"Esta
vocación al amor es, de modo natural, el elemento más íntimamente unido a los
jóvenes. Como sacerdote, me di cuenta muy pronto de esto. Sentía una llamada
interior en esa dirección. Hay que preparar a los jóvenes para el matrimonio,
hay que enseñarles el amor. El amor no es cosa que se aprenda, ¡y sin embargo
no hay nada que sea más necesario enseñar!
Siendo aún un
joven sacerdote aprendí a amar el amor humano. Éste es uno de los temas
fundamentales sobre el que centré mi sacerdocio, mi ministerio desde el
púlpito, en el confesonario, y también a través de la palabra escrita. Si se
ama el amor humano, nace también la viva necesidad de dedicar todas las fuerzas
a la búsqueda de un «amor hermoso». Porque el amor es hermoso. Los jóvenes, en
el fondo, buscan siempre la belleza del amor, quieren que su amor sea bello. Si
ceden a las debilidades, imitando modelos de comportamiento que bien pueden
calificarse como «un escándalo del mundo contemporáneo» (y son modelos
desgraciadamente muy difundidos), en lo profundo del corazón desean un amor
hermoso y puro. Esto es válido tanto para los chicos como para las chicas. En
definitiva, saben que nadie puede concederles un amor así, fuera de Dios. Y,
por tanto, están dispuestos a seguir a Cristo, sin mirar los sacrificios que
eso pueda comportar. […]
Los jóvenes y la
Iglesia. Resumiendo, deseo subrayar que los jóvenes buscan a Dios, buscan el
sentido de la vida, buscan respuestas definitivas: «¿Qué debo hacer para
heredar la vida eterna?» (Lucas 10,25). En esta búsqueda no pueden dejar de
encontrar la Iglesia. Y tampoco la Iglesia puede dejar de encontrar a los
jóvenes. Solamente hace falta que la Iglesia posea una profunda comprensión de
lo que es la juventud, de la importancia que reviste para todo hombre. Hace falta
también que los jóvenes conozcan la Iglesia, que descubran en ella a Cristo,
que camina a través de los siglos con cada generación, con cada hombre..."
(San Juan Pablo
II)
Dios, rico en misericordia, que has querido
que san Juan Pablo II, Papa, guiara toda tu Iglesia, te pedimos que, instruidos
por sus enseñanzas, nos concedas abrir confiadamente nuestros corazones a la
gracia salvadora de Cristo, único redentor del hombre. Por Cristo nuestro
Señor. Amén.
Oración final a la Virgen María
Soy todo tuyo, María, y todo lo mío es tuyo. Te
recibo como mi todo. ¡Dame tu corazón, oh María
San Juan Pablo II, ¡Ruega por nosotros!
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