"Cuando el 22 de octubre de 1978 pronuncié en la plaza de San Pedro las palabras «¡No tengan miedo!», no era plenamente consciente de lo lejos que me llevarían a mí y a la Iglesia entera. Su contenido provenía más del Espíritu Santo, prometido por el Señor Jesús a los apóstoles como Consolador, que del hombre que las pronunciaba. Sin embargo, con el paso de los años, las he recordado en variadas circunstancias.
La
exhortación «¡No tengan miedo!» debe ser leída en una dimensión muy amplia. En
cierto sentido era una exhortación dirigida a todos los hombres, una
exhortación a vencer el miedo a la actual situación mundial, sea en Oriente,
sea en Occidente, tanto en el Norte como en el Sur...
¿Por
qué no debemos tener miedo? Porque el hombre ha sido redimido por Dios.
Mientras pronunciaba esas palabras en la plaza de San Pedro, tenía ya la
convicción de que la primera encíclica y todo el pontificado estarían ligados a
la verdad de la Redención. En ella se encuentra la más profunda afirmación de
aquel «¡No tengan miedo!»: «¡Dios ha amado al mundo! Lo ha amado tanto que ha
entregado a su Hijo unigénito!» (cfr. Juan 3,16). Este Hijo permanece en la
historia de la humanidad como el Redentor. La Redención impregna toda la
historia del hombre... El poder de la Cruz de Cristo y de su Resurrección es
más grande que todo el mal del que el hombre podría y deberia tener miedo"
(San Juan Pablo II)
Dios, rico en misericordia, que has querido que san Juan Pablo II, Papa, guiara toda tu Iglesia, te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas, nos concedas abrir confiadamente nuestros corazones a la gracia salvadora de Cristo, único redentor del hombre. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Oración final a la Virgen María
Soy todo tuyo, María, y todo lo mío es tuyo. Te recibo como mi todo. ¡Dame tu corazón, oh María!
San Juan Pablo II ¡Ruega por nosotros!
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