Recordamos
hoy con especial intensidad aquel 8 de abril del 2005 hace 20 años atrás,
cuando pegados a las pantallas de televisión participábamos a distancia de la
Misa de Exequias de nuestro amado Juan Pablo II. Se cumplen hoy
veinte años de aquella emocionante despedida terrenal del querido Papa Juan
Pablo II. Una Roma colmada de discípulos y amigos de todas las edades.
Y recordamos esa preciosa homilía - despedida del cardenal Joseph Ratzinger. Que sentiría ese hombre, también santo, en esos momentos? Intuiría, sospecharía, temería que sería el sucesor de su gran amigo y también consejero? No lo sabemos, pero lo que si sabemos que Juan Pablo II le dijo en su momento que no hacía falta presentar la carta de renuncia, cuando el Cardenal solo ansiaba volver a su querida Baviera para seguir reflexionando y escribiendo. Muy otros eran los planes de la Divina Providencia.
En su homilía el Cardenal Ratzinger reflejaba, paso a paso, las etapas más significativas de la vida de Karol Wojtyla con aquel “Sígueme” tantas veces utilizado por Jesús mismo y citada por los cuatro evangelistas, ….aquella palabra que dejara perplejo a Mateo! Y que tan bien reflejara Caravaggio.
Benedicto
XVI comenzaba diciendo:
«Sígueme». Cuando era un joven estudiante, Karol Wojtyla era un entusiasta de la literatura, del teatro, de la poesía. Trabajando en una fábrica química, circundado y amenazado por el terror nazi, escuchó la voz del Señor: ¡Sígueme! En este contexto tan particular comenzó a leer libros de filosofía y de teología, entró después en el seminario clandestino creado por el cardenal Sapieha y después de la guerra pudo completar sus estudios en la facultad teológica de la Universidad Jagellónica de Cracovia. Tantas veces en sus cartas a los sacerdotes y en sus libros autobiográficos nos habló de su sacerdocio, al que fue ordenado el 1 de noviembre de 1946. En esos textos interpreta su sacerdocio, en particular a partir de tres palabras del Señor. En primer lugar esta: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro permanezca». La segunda palabra es: «El buen pastor da la vida por sus ovejas». Y finalmente: «Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor». En estas palabras vemos el alma entera de nuestro Santo Padre. Realmente ha ido a todos los lugares, incansablemente, para llevar fruto, un fruto que permanece.
«Levantaos, vamos», es el título de su penúltimo libro. «Levantaos, vamos». Con
esas palabras nos ha despertado de una fe cansada, del sueño de los discípulos
de ayer y hoy. «Levantaos, vamos», nos dice hoy también a nosotros. El Santo
Padre fue además sacerdote hasta el final porque ofreció su vida a Dios por sus
ovejas y por la entera familia humana, en una entrega cotidiana al servicio de
la Iglesia y sobre todo en las duras pruebas de los últimos meses. Así se ha
convertido en una sola cosa con Cristo, el buen pastor que ama sus ovejas. Y,
en fin, «permaneced en mi amor»: el Papa, que buscó el encuentro con todos, que
tuvo una capacidad de perdón y de apertura de corazón para todos, nos dice hoy
también con estas palabras del Señor: «Habitando en el amor de Cristo,
aprendemos, en la escuela de Cristo, el arte del amor verdadero».
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