Hoy,
en el umbral de este triduo sagrado, deseamos profesar, de modo particular,
nuestra fe en Cristo, en Aquel cuya pasión debemos renovar, en el espíritu de
la Iglesia, para que todos dirijan "la mirada al que traspasaron" (Jn 19,
37), y la generación actual de los habitantes de la tierra llore sobre El
(cf. Lc 23, 27).
He aquí a Cristo: en el que viene Dios a la humanidad como Señor de la historia: "Yo soy el alfa y la omega..., el que es, el que era, el que viene" (Ap 1, 8).
He
aquí a Cristo "que me amó y se entregó por mí" (Gál 2, 20), Cristo
que vino para obtenernos "con su propia sangre... una redención
eterna" (Heb 9, 12).
Cristo:
el "Ungido", el Mesías.
Cristo:
el "Ungido",
el Mesías.
Durante estos días, con la fuerza de la unción del Espíritu Santo, con la fuerza de la plenitud de la santidad que hay en El, y sólo en El, clamará a Dios "con gran voz" (Lc 23, 46), voz de humillación, de anonadamiento, de cruz: "Señor, fortaleza mía, mi roca, mi ciudadela, mi libertador; mi Dios, mi roca, a quien me acojo; mi escudo, mi fuerza salvadora, mi asilo" (Sal 17 [18], 2 y s.).
(Homilia de Juan Pablo II en la Misa Crismal del Jueves Santo 12 de abril de 1979)
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