “tierra” suena diferente en boca de un agrimensor gubernamental o gritadaa viva voz del mástil de una carabela. De la misma manera cuando Juan Pablo II exclama en su aparición publica “Alabado sea Jesucristo” la frase deja de ser una suerte de ritual banal para convertirse inmediatamente en la enunciación de un descubrimiento. Esta aptitud de darle nueva vida a las palabras es un don de poetas, de grandes místicos y naturalmente de los apóstoles de Cristo que son los representantes elegidos de la Palabra. Toda la gente no se equivoca: en esto tiene oído musical.
Creo que le presente setenta. No esquivó a ninguna de ellas. Esta es la génesis del dialogo que sigue
(*) escrito en 1982!!!
(**) el libro (el
texto es una traducción del prologo de “Be Not afraid Andre Frossard in conversation with John Paul II ”, The Bodley Head, 1984 (pags. 7 a 9)
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