Se cumplen 51 años de la apertura de aquel “sueño” de aggiornamento inaugurado porel Papa Juan XXIII, un Papa considerado de “transición” quien tuvo, sin embargo el coraje de emprender una iniciativa
ciclópea para la época, convocando a toda la Iglesia a una tarea que fue luego continuada por el
Papa Pablo VI, el Beato Juan Pablo II,
fiel discípulo y maestro del Concilio, y Benedicto XVI y aún sigue interpelando a fieles y eclesiásticos. El Papa Francisco a poco de iniciar su pontificado
en su homilía del 16 de abril en la capilla Santa Marta “advirtió que no
se ha cumplido con todo lo que el Espíritu Santo pidió en el Concilio Vaticano II
porque se ha preferido mayormente ceder a la tentación de la comodidad que
seguir lo que inspiró Dios a los padres conciliares”.(ACI/EWTN)
El 11 de octubre de 1992, al cumplirse 30 años de
aquel comienzo, América Latina festejaba
su propio aggiornamento el de la nueva evangelización, con la visita apostólica del Papa Juan PabloII a Santo Domingo para la celebración de los 500 años de historia
cristiana que el Papa recordaba en el Ángelus con estas palabras:
“La llegada del Evangelio de Cristo a las Américas lleva el sello de la
Virgen María. Su nombre y su imagen campeaban en la carabela de Cristóbal
Colón, la «Santa María», que hace cinco siglos arribo al nuevo mundo. Ella fue
«Estrella del mar» en la arriesgada y providencial travesía del océano que
abrió insospechados horizontes a la humanidad. La tripulación de las tres
carabelas al despuntar el día del descubrimiento, la invocó con el canto de la Salve
Regina. Era un 12 de octubre, fiesta de la Virgen del Pilar, memoria
tradicional de las primicias de la llegada del Evangelio a España, lo cual
representaba el signo providencial de que la evangelización de América se
realizaba bajo la protección de la Madre de Dios.
Los quinientos años de historia cristiana de América están marcados por
la presencia de María, que desde los albores de la evangelización, encarnó los
valores culturales de los pueblos del continente, como vemos en la Virgen del
Tepeyac. Cada santuario y cada altar, con sus nombres entrañables y sus títulos
pintorescos, con sus imágenes sencillas, cargadas de devoción y de misterio,
son la memoria de una particular predilección de María por cada nación y cada
pueblo. En cada santuario se renueva el pacto de amor de la Virgen con sus
hijos de América. Esa profunda devoción a la Madre de Jesús es una nota
distintiva de su catolicidad, es garantía de su perseverancia en la fe
verdadera, de su comunión eclesial y de su unidad espiritual.”
Al día
siguiente en su discurso inaugural de la IVConferencia General del Episcopado Latinoamericano el Papa Juan Pablo II recordaba
la apertura de la segunda sesión conciliar con una plegaria:
“Mirando a Cristo, «fijando los ojos en el que inicia y completa nuestra fe:
Jesús»,[5] seguimos el
sendero trazado por el Concilio Vaticano II, del que ayer se cumplió el XXX
aniversario de su solemne inauguración. Por ello, al inaugurar esta magna
Asamblea, deseo recordar aquellas sentidas palabras pronunciadas por mi
venerable predecesor, el Papa Pablo VI, en la apertura de la segunda sesión
conciliar:
«¡Cristo!
Cristo, nuestro principio.
Cristo, nuestra vida y nuestro guía.
Cristo, nuestra esperanza y nuestro término...
Que no se cierna sobre esta asamblea otra luz que no sea la de Cristo, luz del
mundo.
Que ninguna otra verdad atraiga nuestra mente fuera de las palabras del Señor,
único Maestro.
Que no tengamos otra aspiración que la de serle absolutamente fieles.
Que ninguna otra esperanza nos sostenga, si no es aquella que, mediante su
palabra, conforta nuestra debilidad...». “
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