"Como Santa Faustina, queremos profesar que, fuera de la misericordia de Dios, no existe otra fuente de esperanza para el hombre. Deseamos repetir con fe: 'Jesús, en vos confío'. De este anuncio, que expresa la confianza en el amor omnipotente de Dios, tenemos particularmente necesidad en nuestro tiempo, en el que el hombre se siente perdido ante las múltiples manifestaciones del mal. Es preciso que la invocación de la misericordia de Dios brote de lo más íntimo de los corazones llenos de sufrimiento, de temor e incertidumbre, pero, al mismo tiempo, en busca de una fuente infalible de esperanza...
'Ten misericordia de
nosotros y del mundo entero'... ¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios
tiene el mundo de hoy! En todos los continentes, desde lo más profundo del
sufrimiento humano parece elevarse la invocación de la misericordia. Donde
reinan el odio y la sed de venganza, donde la guerra causa el dolor y la muerte
de los inocentes se necesita la gracia de la misericordia para calmar las
mentes y los corazones, y hacer que brote la paz. Donde no se respeta la vida y
la dignidad del hombre se necesita el amor misericordioso de Dios, a cuya luz
se manifiesta el inexpresable valor de todo ser humano. Se necesita la
misericordia para hacer que toda injusticia en el mundo termine en el
resplandor de la verdad.
Por eso hoy quiero
consagrar solemnemente el mundo a la Misericordia divina. Lo hago con el deseo
ardiente de que el mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado aquí a
través de santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la tierra y llene su
corazón de esperanza. Que este mensaje se difunda desde este lugar a toda
nuestra amada patria y al mundo. Ojalá se cumpla la firme promesa del Señor
Jesús: de aquí debe salir 'la chispa que preparará al mundo para su última
venida'. Es preciso encender esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso
transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios
el mundo encontrará la paz, y el hombre, la felicidad..."
(San Juan Pablo II)
Dios, rico en
misericordia, que has querido que san Juan Pablo II, Papa, guiara toda tu
Iglesia, te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas, nos concedas abrir
confiadamente nuestros corazones a la gracia salvadora de Cristo, único
redentor del hombre. Por Cristo nuestro Señor. Amen
Soy todo tuyo, Maria,
y todo lo mio es tuyo. Te recibo como mi
todo. ¡Dame tu corazón, oh Maria!
San Juan Pablo II,
¡Ruega por nosotros!
(Gracias al padre Sebastian
Zagari – tomado de su FB)
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