JUAN XXIII – La primavera
del Papa Juan
La
primera cuestión que se plantea es cómo un hombre tradicional como Roncalli,
elegido por los cardenales a los 77 años de edad como papa de transición, fue
capaz de poner en marcha tan formidable proceso renovador. ¿De dónde le vino la
idea del Concilio? Una mirada superficial a su persona y a su historial no
hacía presagiar ningún sobresalto. En efecto, cuando estuvo en Oriente como
diplomático se le encontraba demasiado oscuro; de nuncio en París, demasiado
hablador; de patriarca de Venecia, demasiado viejo ya. Sin embargo, una
consideración más profunda nos hace ver que, en la personalidad de Roncalli,
más allá de su innata cordialidad, de su afabilidad, de su religiosidad
tradicional y de su perfil de prelado chapado a la antigua, se traslucía en
todo momento la realidad de un auténtico creyente y de un verdadero hombre de
Dios. Esta es la clave más importante para comprender las decisiones de Juan
XXIII. Su lema episcopal, Oboedientia et pax, tomado del cardenal Cesare
Baronio, aunque cambiando el orden de las palabras, mostraba todo un programa
al que Roncalli tratará de ser fiel durante toda su vida: estar en comunión con
la voluntad divina y en abandono completo a las mociones del Espíritu. Y esto
también y muy especialmente en lo referido al Vaticano II, cuya idea el papa
Juan siempre considerará una inspiración divina. El pensamiento de convocar un
Concilio surgió en la mente del papa como resultado de una serie de elementos
que interactuaron a lo largo de su vida y que se concretarán en los primeros
momentos del pontificado joaneo. Creo que podemos resumirlos en tres
principales: los estudios históricos, la experiencia de vida y los contactos
personales. Veámoslos brevemente.
Los estudios históricos Aunque tenía el título de doctor en Teología, Angelo Giuseppe Roncalli fue siempre un apasionado de la Historia de la Iglesia, sobre todo la italiana de la época de la Contrarreforma, con san Carlos Borromeo como figura señera en la aplicación de los decretos de re forma del Concilio de Trento. Las referencias a san Carlos Borromeo en los escritos de Roncalli son constantes y la principal obra de investigación histórica de Roncalli fue la publicación de las Actas de la visita apostólica de san Carlos a Bérgamo, que terminó casi en los umbrales del pontificado16. Borromeo aparecía así como modelo de organización y reforma eclesial debido a su actividad en el Concilio de Trento y en la aplicación de las directrices conciliares a la diócesis de Milán17. Junto a esta influencia y como fuente de ella tenemos también el conocimiento sobre lo que supuso Trento, considerado como Concilio de reforma, con la fructífera renovación eclesial que trajo consigo a través de dos importantes medios: el Sínodo diocesano y la visita pastoral: Concilio, Sínodo, visita pastoral; ya tenemos aquí tres elementos de constante presencia en su actividad eclesiástica.
Su experiencia de vida. Otra clave la encontramos en la propia y riquísima experiencia vital de Roncalli. En primer lugar las vivencias junto a monseñor Giacomo Maria Radini Tedeschi, obispo de Bérgamo, de quien fue secretario personal entre 1905 y 1914. A su lado conoció de forma práctica la actuación de un prelado en la estela reformista tridentina, no sólo en lo referido a la organización de un Sínodo diocesano y al programa de visitas pastorales, sino también en el contacto con la pastoral entendida en sentido amplio. El conocimiento de otras mentalidades y culturas debido a su actividad diplomática en Oriente y en Francia dotó a Roncalli de una gran apertura de mente y de una exacta valoración de las circunstancias históricas y eclesiales. Él mismo lo reconocía así en su lecho de muestre: «Ahora más que nunca, ciertamente más que en los siglos pasados, estamos llamados a servir al hombre en cuanto tal y no sólo a los católicos; a defender ante todo y en todas partes los derechos de la persona humana y no solamente los de la Iglesia católica [...].
(…)
Los contactos personales No cabe duda de que varias personas comentaron con Roncalli la posibilidad de y oportunidad de un Concilio para la Iglesia. La amistad mantenida con los cardenales Celso Costantini, autor de una propuesta de conciliar en tiempos de Pío XI y Francesco Borgongini Duca, presidente de la Comisión Central para la preparación de un posible Concilio en tiempos de Pío XII, hizo que muy probablemente comentaran el tema en varias ocasiones, por lo que Roncalli estuvo informado de las iniciativas tomadas. De igual forma también tuvo contacto con los cardenales Ernesto Ruffini y Alfredo Ottaviani, autores de otra propuesta conciliar y que afirmarán haber hablado del tema con Roncalli durante el cónclave que le eligió papa. Sea como fuere, también resulta evidente que el proyecto que el proyecto de Concilio del papa Juan será muy distinto del modelo propugnado por estos dos cardenales y que siempre manifestará haber tomado su decisión con toda libertad.
La decisión del papa sobre la convocatoria de un Concilio fue madurando desde lo que podía ser una posibilidad sugerente hasta desembocar en una certeza. El 30 de octubre de 1958 habló por primera vez del tema; el 2 de noviembre, tras una audiencia al cardenal Ruffini, el papa dejó escrita una anotación en un folio indicando que habían tocado este asunto en el transcurso del encuentro. Sin embargo, no será sino el 20 de enero de 1959, después de haberse reunido con el secretario de Estado, cardenal Domenico Tardini, cuando se aclaren todas las dudas para Juan XXIII. Ese día el papa escribió en su agenda: «Jornada albo segnanda lapillo …
(…)
El
anuncio oficial lo hizo Juan XXIII el 25 de enero de 1959, jornada de clausura
del octavario de oraciones por la unidad de los cristianos, en un consistorio
tenido en la sala capitular de la basílica de San Pablo Extramuros, al que
asistieron diecisiete cardenales de Curia. En su discurso, Juan XXIII hizo un
triple anuncio: la convocatoria de un Sínodo para la diócesis de Roma, la
revisión del Código de Derecho Canónico y la convocatoria de un Concilio para
la Iglesia universal.
(…)
«¡Mis
venerables hermanos del Colegio cardenalicio! Pronunciamos ante vosotros,
ciertamente temblando un poco de conmoción, pero a la vez con humilde
resolución de propósito, el nombre y la propuesta de la doble celebración: de
un Sínodo diocesano para la Urbe y de un Concilio general para la Iglesia
universal [...]. Ellas conducirán felizmente a la deseada y esperada puesta al
día del Código de Derecho Canónico».
(…)
El desarrollo de esta parte de la ponencia esta subdividida en los siguientes apartados:
2.2.2.
Comienza la andadura
2.3.
Los trabajos preparatorios 2.3.1. Perfilar el Concilio
2.3.2.
El Secretariado para la Unidad de los Cristianos
2.3.3.
Hacia el aggiornamento de la Iglesia
2.4.
La Primera Sesión 2.4.1. Gaudet Mater Ecclesia
2.4.2.
Esperanzas y temores
2.4.3.
Opciones y decisiones
2.4.4.
La primera pausa
(…)
Juan
XXIII sabía que posiblemente no le fuera dado asistir al término del Concilio:
un cáncer en el estómago hacía presagiar un pronto final de su aventura
terrena. Comenzó entonces a expresar una cierta preocupación por el futuro del
Vaticano II, como pone de manifiesto el comentario hecho al P. Roberto Tucci,
director de la Civiltà Cattolica, el 9 de febrero de 1963: «No me queda mucho
tiempo de vida. Por tanto debo ser muy cuidadoso en cada cosa que hago, para
evitar que el próximo cónclave sea un cónclave contra mí, porque entonces esto
podría destruir las cosas que yo no he sido capaz de lograr». Sin embargo, los
temores desaparecieron en los meses siguientes transformándose en una gran
calma, incluso hasta el punto de que, ya en su lecho de muerte, pudo decir a
los cardenales: «Estoy seguro de que se proveerá a la sucesión sin ningún
esfuerzo; estoy seguro de que los obispos llevarán el Concilio a feliz conclusión».
Juan XXII murió el 3 de junio de 1963, lunes de Pentecostés, a las 19,45 horas
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