Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

lunes, 25 de agosto de 2025

Los Papas del Concilio Vaticano II – (5 de 8) Pablo VI – Luis Marin de San Martin, OSA

 


PABLO VI, EL TIMONEL DEL CONCILIO

 (El texto correspondiente al Papa Pablo VI es muy extenso. He tratado de  no saltear ningún punto importante. De todas maneras cualquier duda  sugiero referirseal texto original,  verdadero tesoro que expone y analiza minuciosamente preparativos, desarrollo y resultados (Pre Concilio, desarrollo y Post Concilio) de esta magnifica obra que el Papa Juan Pablo II llamara "la gran gracia de la que se ha beneficiado la Iglesia en el siglo XX” y el Papa Benedicto XVI  “nuevo Pentecostes”.  

El cónclave para decidir la difícil sucesión de Juan XXIII comenzó el 19 de junio de 1963 y concluyó a mediodía del 21 con la elección del cardenal Giovanni Battista Montini como nuevo papa con el nombre de Pablo VI. Aun siendo el candidato más claro, hicieron falta seis votaciones en un cónclave no tan fácil como cabría suponer y en el que la minoría conciliar intentó condicionar los necesarios dos tercios. La gran pregunta era sí el nuevo papa iba a continuar el Vaticano II y desde qué perspectivas. Para responder es preciso analizar la actitud del cardenal Montini respecto al Concilio. Cuando Juan XXIII anunció su decisión el 25 de enero de 1959, Montini fue uno de los primeros en reaccionar. En efecto, un día después publicó un artículo en el periódico milanés L’Italia en el que expresaba de forma inequívoca su pensamiento: «El anuncio dado por Su Santidad Juan XXIII, el papa felizmente reinante, sobre la próxima convocatoria de un Concilio ecuménico resuena con ecos tan elevados y potentes en la Iglesia de Dios, en las comunidades cristianas separadas, en el mundo entero, que no necesita de nuestra voz para que todos, sacerdotes y fieles, hombres de pensamiento y de acción, lo acojamos con atención y emoción. Se trata de un acontecimiento histórico muy grande [...]. La Iglesia, ciudad sobre el monte, se colocará en la cumbre de los pensamientos y acontecimientos humanos, y, una vez más, aparecerá con su espléndida y misteriosa luz, como mensajera de las palabras divinas y orientadora de los destinos humanos»49. Aquí tenemos ya dos rasgos de importancia crucial: el apoyo entusiasta al Concilio y la idea de la Iglesia como eje central del mismo. En cuaresma de 1962 publicó una carta pastoral titulada Pensemos en el Concilio, en la que iba precisando su pensamiento en la necesidad de aprovechar la posibilidad que se abría y de orientar el Concilio hacia la renovación y revitalización eclesial y que influirá de forma clara en el discurso inaugural del Concilio, pronunciado por Juan XXIII el 11 de octubre. Montini consideraba urgente profundizar en el misterio de la Iglesia, como manifestación de la auténtica catolicidad y avance en el desarrollo de la colegialidad. También fueron muy importantes cuatro conferencias pronunciadas por el cardenal de Milán en este tiempo previo a la inauguración del Vaticano II: Los Concilios ecuménicos en la vida de Iglesia, en agosto de 1960 a los alumnos de la Universidad Católica de Milán; El Concilio ecuménico en el cuadro histórico internacional, el 27 de abril de 1962 en el Instituto de Política Internacional; Los Concilios en la vida de la Iglesia, también en la Universidad Católica de Milán en 1962; Roma y el Concilio, el 10 de octubre de 1962, víspera de la inauguración del Vaticano II, en el Campidoglio de Roma.

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Juan XXIII designó a Montini miembro de dos Comisiones preparatorias: la Central y la Técnico-Administrativa53, desarrollando en ella un trabajo concienzudo y discreto, sin liderar ningún grupo, pero siempre activo desde una actitud renovadora. Cabe señalar que, por expreso deseo de Juan XXIII, durante el Concilio residió dentro del recinto Vaticano. Durante la primera sesión conciliar Montini sólo intervino dos veces. La primera fue el 22 de octubre de 1962 a propósito de la discusión del esquema sobre la Liturgia y en ella resaltó que el hecho de que la gente mostrara tanto aprecio por el esquema era debido a que la liturgia era para el pueblo y no al revés, por eso la renovación conseguiría una mayor eficacia pastoral. La segunda, de más calado, fue el 5 de diciembre a propósito del esquema sobre la Iglesia.

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El proyecto Montini Sin embargo, la aportación más destacada de Montini tuvo lugar el 18 de octubre de 1962, con el Vaticano II ya inaugurado, cuando escribió una carta al secretario de Estado, cardenal Amleto Giovanni Cicognani, para pedir una estructura más precisa y coherente en el desarrollo de los trabajos conciliares, un tanto desbordados, insistiendo, en la línea del cardenal Suenens, en que el Concilio debía centrarse en el tema de la Iglesia. (ver texto original donde se detallan los puntos completos bajo el titulo El proyecto Montini) file:///C:/Users/SP/Downloads/Dialnet-ConcilioVaticanoII-652294.pdf

 

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No cabe duda de que Giovanni Battista Montini tenía una idea clara y precisa sobre lo que debía ser el Concilio, tanto respecto al hilo conductor (la Iglesia) como respecto al modo de proceder en su estudio y desarrollo.

 

Reanudar el Concilio. Al día siguiente de su elección, Pablo VI disipó todas las dudas respecto a la continuidad del Concilio: «La prosecución del Concilio Vaticano II, al cual vuelven sus ojos todos los hombres de buena voluntad, reclama, y con razón, las primicias de nuestro pontificado, Esta será nuestra tarea más importante y en la cual estamos prontos a consumir todas nuestras fuerzas». En efecto, el papa fijó la fecha del 29 de septiembre de 1963 para el inicio de la segunda sesión y tomó varias disposiciones, que mejoraran el aspecto organizativo y que fueron anunciadas el 13 de septiembre.

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 ¿Qué podemos decir sobre esta segunda etapa? Principalmente que el Concilio encontró una clara orientación, manifestada ya en el discurso inaugural pronunciado por el papa Pablo VI, en el que fijó cuatro objetivos para el Concilio: perfilar la teología de la Iglesia; renovación interna; promoción de la unidad de los cristianos; diálogo con el mundo contemporáneo. El papa mantuvo una postura no tanto de neutralidad cuanto de enorme respeto, dejando total libertad en las discusiones y sin imponer su presencia en el aula, a pesar de ser, como papa, presidente del Concilio. Sus intervenciones en esta segunda etapa las encontramos en los retoques al Reglamento y en los encargos enviados a las Comisiones, además de las audiencias, viajes y gestos, que deben leerse desde la perspectiva conciliar. Durante esta etapa el Concilio alcanzó su edad adulta y, al finalizar, estaba en curso un debate de gran altura teológica a propósito del esquema sobre la Iglesia y más en concreto sobre el tema de la colegialidad, que comentaremos más adelante y que ocasionó una significativa intervención del papa.

 

(…) Gestos y signos . Hacia la renovación de la Curia A Montini se le había considerado siempre dentro de la línea reformista y abierta, ligado a los episcopados centroeuropeos y con gran influencia francesa en su formación, de ahí los recelos que su elección ocasionaba en ciertos ambientes de la Curia, que habían logrado de Pío XII su alejamiento a Milán en 1954. Verle retornar como papa ocasionaba algunas desconfianzas (…)  Desde los primeros momentos como papa, Pablo VI intentó ser «puente»; él mejor que nadie podía lograr atraer a la Curia Romana y a la minoría conciliar a implicarse en el Vaticano II de modo que nadie se sintiera excluido.

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Pablo VI procurará ser el timonel de este aggiornamento, que él entendía desde la vinculación con Cristo.

 

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 El papa que besó la tierra.  Los viajes al extranjero fueron un gesto de excepcional importancia encuadrados en la vivencia conciliar. En el discurso de clausura de la segunda sesión, pronunciado el 4 de diciembre de 1963, Pablo VI anunció su intención de viajar a Tierra Santa: «Después de madura reflexión y de largas oraciones, hemos determinado dirigirnos  en peregrinación a la patria de Nuestro Señor Jesucristo».

 


(…) El viaje a Tierra Santa del 4 al 6 de enero de 1964 tuvo un marcado contenido ecuménico, al encontrarse en Jerusalén con el patriarca de Constantinopla, Atenágoras I y debemos inscribirlo dentro de la apertura de la Iglesia hacia los cristianos no católicos y hacia las otras grandes religiones que marcará el Concilio.

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La nueva sensibilidad ecuménica traerá consigo un gesto de gran significado: el levantamiento simultáneo de los anatemas y excomuniones entre Roma y Costantinopla el 7 de diciembre de 1965, poco antes de concluir el Concilio Vaticano II.

Si el viaje a Tierra Santa supuso en encuentro con los hermanos separados y con las otras dos religiones del Libro (judaísmo e islamismo), el siguiente viaje del papa Montini, que besaba la tierra de cada país al que llegaba , avanzó en el diálogo religioso, en la tarea misionera y en la apertura de la Iglesia a los más desfavorecidos. La ocasión fue el XXXVIII Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Bombay (India). Así, el 2 de diciembre de 1964, concluida ya la tercera sesión conciliar, Pablo VI llegó a la India. Allí estuvo hasta el 5 de diciembre. En conjunto, podemos decir que este viaje quiso ser testimonio de la universalidad de una Iglesia servidora que ha sabido encontrar el lenguaje común del corazón. Así lo comentó después a su regreso

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El tercer viaje conciliar fue a la sede de la ONU, en Nueva York, durante la cuarta sesión del Vaticano II. El papa indicaba así la necesaria apertura al mundo y la apuesta inequívoca de la Iglesia por la paz. Fue una visita rapidísima, ya que Pablo VI salió de Roma el 4 de octubre de 1965 y regresó al día siguiente, pero muy intensa y de un gran significado, en la línea de la constitución Gaudium et spes del Concilio, ya casi a punto de finalizar. Suponía culminar la apertura de Juan XXIII a todos los hombres de buena voluntad y el luminoso contenido de la encíclica Pacem in terris. Al dirigirse a la Asamblea General Pablo VI pronunció un discurso denso y bellísimo, pronunciado en lengua francesa. Declaró que se dirigía a los representantes de las naciones como hombre y como hermano, con sencillez y humildad, llevando el saludo del Concilio reunido en Roma, expresión de una Iglesia servidora y experta en humanidad. E hizo un vehemente llamamiento a la paz: «¡Nunca jamás los unos contra los otros; jamás, nunca jamás!». Y fue aún más lejos: «Si queréis ser hermanos, dejad que caigan de vuestras manos las armas. Es imposible amar con armas ofensivas en la mano».

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 Cuestiones teológicas y doctrinales. Pensar la Iglesia En octubre de 1963, durante la segunda etapa del Concilio, se había comenzado a discutir el esquema sobre la Iglesia, presentado el 30 de septiembre por el cardenal Alfredo Ottaviani. Además, a iniciativa del cardenal Suenens, que había informado al papa, se adjuntaba una propuesta para cambiar el orden de los temas, anteponiendo el capítulo sobre el pueblo de Dios al capítulo sobre la jerarquía. Al no haber acuerdo, acudieron a Pablo VI, pensando cada grupo contar con su apoyo. La respuesta del papa Montini fue significativa: «De hecho, mi opinión privada es la de Ottaviani; pero cuando usted [Suenens] abogó a favor de la inversión, no dije nada, dejando abierta la cuestión a la libre discusión conciliar [...]. En verdad, debo decir que no estoy convencido del cambio deseado». Sin embargo, dejó hacer y la propuesta se aprobó por gran mayoría. Pronto surgieron dos temas principales de discusión: la doctrina del Colegio Episcopal y la reintroducción del diaconado permanente. Respecto al primer asunto se produjo un apasionado debate en el que se quiso involucrar al papa.

 

La crisis de noviembre Un año después, en noviembre de 1964, encontramos otra importantísima intervención del papa Pablo VI, no exenta de profundas consecuencias. En efecto, el 16 de noviembre se inició lo que algunos comentaristas, probablemente de manera un tanto excesiva, han definido como «semana negra». Ese día el secretario del Concilio, monseñor Pericle Felici, presentó a los padres la Nota explicativa previa, añadida al texto definitivo de la constitución sobre la Iglesia. Se trataba de un añadido por orden de Pablo VI («de la autoridad superior», se decía en el texto), que había sido preparado dentro de la Comisión Teológica y según el cual debía explicarse y comprenderse el capítulo III (constitución jerárquica de la Iglesia).

(para detalles ver texto original) file:///C:/Users/SP/Downloads/Dialnet-ConcilioVaticanoII-652294.pdf

 

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La tensión creció con una segunda decisión del papa. El 19 de noviembre el cardenal Tisserant comunicó a los padres que se aplazaba la votación del documento sobre libertad religiosa… El trasfondo era una petición de un 10 % de padres conciliares, en su mayoría italianos y españoles, que habían pedido más tiempo para estudiar el texto. Ni la recogida de firmas, ni la expresa petición a Pablo VI por parte de los cardenales norteamericanos Meyer y Ritter consiguieron que se volviera sobre la decisión adoptada. Tan sólo la concesión de que la libertad religiosa sería el primer tema a tratar el siguiente año. El tercer golpe tuvo lugar el mismo día 19 de noviembre de 1964 cuando el, arzobispo Felici comunicó la introducción, por parte del Secretariado para la Unidad, de 19 modificaciones en el esquema sobre ecumenismo, para una mayor claridad del texto. Pronto se supo que Pablo VI, presionado por varios padres de la minoría conciliar, había enviado la víspera al Secretariado para la Unidad 40 modos de entre los cuales debían seleccionar los que mejor podían armonizarse con el texto del esquema.

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La cuarta decisión del papa fue sobre Mariología. En la sesión de clausura de la tercera etapa conciliar, el 21 de noviembre de 1964, tras promulgar la constitución dogmática Lumen gentium, Pablo VI proclamó a María Madre de la Iglesia: «Para gloria de la Virgen María y consuelo nuestro, declaramos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, de todo el pueblo cristiano, tanto fieles como pastores, que la llaman Madre amantísima, y decretamos que con este dulcísimo nombre, ya desde ahora, todo el pueblo cristiano honre e invoque a la Madre de Dios». Esta decisión no fue entendida por algunos, que acusaron al papa de entorpecer de forma gratuita el incipiente ecumenismo, además de provocar confusión ya que parecía colocar a María por encima de la Iglesia. Esto era lo que había movido a la ComisiónTeológica a evitar que se incluyera este título en el texto definitivo de la Lumen gentium y a explicar otro título polémico como el de Mediadora.

 

La libertad religiosa De signo distinto fue la intervención de Pablo VI respecto al documento sobre la libertad religiosa, reelaborado en profundidad, que se debatió del 15 al 21 de septiembre de 1965. Era un tema especialmente querido para el papa, que se había reunido el 6 de mayo con el arzobispo Felici, secretario del Concilio, y con el teólogo Carlo Colombo para hablar del tema. Pablo VI escribió de su puño y letra un memorandum de cinco páginas en el que sintetizaba su pensamiento sobre la libertad religiosa, sólidamente fundamentado en la Sagrada Escritura.

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La notas escritas Pablo VI expresó también su voluntad por medio de textos escritos. Entre ellos podemos destacar, por su particular importancia, tres cartas escritas durante el último período de sesiones del Concilio. La primera, enviada al cardenal Tisserant y al secretario del Concilio, monseñor Felici, fue leída a los padres el 11 de octubre. En ella el papa expresaba su deseo de que no se debatiera públicamente el tema del celibato sacerdotal, dentro del debate del esquema sobre el ministerio y vida de los presbíteros, ya que era un tema que requería suma prudencia. Personalmente manifestaba su deseo no sólo de mantener el celibato en la Iglesia latina, sino de reforzar su observancia, ya que con esta ley los sacerdotes pueden consagrar todo su amor sólo a Cristo y dedicarse totalmente al servicio de las almas.

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El 18 de octubre el papa envió otra carta a la Comisión a través de la Secretaría de Estado para matizar varios puntos discutidos en el esquema sobre la Divina Revelación.

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El 24 de noviembre de 1965, durante una reunión de la Comisión mixta encargada de trabajar en el esquema sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, el P. Sebastian Tromp leyó una carta enviada por el secretario de Estado, cardenal Amleto Giovanni Cicognani, sobre algunos asuntos relacionados con el matrimonio y la familia. Comunicaba el deseo del papa de que se citara explícitamente la Casti connubii de Pío XI y se rechazaran claramente los anticonceptivos, pues los silencios y las dudas sobre el tema podían confundir a la opinión pública. La carta incluía también cuatro modos o enmiendas.

Los auditores laicos escribieron otra carta a Pablo VI manifestando su temor de los efectos que tendría en los fieles una mera reafirmación de la encíclica del papa Ratti. La carta la entregó el cardenal Maurice Roy al sustituto de la Secretaría de Estado, monseñor Angelo Dell’Acqua98. El papa respondió por escrito que no había sido su intención imponer una fórmula definitiva ni tampoco zanjar el tema de la regulación de la natalidad, que estaba estudiando una Comisión nombrada por el propio Pablo VI. Al final se introdujeron las modificaciones indicadas por el papa, pero con fórmulas mucho más suaves y, en algún caso, de compromiso.

 

Hacia el final del Concilio  El papa del consenso Pablo VI había ido evolucionando desde la no intervención durante el segundo período de sesiones hasta la frecuente expresión de indicaciones y sugerencias en el cuarto período, pasando por las claras tomas de postura habidas durante el tercero. Muchos se sorprendieron porque, con muchas de estas decisiones, el papa pareció separarse de la mayoría renovadora y, sobre todo, por el hecho de que algunas, como las de noviembre de 1964, fueran impuestas desde arriba sin la participación del Concilio.

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¿Cuál era el Montini verdadero? Son conocidas las presiones que Pablo VI padecía por parte de los distintos grupos conciliares, que intentaban atraerlo a sus filas o, al menos, utilizarlo para respaldar su particular modo de concebir el Concilio y la Iglesia. Como se ha escrito con acierto, Giovanni Battista Montini, «si era un renovador de inteligencia, era también un equilibrado de estilo». Y, podemos añadir, también de carácter. En los difíciles forcejeos conciliares, muchos se sintieron decepcionados con el papa porque no respondía sus previsiones, porque no se adaptaba al Pablo VI que habían imaginado, en perfecta correspondencia con sus propios intereses, sin dejarse convertir en un mero instrumente de facciones.

(…)  Advertía el peligro de que la mayoría conciliar monopolizara el Vaticano II y que sectores significativos de la Iglesia se sintieran excluidos. Por eso procuró integrar y buscar.

(…) De aquí arrancó su imagen de hombre fluctuante, que no contentaba a nadie, sin una línea definida: un hombre de carácter vacilante, perplejo, indeciso Fue el gran drama de Pablo VI, que le acompañó durante todo su pontificado y del que él fue siempre muy consciente.

 

El principio de muchas cosas El 8 de diciembre de 1965 se clausuró solemnemente el Concilio Vaticano II. El papa pronunció una breve homilía, ya que el verdadero discurso de clausura lo había tenido el día anterior en la basílica Vaticana durante la última sesión pública. Comenzaba su reflexión desde una perspectiva netamente religiosa: «¿Podemos decir que hemos alabado a Dios, que hemos buscado su conocimiento y su amor, que hemos avanzado en el esfuerzo de su contemplación, en el ansia de su celebración y en el arte de anunciarlo a los hombres que nos miran como pastores y maestros de los caminos de Dios? Nos creemos sinceramente que así es». Pasaba luego a exponer el tema conductor del Concilio, que había sido «la consideración sobre la Iglesia, su naturaleza, su estructura, su misión ecuménica, su obra apostólica y misionera». Volverse sobre sí misma ha permitido a la Iglesia comprender mejor la palabra de Cristo y avanzar en la vivencia de la fe y del amor para comunicarla a todos los rincones de la tierra. Por eso, en el Concilio, la Iglesia ha sentido la necesidad «de conocer la sociedad que le rodea, de acercarse a ella, de comprenderla, de penetrar en ella, servirla y transmitirle el mensaje del Evangelio y de aproximarse a ella siguiéndola en su rápido y continuo cambio». Esta atención del Concilio y su juicio sobre el hombre ha sido fundamentalmente optimista, rechazando los errores desde el respeto y el amor a la persona y procurando siempre su prosperidad. Por eso la Iglesia, servidora de la humanidad, no ha querido definir dogmas, sino proponer su autorizado magisterio con amor pastoral. Concluía el papa haciéndose una pregunta y expresando un deseo y una convicción: «¿No nos enseña finalmente el Concilio a amar al hombre de un modo simple, nuevo, solemne, para amar a Dios? Amar al hombre no como instrumento, sino como fin primero para llegar al fin supremo que trasciende las cosas humanas.

(…)Comenzaba el tiempo del posconcilio, fecundo, agitado, rico, lleno de contrastes y tensiones. El viento del cambio y de la renovación sacudió la Iglesia, que se sintió viva y joven, pero también provocó excesos y falsas interpretaciones. El papa Montini vivió esos años con sufrimiento, buscando la reforma, sí, pero desde la tradición; sin rupturas, evitando heridas, tendiendo puentes de participación

(…)Viajó por el mundo, inaugurando un modo de apostolado itinerante seguido y desarrollado por sus sucesores. Hombre de finísima sensibilidad, el papa Montini no siempre fue escuchado ni comprendido, aunque él procuró servir siempre, amar siempre. Hasta el final. Pablo VI, el timonel del Concilio, murió en Castelgandolfo a las 21,40 del domingo 6 de agosto de 1978, fiesta de la Transfiguración.

 Eneste enlace puede leerse el texto completo de

Concilio Vaticano II 40 años después  - Centro Teologico San Agustin 

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