El «año de los tres Papas». Asi fue llamado 1978.
Gian Franco Svidercoschi
Aunque, como eslógico, Wojtyla nunca e
hubiera podido imaginar, aquel primer domingo de agosto, el vuelco que iba a
dar su vida en apenas un par de meses…
Stanislaw Dziwisz
Se encontraba de vacaciones en los montes Bieszczady, con algunos amigos,
cuando recibió la noticia de la muerte de Pablo VI. Ya se sabía que el Papa
estaba enfermo, muy enfermo; pero cuando supo de su partida, el arzobispo
sufrió mucho. Estaba muy unido a él, le apreciaba comoa un padre. Le habían
impresionado desde un princpio su estilo pastoral, la forma en que contemplaba
el mundo, la enorme apertura que demostraba hacia los problemas de la cultura.
La Iglesia se puso en camino hacia el
cónclave. Muchos comentaristas preveían una elección dificil, compleja, por el
elevado número de miembros del Sacro Colegio. Y porque no se habían entibiado
aún los debates que laceraron a la comunidad católica en el largo y conflictivo
perido que siguió al Concilio.
El cardenal Wojtyla so se preguntaba
nunca quién seria el sucesor del difunto Pontifice. Se limitaba a decir: El Espiritu Santo decidirá.
Lo observaba todo desde la óptica de la fe, con la mirada de un hombre
creyente, un hombre de Iglesia. En Roma
se encontró con albino Luciani, el patriarca de Venecia. No se conocían a fondo,
pero se habían visto con frecuencia y entre ellos había una gran afinidad
espiritual. Recuerdo uno de aquellos encuentros, en el Colegio Pontificio
polaco, en la plaza Remuria. Era el periodo preparatorio del cónclave. El
cardenal Wojtyla invitò a comer al patriarca, y él acudió encantado. Yo también
tuve ocasión de conocerlo y me cayó ensegida muy bien por su gran
espontaneidad. Otro encuentro interesante fue el que tuvo con el cardenal Joseph
Ratzinger. Creo que hablaron del crácter propiamente católico, cristiano, que
debía tener la propuesta de la Iglesia al mundo contemporáneo en el inminente
paso de milenio.
El cónclave, en contra de lo previsto,
terminó muy pronto. La elección fue rapidisima, señal de que en aquel momento
decisivo el Sacro Colegio había reencontrado una fuerte unidad. Y, quizás, precisamente por esto, para
reforzar la cohesión, el patriarca de Venecia había asumido un nombre compuesto
– por el de Juan XXIII y el de PabloVI -, aunando la herencia de sus dos
inmediatos predecesores. Y conciliando asi las dos tendencias que se
identificaban – muchas veces contraponiéndolas, equivocadamente – con ambos
Pontìfices.
El cardenal Wojtyla no contó nunca los detalles del cónclave. Dijo solo que
durante su desarrollo se advirtió la presencia del Espìritu Santo. Aceptó y
consideró como la voluntad de Dios – indicada por Ël a sus cardenales – la elección
del nuevo Papa. Tuvo un encuentro con
Juan Pablo I inmediatamente después de la inauguración del pontificado y regresó
a Cracovia llevándose consigo el recuerdo de aquella sonrisa llena de bondad,
de la alegría con la que el Papa expresaba su profunda fe.
Transcurrieron sólo treinta y tres
dias. Wojtyla acababa de regresar de una visita a Alemania Federal con la delegación
del episcopado, encabezada por el cardenal Wyszynski. Habia estado en el
santuario de Kalwaria. Celebró en la catedral de Wawel una misa solemne por la
festividad de San Wenceslao y al mismo tiempo, para recordar el vigésimo
aniversario de su ordenación episcopal. La mañana del 29 de septiembre estaba
tomando el té cuando Mucha, el chofer, entro como una tromba en la habitación.
Tenìa el rostro acalorado, agitado; a duras penas, consiguió decir que Juan
Pablo I había muerto.
El arzobispo quedó rígido, pero sólo durante unos instantes. Interrumpió el desayuno
y se dirigió a su habitación. En esos momentos tan tristes quería estar solo.
No hizo ningun comentario: solo le oíamos murmurar: «Algo inaudito…inaudito».
Vimos desde lejos que entraba en la capilla. Se quedo allí mucho rato, rezando.
Rezaba y quizá, se interrogaba,
interrogab a Dios. Igual que hizo luego, abriendo su coracon, en la misa del
funeral que se celebró en la basílica Mariacka: El mundo entero, la Iglesia
entera se pregunta ¿Por qué? […] No
sabemos que significa esta muerte para la cátedra de Pedro. No sabemos qué ha
querido decir Cristo a través de ella a la Iglesia y al mundo.
En Roma, en el Vaticano nos parecía estar
asistiendo casi a una réplica de las escenas vividas en agosto. Pero para Wojtyla
todo habia cambiado…
No hablaba nunca, ni siquiera en privado, de la sucesión del papa Luciani…
Pero los que lo conocían bien podìan
leer en su rostro la inqujietud que sentìaen su interior. Quzá también porque se
había enterado de que un cardenal tan infuyente como Franz Konig, arzobispo de
Viena, mencionaba con frecuencia su nombre cuando hablaba con otros purpurados.
La noche antes del cónclave quiso saludar, uno por uno, a todos los sacerdotes
que residían en el colegio del Aventino, donde el se alojaba siempre que iba a
Roma. Fu un saludo intenso, fraternal, pero a nadie se le escapó lo tneso de su
actitud, su mirada pensativa.
A la mañana siguiente acompañé al cardenal al Vaticano. Antes nos acercamos
al hospital Gemelli, a hacerle una visita a monseñor Andrzej Deskur que,
precisamente en esos días, había sfrido un ictus y estaba ingresado en la
unidad de reanimacion; estaba muy grave y aún no había recperado la
consciencia. Años después ya Papa, Karol Wojtyla recordarìa la repentina
enfermedad de monseñor Deskur diciendo que lo habia interpretado como una señal
y que ésta le habia hecho reflexionar mucho. También porque a lo largo de su
vida se habían producido más señales de este tipo. Cuando le iban a ordenar
obispo,uno de sus más queridos amigos, monseñor Marian Jaworski debía sustituirle
en un compromiso, ir a predicar los ejercicios a los sacerdotes; acudió en
tren, se produjo un terrible accidente y perdió un brazo. Más tarde, justo en
las vísperas del cónclave, la gravísima enfermedad de monseñor Deskur. Era como
si su elección – quería decir el Papa – estuviese relacionada de alguna forma
con el sufrimiento del amigo. Pero henos ya en el cónclave. Lo que allí ocurrió es
un secreto, garantizaod por el juramento. No conocemos ningún detalle. Porlo
tanto, que siga guardado por el Espíritui Santo y la sabiduría de la iglesia…
De acuerdo. Nadie quiere hacer
conjeturas, mucho menos especulaciones. Con todo, con las debidas cautelas, y
apoyándonos siempre sobre las voces autorizadas: podemos intentar reconstruir
minimamente como se desarrolló el cónclave. Al menos para entender claro y de
donde surgió aquella elección. Se inició el 15 de octubre de 1978, la primera
jornada estuvo marcada por le debate entre los partidarios del arzobispo de Génova,
Giuseppe Siri, ylos de Giovanni Benelli, arzobispode Florencia. Dos italianos,
pero que representaban posiciones diveras: la primera sostenía la exigenia de
una cierta modificación en la ruta trazada porel Concilio; la segunda, en
cambio, apostaba por la continuación del Vaticano II, bajo el signo de una
plena fidelidad al espíritu y a la letra de las enseñanzas conciliares. Obviadas las dos candidaturas, mejor dicho,
eliminadas recíprocamente, ya en las dos primeras votaciones del 16 de octubre,
el nombre del arzobispo de Cracovia obtuvo numerosos votos. En el intervalo,
como contó el cardenal Luigi Ciappi se produjo el vuelco decisivo: los que
apoyaban a Wojtyla fueron convenciendo poco a poco a los otros miembros del Sacro
Colegio. FueKönig, casi con toda seguridad, el gran artífice de ete progresivo
desplazamiento de consensos. Ya había hablado con Wyszynski, convenciendole de
lo oportuno de la elección (Wyszynski había sobreentendido que era él el
candidato) y el primado fue a la celda de Wojtyla a expresarle su apoyo, a infundirle
valor. A
animarle que aceptase. Le repitió la imperiosa pregunta que en la novela Quo
vadis? de Sienkiewicz, le hace el Señor a Pedro cuando éste ha cedido a la tentación
de huir de Roma; pero luego dulcifico el tono, rogándole que en el caso de ser
elegido, aceptase. Yañadió: «La tarea del nuevo Papa será la de introducir a la
Iglesia en el tercer milenio…» El
arzobispo de Cracovia regresó a la Capilla Sixtina con una expresión mas
distendida en el rostro, pero con el corazón en pleno tumulto. Se le acercó un
viejo amigo, el cardenal Maximilian de Furstenberg, que había sido rector del Colegio
belga, y le susurró unas cuantas palabras del momento de la ordenacion
sacerdotal. «Deus adest et vocat te» (Dios está aquí y te llama). En la octava votación,
la segunda de la tarde, fue elegido – parece – con noventa y nueve votos. Conmovido,
pero ya sereno acepto, eligiendo el mismo nombre que Luciani.
(de Una vida con Karol - Stanislao Dziwisz - Conversacion con Gian Franco Svidercoschi, cap 10 Viene un Papa eslavo.)