Transcribo textualmente la entrevista realizada a Mons. Slawomir Oder, postulador de la causa de beatificación
y canonización de Juan Pablo II, entrevista que fuera publicada en el sitio oficial de la causa, que invito visitar.
Mons. Oder, ¿qué significado tiene hoy esta conmemoración?
Este arco de tiempo ha seguramente esculpido un capítulo importante en la historia de la Iglesia. Ha sido el don de la Providencia para la transición del segundo al tercer milenio. Ha sido su salto de calidad, su salto epocal. Un salto signado por el esfuerzo constante de vivir y poner en práctica las sugerencias y las indicaciones del Concilio Vaticano II; y el magisterio de Juan Pablo II es un símbolo de su perfecta interpretación práctica.
¿Qué influencia ha tenido en la vida del Beato el haber participado al Concilio Vaticano II, del cual este mes se celebra el 50º aniversario?
Karol Wojtyla ha sido uno de los padres conciliares más jóvenes. Siendo todavía obispo, ha vivido muy intensamente aquella realidad que ha profundamente incidido en su identidad sacerdotal y episcopal: distinguiéndose por su fuerte personalidad ha contribuido a la elaboración de algunos de los conceptos más importantes que surgieron del Concilio. Nociones que después han estado presentes a lo largo de todo su pontificado: tomemos como ejemplo la colegialidad manifestada con una fuerte apertura y en el diálogo concreto entre las diversas religiones. También el apoyo concreto y eficaz a la vida laical. Dos puntos que hoy tienen un rol clave en los temas que el 13º Sínodo de los Obispos está tratando en estos días.
Podemos decir que todo el pontificado de Juan Pablo II ha representado el esfuerzo constante por actualizar la inspiración divina presente es aquel gran evento.
Regresando a aquel 1978 ¿Ud. donde se encontraba? ¿Cómo vivió aquel momento?
El día del inicio del pontificado estaba en Polonia. Me acuerdo perfectamente de la atmósfera de esos días. La Misa andaba en onda en una de las poquísimas trasmisiones de carácter religioso que la televisión, controlada en aquel momento por el régimen, permitía. Estábamos todos pegados al televisor para seguir cuanto estaba sucediendo en Roma. Y no se puede no recordar naturalmente las palabras que han caracterizado todo el pontificado de Juan Pablo II, las palabras de la apertura, las palabras del coraje: «No tengáis miedo. Abrid, y aún de par en par, las puertas a Cristo». En aquel momento para nosotros en Polonia, pero pienso que también para todos los creyentes en el mundo, aquel anuncio tenía un significado y un valor del todo particular de fuerza y esperanza.
Incluso ahora en el contexto de los varios encuentros que tengo con los fieles y con las diversas realidad eclesiales aquellas palabras regresan continuamente; constituyen el lema y una constante de su magisterio. Por esta razón Juan Pablo II representa el testimonio del coraje, de la esperanza y del amor de Cristo.
En estos días se está llevando a cabo el 13º Sínodo de los Obispos donde las autoridades eclesiales son llamadas a dar su contribución para el mejoramiento de la Iglesia.
Ahora bien, partiendo de aquel «abrid las puertas a Cristo», ¿en qué medida piensa que esta invitación ha sido realizada en el curso de estos años?
No es de mi competencia ofrecer una valoración histórica sobre aquello que ha obrado la Iglesia. Puedo decir que toda reforma, todo lo obrado por nuestro Papa Benedicto XVI no es otra cosa que la continuación de la invitación del Beato Juan Pablo II de abrir la propia existencia a Cristo. Porque cuando en la vida de cada creyente está presente Cristo allí está la verdad, la bondad, la esperanza, la autenticidad de la vida cristiana. Allí donde falta esta apertura es entonces que aparecen las situaciones difíciles donde se anida también el pecado. Aquellas palabras son las palabras que debían dar coraje a los pueblos a acoger a Cristo. Y hoy gracias a la obra del Beato Juan Pablo II en primer lugar y al trabajo de nuestro Papa Benedicto XVI después, aquel espíritu resuena todavía al interno de la Iglesia.
El Papa Benedicto XVI en la misa de apertura del Sínodo ha confirmado que «el Crucifijo debe ser el signo distintivo para anunciar el Evangelio». De esta visión, ¿no surge con fuerza la figura de Juan Pablo II?
Existe una hermosísima foto que todos conocen, de uno de los últimos viernes santos, donde el Beato Juan Pablo II al adorar la cruz la entrega al cardenal Ratzinger. Una hermosísima foto de altísimo contenido simbólico. Un pasaje de entrega del cual hoy vemos la fuerza. No podemos pensar en Juan Pablo II sin la cruz, no podemos pensar a Él sin el testimonio silencioso de su fidelidad al Evangelio, sin aquella tenacidad en el llevar la propia cruz. Y es justamente en aquellos momentos donde la palabra ha perdido lugar, pues en aquellos instantes resonaba con fuerza su testimonio de la centralidad de la cruz. Pensando a esto, resalta inmediatamente la gran actualidad del mensaje de Benedicto XVI: «El Crucifijo es por excelencia el signo distintivo de quién anuncia el Evangelio».
Haciendo una pequeña comparación, Mons. Oder ¿qué diferencia encuentra entre las emociones y sensaciones experimentadas en aquel día de 1978 con las que vive hoy después del camino que ha recorrido en la Iglesia y en los últimos años junto al Beato Juan Pablo II?
En aquel 1978 era todavía un joven al inicio de la vida madura, en la búsqueda de la propia vocación. Paradojalmente aquel evento ha retardado mi llamada envuelto como estaba de aquella ola de esperanza y libertad. Mi madurez no hubiera sido tal sin la figura de Juan Pablo II que ha sido para mi generación y para las sucesivas la más importante guía espiritual, un hombre de nuestros tiempos. De hecho lo que impresiona y atrae tan fuertemente en nuestro Beato es su contemporaneidad, lo sentimos como uno de nosotros, con nuestros problemas, nuestros titubeos y preocupaciones y al mismo tiempo como al hombre maduro espiritualmente que ha encontrado, no sin dificultad, las respuestas que después ha compartido con nosotros en la comunión con Cristo, abriendo de par en par las puertas de nuestros corazones. Juan Pablo II no ha sido un maestro sino un testigo que ha vivido, experimentado y compartido el verdadero amor de Cristo."
Giuseppe Tetto