20
años de la Pascua de San Juan Pablo II. A pocos días de regalar al mundo por
última vez, en el Domingo de Pascua, la bendición urbi et orbi, "nuestro
amadísimo Santo Padre volvió a la Casa del Padre", como se anunció en la
noche romana del 2 de abril de 2005. Pasaron 20 años y recuerdo nitidamente ese
día y esos días.
La oración y la preocupación por la salud del Papa, nuestro Papa, el único que yo había conocido hasta ese momento. El dolor ante el anuncio de su partida. La iglesia llena cuando fuimos a la Misa de ese sábado en Madre y mucha gente se acercó a rezar. Era el fin de semana de la Fiesta de la Misericordia, que él había instituido.
Era el clima pascual - me acuerdo yo diciéndole al Padre Cristian si no se podía hacer la Misa de difuntos, y el diciéndome que no, no se podía, ¡estábamos en Pascua! - de alegría y esperanza a pesar del dolor de la ausencia. Era la seguridad - que pocos años después confirmaría la Iglesia - de que el Papa ya estaba en el Cielo intercediendo por esa Iglesia que había amado y servido en la tierra. Yo tenía 17 años, estaba terminando la escuela, y pocos meses después empezaría el seminario. Y sin duda la figura de Juan Pablo II fue entonces clave para dar ese paso: "¡No tengan miedo! Abran de par en las puertas a Cristo".
La vida y la muerte de Juan Pablo II me ayudaron a amar más a la Iglesia y al Papa - al que sea, al que Dios nos envía en cada etapa. Me enseñaron - como él repetía a los jóvenes - que vale la pena entregarse a Cristo, y me lo siguen enseñando cuando me pongo mezquino. Me enseñaron el camino de la misericordia.
No me animaría a decir que me enseñaron a no tener miedo, porque no es algo que me salga naturalmente, pero sí que muchas veces a lo largo de estos 20 años se lo pedí y sigo pidiendo: 'vos que supiste no tener miedo y que te animaste a abrir las puertas - hasta las más cerradas - a Jesús, dame una mano y ayúdame, que a mí no me sale tan fácil'. Y sin duda que si algo aprendí y sigo aprendiendo de este gran Papa y gran santo, pero también gran compañero de camino, es a confiar todo al corazón de la Virgen:
¡Gracias, Juan Pablo: sigo encomendándome a tu valiosa
intercesión!
(Testimonio
de Sebastián Zagari, sacerdote, párroco en la Parroquia San Antono de Padua, Gerli, Buenos Aires)
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