PÍO
XI y PÍO XII: Los primeros tanteos.
En
la primera mitad del siglo XX encontramos dos corrientes principales respecto a
la realidad de los Concilios. Para unos, la definición dogmática de la
infalibilidad pontificia y las robustecidas prerrogativas papales hacían
completamente innecesarias y superadas las asam- 24 bleas conciliares como
lugar efectivamente normativo. Para otros, sin embargo, la conveniencia de
reunir un Concilio era una idea recurrente, casi siempre ligada a la
reanudación del inconcluso Vaticano I2 . En este sentido, junto con otras
iniciativas ligadas a diversas personas y ambientes eclesiales3 , merecen
destacarse los pasos dados al respecto por los papas Pío XI (1922-1939) y Pío
XII (1939-1958)
El
proyecto de Pío XI Ya en la encíclica Ubi arcano, publicada poco después de su elección , Pío XI indicaba que había pensado
«convocar oportunamente en Roma, cabeza del mundo católico, una solemne
asamblea del mismo carácter, que buscase un remedio oportuno a la actual
decadencia provocada por las grandes perturbaciones de la humanidad». No
obstante reconocía también que no se atrevía «a emprender la continuación de
aquel Concilio ecuménico iniciado, durante nuestra juventud, por el Romano
Pontífice Pío IX», sino más bien esperar «a que la bondad misericordiosa del
Señor nos manifieste con mayor certeza los designios de su voluntad (Jue
6,17)». Para avanzar en esta tarea clarifica dora, el papa Ratti tomó dos
decisiones. La primera fue nombrar en mayo de 1923 una Comisión formada por el
dominico Hugon, el servita Lépicer, el jesuita Tacchi Venturi y por monseñor
Bianchi Cagliesi, para recoger la documentación del Vaticano I existente en el
Archivo y comprobar lo que restaba por hacer según el plan original. La segunda
fue ordenar una consulta a todos los cardenales y también a diversos obispos,
prelados y abades nullius para que expresaran su opinión, en el plazo de seis
meses, sobre la conveniencia o no de continuar el inconcluso Vaticano I6 .
Según algunos indicios, aunque no existe prueba documental de ello, el papa
nombró en el año 1924 una nueva Comisión presidida por el cardenal Luigi
Sincero, con la tarea de estudiar el material. Así, los trabajos se concretaron
en dos propuestas presentadas a Pío XI a comienzos de 1924, con una marcada
orientación teológico-dogmática y un evidente deseo de robustecer la estructura
eclesial7 . No obstante el interés de Pío XI por la idea del Concilio y los
pasos dados en los primeros tiempos de su pontificado, lo cierto es que la
enormidad de la tarea y las dificultades de todo tipo que prometían acompañar
tanto la preparación como el desarrollo, hicieron que el papa Ratti considerase
más sensato no dispersar fuerzas y concentrarlas mejor en la solución de temas
más urgentes, como por ejemplo la llamada cuestión romana. Además, las
dificultades del mapa político, con el ascenso de los totalitarismos,
concentraron muchas de las energías de Pío XI durante el resto de su
pontificado, con lo que la posible reanudación del Vaticano I quedó sin
llevarse a efecto.
PIO XII
Pío
XII y el reto conciliar.
La
idea de reanudar el Vaticano I volvió a resurgir con fuerza después de la
Segunda Guerra Mundial ligada a los que podríamos denominar «ambientes
conservadores» que propugnaban un Concilio doc trinal que corrigiese errores y
desviaciones, aportara seguridades, fijase la posición de la Iglesia frente al
mundo y reforzara la disciplina eclesiástica . En efecto, fue el cardenal
Ernesto Ruffini, arzobispo de Palermo quien, durante la audiencia concedida por
Pío XII 24 de febrero de 1948, propuso la convocatoria de un Concilio. El papa
Pacelli nombró una Comisión secreta presidida por el asesor del Santo Oficio,
Alfredo Ottaviani, futuro cardenal, que se reunió por primera vez el 15 de
marzo de 1948. De esta Comisión formaban parte los monseñores Hudal y Dalpiaz,
los jesuitas Hürt, Tromp y Creusen, el benedictino Beste y el p. Grendel, de la
Sociedad del Verbo Divino. A propuesta de esta comisión, en marzo de 1949 Pío
XII creó cuatro Comisiones preparatorias coordinadas por una Comisión Central,
presidida monseñor Francesco Borgongini Duca, nuncio apostólico en Italia, y
con el p. Pierre Charles, S.J., profesor de Teología Dogmática en el Colegio
Máximo de Lovaina como secretario. Pronto advirtieron en sus trabajos que ya no
resultaba posible pensar en una mera reanudación del Concilio limitándose a
asumir, tal cual, los proyectos dejados sin tratar por el Vaticano I. Los retos
planteados por el mundo no eran ya los de 1870 ni tampoco podían obviarse
diversos temas de interés general sobre los que la Iglesia debiera decir una
palabra e iluminar con la luz del Evangelio. En la relación conclusiva
presentada al papa Pío XII el 15 de enero de 1951 por monseñor Borgongini Duca,
presidente de la Comisión Central, se avanzaba un posible esquema sobre las
materias a tratar. En él encontramos un claro deseo de robustecer la unidad de
la Iglesia desde la clarificación doctrinal, la consolidación de la disciplina
y la lucha contra el error. No obstante, al hilo de las discusiones sobre la
temática conciliar, surgieron en la Comisión profundas discrepancias de base
que harán imposible el acuerdo en el tipo el tipo de Concilio que se pretendía
convocar, en su duración, su desarrollo, el papel de la Curia Romana y en otras
cuestiones de calado, que afectaban al perfil conciliar, determinando su
orientación. Todo esto, unido a las dificultades logísticas y organizativas,
hizo que Pío XII ordenara, en enero de 1951, suspender los preparativos y
aparcar el tema. En definitiva, el papa Pacelli quedó convencido, al igual que
su antecesor, de que los tiempos no estaban maduros para un Concilio largo, que
plantearía enormes dificultades, y también de que el mismo magisterio
pontificio y la actividad de la Curia podían suplir, en gran medida y con mucho
menor coste, los resultados de un Concilio breve circunscrito a condenar los
errores contemporáneos y a proclamar el dogma de la Asunción, como había sido
la propuesta inicial de Ruffini y Ottaviani en 194811.
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